Me despierto pronto (sí, a mi también me sorprende), pongo un café solo, abro el ordenador y desatasco mails, voy a un par de reuniones, respondo unas cuantas llamadas y recibo un WhatsApp “¿vermut?” Sí, claro. Acabamos tomando un vino en la terraza con mejores vistas a la catedral, el mítico Jero que ha decidido moverse a nuestra zona favorita de la ciudad.

Además de tener mis vistas predilectas, también es la esquina más divertida del centro por la noche porque ahí es donde está a quien te quieres encontrar para no llegar a casa. Hay días que Paula me hace ir por la Antigua para que me recoja pronto y madrugue para ser productiva, como si de mi dependiese que España vaya bien. Creo que en realidad le ciega el amor que nos tenemos y por eso piensa que, si alguien tiene que salvar el mundo, yo tendría la obligación de hacerlo. Le contradigo, y con sonrisa de medio lado respondo que eso seguramente haya que hacerlo temprano y no estoy para nada dispuesta a mañanear por gusto.

El caso es que Paula es una de mis mejores amigas y a la vez tiene una personalidad totalmente antagónica a la mía. Nunca nos ha gustado el mismo estilo de chico: con los suyos no podría tomarme dos cervezas seguidas por intensos, pero si le hacen sonreír mucho, me vale. Los míos le han dado pereza por insulsos, dice, pero los ha tolerado porque si me idolatran, ya está contenta. Hemos tenido, aunque cada vez menos, visiones políticas diferentes y eso no ha sido un impedimento para absolutamente nada. Dice que es de izquierdas, pero en las primeras elecciones votó a de la Riva, aunque eso no tiene mucho que ver porque era sentido común. Perdón, tenía que contarlo.

El lunes hablábamos sobre patriotismo. Ese concepto desvirtuado hoy en día pero que se define como “amor a la patria”. Como el casi 80% de los españoles según el CIS, ambas nos sentimos orgullosas de ser españolas, pero entonces, ¿quién no lo es? Aquí es cuando entramos a evaluar si el que cobra o paga en negro puede sacar pecho con la bandera que sea y lo equiparábamos a quien se dedica a exprimir el paro, o al que recopila ayudas y paguitas como si fueran cromos para no dar un palo al agua. Lo cierto es que entramos un poco en bucle, si el gobierno bajase la cuota a los autónomos, igual descendía la economía sumergida. Quizá si las ayudas tuvieran un seguimiento más exhaustivo, si no fueran por derecho si no más bien como algo temporal para solucionar un problema concreto… Utopías.

Lo que está claro, es que ser patriota no tiene que ver con ser de derechas o de izquierdas. Ni siquiera con pagar muchos impuestos para fomentar únicamente lo público. Tiene que ver con la honestidad, con ser buena gente y tener coherencia. Con ayudar a quien lo necesite, incentivar las empresas e invertir en educación y sanidad, que vamos un poco regular.

Volví a casa dando vueltas a esto y a que con los políticos que tenemos en el gobierno es muy complicado sacar pecho y ser patriota hoy en día, y me enfadé un poco porque nos lo ponen muy complicado y no predican precisamente con el ejemplo. Luego me di cuenta que era lunes y había estado tomando el vermú con Paula en la mejor terraza de Valladolid y eso, no tiene precio.