Entre la alegría y la alergia va una letra y unos cuantos estornudos. Esta primavera reventona que ha brotado de repente y ahora, entre los campos verdes "que te quiero verde", verde trigo, verde sombra, verde mayo, verde Federico, vuelvo al poeta porque mayo, cuando sabe a sol, es una conquista a la altura de Granada.
Por primera vez entiendo eso de que no hay nada peor que ser ciego en Granada, y nada peor que ser alérgico en primavera.
Tengo alergia al polen de mayo, que me deja los pulmones encogidos como si respirar fuese un capricho burgués o me quedase sin palabras ante tanto mayo.
Me ha surgido tan de golpe la alergia que empiezo a sospechar que no tiene que ver sólo con el polen, sino que es alergia a tanta actualidad banal, a tanta tertulia sobre lo mismo, a tanta "España va bien", a tanto sátrapa y titulares que se repiten en el tiempo para lectores desmemoriados.
Porque puede que la historia se repita dos veces, siguiendo aquella creencia de Marx, pero con este Gobierno parece que se repite cada semana. Cada lunes un apagón: energético o ferroviario. Lunes negro.
Cada martes una imputación, martes negro. Cada miércoles sin novedades en Moncloa es una victoria que conviene celebrar por inusual. Y cuando por fin nos deja en paz la política, es mayo y uno se va a la calle para olvidarse de la radio y los periódicos y resulta que todo se llena de despedidas de soltero que son la barbarie de los que no tienen nada que conquistar.
Tengo alergia de golpe porque se me ha metido en un ojo esta Valladolid y media España plagada de despedidas que convierten cualquier ciudad en Benidorm y cada bar en un balcón a la vera de un inglés.
Y como no paro de estornudar voy haciéndome las pruebas de la alergia sobre la marcha y de paso las de la alegría y me doy cuenta de que las aglomeraciones me dan más de lo primero que de lo segundo.
Que en España hemos pasado de la transhumancia de ovejas a la de turistas y en cada esquina hay un festival muy indie, un trapero en ciernes, un influencer, un restaurante que "no te puedes perder", otra experiencia inolvidable de la que te olvidarás mañana y una franquicia que despacha dopamina donde antes había una ferretería que, ahora que paso los treinta, resulta que es una juguetería a la que uno va a comprar insecticidas para la cochinilla blanca de los arbustos o para el oidio y un rastrillo y unas tijeras para podar los rododendros que logran la felicidad que ya no procura Toy's r us.
El otro día me preguntaba mi hermana escandalizada si no sabía estornudar con más disimulo en mitad de la Plaza Mayor de Valladolid. Y miré azorado por si había muerto algún camarero de un infarto.