La primera mentira escandaliza, la segunda irrita, la tercera asombra por su contumancia y a partir de la cuarta empiezan a perder importancia. Se nos informa de dos teléfonos intervenidos en el gobierno, de los que se han espiado 2,7 gigas y en otro 130 megas. Pegasus no funciona así. Compromete toda la información que entra y sale. Lo que nos han explicado de momento no tiene sentido, en 2022 detectan que han espiado en 2021. Vaya con los expertos que tienen en todas las áreas. Deben pensar que somos tan chandalistas o chanclistas como ellos. Lo que no ha podido encontrar Pegasus en alguno de los mobiles ha sido ni siquiera un graduado escolar. Que las formas son importantes lo saben aquellos que dicen que las formas no son importantes. Algunos empiezan a temer a Twitter.
La mayor red social, aunque la menos participativa y leída es el BOE desde donde nos manejan la vida y la hacienda de todos. Así se ha publicado en él un documento en el que el gobierno reconoce las secuelas de la vacunación Covid que tanto nos forzaron a inocularnos sin reconocimiento médico, mientras se niega a responsabilizarse de los efectos adversos que sufren y han sufrido los vacunados. La nueva normalidad habla ya de miocarditis global, infarto global, hepatitis global, sarampión global, pancreatitis global, tumor global. Nadie da explicaciones de las cosas chulísimas porque nadie quiere cargarse los muertos. De momento nos toca pensar incluso una posible destrucción progresiva del sistema inmunitario global a causa de la inyección global.
El mal nunca es ni vulgar, ni impropio de personas cultas, ni común, ni sabido de todos. Si banalidad significa reducción de la empatía y del sentimiento de culpa, podemos afirmar que todos estamos siendo banales o que la sociedad es banal; pero si banalidad significa dejar de considerar al mal como mal o quitarle importancia, dudo que haya muchas personas cultas banales.
Acostumbrarse a vivir con el mal no necesariamente significa banalizarlo. Si así fuera, quienes vivimos en países desarrollados también lo haríamos al aceptar con cierta normalidad el estado de pobreza y calamidad en otras partes del mundo e incluso en nuestro propio entorno, pues no dejamos de comer porque haya pobres en por decirlo de alguna manera en la esquina. Lo hacemos o lo aceptamos, no porque creamos que eso no es algo malo, sino porque remediarlo es algo que en general consideramos fuera de nuestro alcance. Nos acostumbramos o nos acostumbran a vivir con el mal, pero no dejamos de sentirlo como tal. La inevitabilidad no es la única interpretación alternativa a la banalidad, pues también hay quien sin ser un malvado acepta a veces un mal, por considerarlo remedio o terapia de otro mal supuestamente mayor, o, por encima de todo, como un instrumento para obtener gloria y beneficios personales. Está claro que los impuestos no los pagan los ricos ni los pobres, los pagan todos aquellos que no lo pueden evitar. La excepción sería Amancio Ortega que paga a final de mes miles de nóminas, 14 veces al año, con sus correspondientes impuestos desde hace muchos años. Lo que no sabemos si tiene la medalla al mérito en el trabajo aunque debería tener todo el medallero.
Todo el mundo tiene o debería tener moral si se considera persona aunque algunos no saben encontrarla. La vieja idea de que el trabajo dignifica al hombre parece ya obsoleta en una sociedad donde el ocio, el consumo y la pereza son los fines últimos y donde la información no tiene más valor que el económico. Los mensajes con los que se nos bombardea constantemente es que las cosas no cuestan esfuerzo ni dinero.
Los malos sentimientos tienden a darse en conjunto. La envidia suele ser el camino de la codicia, y a la inversa, y muchas envidias dan lugar al odio. Cuando la codicia y la avaricia son denunciadas públicamente dan lugar a la vergüenza. La vanidad puede generar envidias, codicias y odios profundos y sostenidos, además de egolatría y soberbia. Pocos son los que están libres de malos sentimientos. Lo peor es que en muchos individuos se perpetúan generando en el individuo como una carcoma que degrada su salud y en especial su mente. El odio destruye al que odia e incluso al odiado, pues hay muchas personas que sufren cuando se sienten odiadas. La humanización del contrario es la mejor manera de aliviarse de ese acoso. Dejar de compararnos y trabajar en pro de superarnos a nosotros mismos ayuda a construirnos en positivo. Aunque no se puede dejar de envidiar o de odiar en algunas ocasiones de la vida, sí se puede dejar de difamar o hacer daño al envidiado o al odiado.
La educación y la cultura ayudan muchísimo a combatir los malos sentimientos hacia los demás; antes el mejor puntal para ello era cumplir con los preceptos de nuestra Iglesia cristiana y católica que estaban al alcance de todos sin importar nivel social y económico. Ahora se prohíben incluso los libros aceptados durante años incluso los cuentos para niños. Las bibliotecas de los Estados Unidos censuraron el año pasado 729 libros. Se ha censurado hasta caperucita. Se cercenan nuestras libertades y nuestra memoria por nuestro bien. El falso progresismo al que asistimos esta cada vez más vacuo y sin rumbo parece que consiste en prohibir todo lo posible.
Ortega y Gasset afirmaba que "el hombre selecto no es el petulante que se cree superior a los demás, sino el que se exige más que los demás, aunque no logre cumplir en su personas esas exigencias superiores". La humanidad no ha inventado porque sí a lo largo de los siglos el protocolo y el saber estar, ni la transmisión de la sabiduría, ni ha mantenido la religión, si no es por su propia supervivencia, son códigos de conducta probados en los que la razón y la emoción se complementan. De momento parece que lo que nos ofrecen o toca es una vez más es la política como farsa: votas en contra pero tras asegurarte de que otros voten a favor, o ante cualquier problema te inventas otro mayor u otra mentira mayor que descalifica la realidad. El calentamiento global da paso al cambio climático que al final es nada más que toca coger el paraguas cuando llueve.