Me despierto a las once de la mañana un poco desubicada. Doy media vuelta e intento seguir durmiendo. No puedo dormir más. Es tremendo no poder dormir cuando no tienes que trabajar. Miro el móvil y me doy cuenta de que no estoy en mi casa. Lo siguiente es deducir si estoy en la casa de mi madre o de mi padre. La cama es igual de grande.
Me levanto desorientada, llego a la cocina y miro por la ventana. Hay una cencellada de escándalo. No se ve más allá del río. Vale, estoy en casa de mi padre. Se vislumbran unos árboles y un palomar medio derruido, el resto es un banco de neblina. Es invierno en el Valle del Esgueva. Y si a eso le sumas que yo estoy aquí, tiene que ser Navidad.
Cuando vives fuera, volver a Valladolid por Navidad es una mezcla de nostalgia y superioridad injustificada. Sobre todo, los primeros días. Te sientes fuera de juego. Vienes un poco con la tontería subida. No has estado en el día a día de lo que está pasando. Vas poniéndote a tono de quién está con quién, y por qué fulano ya no hace negocios con mengano. La otra ha dado puerta al marido; y el que ligaba con todas, ha tenido un hijo, pero a ver cuánto aguantan juntos.
Volver a recordar anécdotas de cuando estábamos en el colegio; una escuela de pueblo donde estudiábamos siete alumnos, cada uno de un curso diferente. Con suerte, había alguien de tu edad. Y mira cómo estamos ahora. Era más inocente cuando lo único que nos diferenciaba era la marca de las deportivas. Unas Adidas, Nike o las del mercadillo de Peñafiel. En casa hemos sido siempre de Adidas porque somos del Madrid.
Resumiendo, historias de antes y de ahora. Cotilleos abominables que aligeran una botella de vino entre risas y pitillos. Chismorreos que, sinceramente, no me importan. Nunca me han importado. Pero es gracioso. Siempre me ha gustado mucho escuchar a quien sea. Con todo y con eso, no siempre se aprende algo. Pero así se conoce en serio a las personas. Rememorar historias de aquí, es uno de mis entretenimientos favoritos. Yo también aporto bastante contenido aún viviendo fuera, así que estamos empate.
Huele a ascuas de encina. Chimenea que la mayoría de veces se transforma en "vente que estamos aquí". Empezar la tarde jugando al mus en el merendero y acabar cenando unas chuletillas de lechazo para morirse. Ir de pueblo en pueblo a mucha velocidad con 'Turnedo' sonando a todo volumen. Íbamos en un Clío que olía a perros. Literalmente. Aquí se caza.
Haberme comprometido a preparar los canapés de Nochevieja. No llegar nunca puntual para cumplir mi promesa. Tampoco sentirme mal por ello. En casa siempre lo entendieron. Eso también me lo han enseñado mis padres, que las cosas importantes se cuidan todos los días.
Sí, esas Navidades fueron muy auténticas. Ahora seguimos haciendo ruta de cervezas. Seguimos poniendo a Ferreiro en el coche. No es el coche que era, pero somos los mismos. Ahora estamos acabando otra botella de vino y hablando de todo esto. Y alguna risa que otra acaba en lagrimilla.
Y entonces sí, ya estás en casa.