Cuan rutina mañanera, abro las puertas de mi personal balcón a la vida y encuentro una realidad cambiante, un devenir de percepciones que despiertan en mi retina interior infinidad de respuestas que necesitan ser cribadas. Son acontecimientos de la vida, noticias, imágenes, personas, que se presentan ante mí como protagonistas de la historia. Mi primer acto reflejo, movido por la curiosidad, es el deseo de apropiarme de todas y cada una de esta realidad para no dejar pasar el mundo sin "desvelar” sus interioridades y así comprenderlo mejor. Consciente de que tal tarea se me hace imposible ante la limitación personal en el tiempo y en el espacio, tomo la decisión de levantar acta notarial de todas y cada una de ellas y luego detenerme en alguna de estas realidades que han despertado en mí más interés, inquietud, preocupación, admiración o simple curiosidad.

Esta mañana he reparado en un grupo de noticias del ámbito político que se vienen repitiendo sucesivamente en estos días y que muestran un devenir calculado que afecta al marco constitucional. No es necesario verbalizar cada una de estas noticias que responden a gestiones o decisiones políticas que se están tomando estos días en la sede de la soberanía popular (lo pongo en minúscula por respeto a lo que debería ser), eso se lo dejo a los comentaristas políticos. Yo, lo que necesito es verbalizar la intencionalidad de cada uno de los actos. Cuando reparo en cada uno de ellos y veo lo que se dijo en un momento y lo que se dice ahora; cuando se emplean palabras rebuscadas para justificar un relato que muta según las circunstancias; cuando "los platos de lentejas"  son ofrecidos por la compra de votos, puestos de poder o silencios cómplices, entonces, me vienen a mi mente reflexiones vinculadas a citas de algún pensador sobre el valor de las palabras, el acontecer de la historia o del valor de ser humano.

Sobre el primer caso, el valor de las palabras, ya Orwel lo dejó dicho y poco hay que añadir a los que estos días estamos viendo, oyendo y leyendo: "El lenguaje político está diseñado para hacer que las mentiras suenen confiables y el asesinato, respetable; y para darle la apariencia de solidez al mero viento".

El acontecer de la historia y, sobre todo, el devenir de nuestro marco democrático y constitucional, me hace recordar el modelo histórico de  Spengler,  al postular que las culturas y las civilizaciones humanas son similares  a las entidades biológicas, es decir, pasan por las etapas de juventud, crecimiento, florecimiento y decadencia. Ante esta afirmación mi personal percepción me despierta un interrogante: ¿estaremos en la última etapa?

Y, por último, vistos los comportamientos de algunos de nuestros mandatarios, en los que se cumple aquella apreciación orweliana que decía que "no hay delito, absolutamente ninguno, que no pueda ser tolerado cuando “nuestro” lado lo comete”, entra en crisis mi personal percepción sobre el valor del ser humano.  

Estamos viviendo unos momentos decisivos en los que el "todo fluye, nada permanece" no solo es una realidad manifiesta, sino que es un torrente tal que se está llevando por delante todo. Lo que era, ya no es y se hace según nos conviene.

Pero, a pesar de que los hechos tienen su valor por sí mismos, mi personal percepción de estas realidades me obligan a plantearme dos cuestiones vinculados más a las actitudes  de los protagonistas: Los que hacen y los que sufren la acción. Las dos cuestiones planteadas son sencillas: ¿Con qué intención lo hacen? y ¿cómo lo reciben los sufrientes ciudadanos?

Todo efecto tiene su causa inmediata o su porqué. Eso es lo que me preocupa o debería preocuparnos a todos. Violentar las leyes y el marco constitucional en un clima de angustiosa precipitación temporal, como se dice ahora, "como si no hubiera un mañana", es síntoma de que, realmente, el mañana no existe  (tal y como parece esperarse que debería existir), simplemente es otro. Luego, la intención existe en una dirección claramente programada, marcada en el tiempo y con un objetivo definido. Cuando se tiene todo tan claro, ya los límites no existen hasta llegar al objetivo final. Las "líneas rojas” se cruzan y se diluyen cuan mantequilla. Los escrúpulos desaparecen y las conciencias se adormecen.

La otra parte, los receptores de todos estos actos, los ciudadanos ¿cómo lo reciben? Esta es otra de las preocupaciones.  El "pan y circo" adormece conciencias, atrofia voluntades y las compra.  El hombre se abandona a placeres mundanos de fechas envueltas en luces y regalos que lo importante, lo que realmente va a cambiar su vida, pasa desapercibido. No interesa. Nadie despierta del sueño y se hace la más de las sencillas de las preguntas: ¿y después de esto, ¿qué? Nos hemos ocupado en vivir el presente y nos despreocupamos del futuro. La preocupación es una ocupación desmedida que no interesa porque anticipa el futuro y, de eso, esperamos que otro lo solucione. Al final vuelvo a mirar a Spengler y retomo su libro "La caída de occidente” como anticipo de lo que puede suceder.