La idea de que el centro es una causa perdida está provocando que muchos de sus potenciales votantes descarten acudir a las urnas o escojan otras opciones políticas. Las cercanas elecciones en Castilla y León auguran un preocupante porvenir para el centro. Se dice que solo Francisco Igea conservaría su plaza de procurador por Valladolid. Al margen de intereses partidistas, es una pésima noticia, pues pone de manifiesto que la sociedad española se aleja del espacio más fecundo de la política, ese territorio donde prevalecen la templanza, el diálogo y el consenso. Gracias a ese talante fue posible la ejemplar Transición, hoy injustamente vilipendiada. En aquella coyuntura histórica, todas las fuerzas políticas convergieron en ese punto de encuentro que es el centro, aparcando sus dogmas más intransigentes. El centro no es equidistancia, si por tal se entiende la mitad exacta entre dos posiciones, sino ese justo medio aristotélico que no puede fijarse matemáticamente. El centro se basa en la prudencia, la virtud que exaltó el autor de la Ética a Nicómaco por encima de las demás, pues entendió que era la clave para averiguar en cada caso cuál era la opción óptima.

Ser de centro no significa carecer de convicciones. O ser tibio. El centro defiende con enorme pasión la libertad, la democracia, la tolerancia, la solidaridad. Mantiene un compromiso insobornable con la verdad, como el de Manuel Chaves Nogales, que condenó indistintamente la violencia de los dos bandos de nuestra guerra incivil. O como Clara Campoamor, que defendió con ardor el voto femenino y, sin renunciar a su ideario republicano, criticó los crímenes de las milicias del Frente Popular en Madrid. La desaparición del centro del mapa político español pondría en manos del populismo la formación de gobiernos. Ya estamos presenciando lo que eso significa. Los herederos ideológicos de ETA no están, como les correspondería según palabras de Gregorio Ordoñez, en las cloacas, sino en las instituciones. Las víctimas del terrorismo separatista vasco estorban y sus asesinos vuelven a sus localidades con honores. En el otro extremo, la derecha populista agita un discurso de cartón piedra que evoca la España de Covadonga y don Pelayo, lanzando frases incendiarias que fomentan la división y la confrontación.

¿En qué consiste la prudencia del centro? En buscar alternativas razonables a los desafíos ideológicos y materiales. Pongamos algunos ejemplos. En el caso de la inmigración, solo un irresponsable suprimiría las fronteras. La inmigración debe ser sostenible. Ningún país puede soportar avalanchas masivas sin hundirse en el caos económico y social. Sin embargo, la sostenibilidad de la inmigración no debe alentar los discursos racistas y xenófobos que minimizan la aportación de los inmigrantes a nuestra cultura y economía. En el caso de la economía, el centro opina que capitalismo no es un sistema perverso, sino una fuente de progreso y riqueza, pero admite que es necesario regularlo, combatiendo los abusos y las injusticias. La nacionalización de la banca no ha funcionado en los países donde se ha aplicado, pero no se debería permitir que se cierren sucursales y cajeros dejando a los más mayores en una situación de desamparo, especialmente cuando se están registrando beneficios. Este problema nos lleva uno de los escenarios más conflictivos de nuestro panorama actual: la España vacía.

El célebre ensayo de Sergio del Molino puso sobre la mesa algo que se pretendía ocultar o minimizar: el despoblamiento rural. Feria, de Ana Iris Simón, ha redundado en este fenómeno. Sería injusto no reconocer que en los años sesenta del siglo pasado Miguel Delibes ya hablaba de esta calamidad. Ahí está su novela Las ratas, aparecida en 1962, con el tío Ratero y el Nini, un niño sabio y con talento para las predicciones climatológicas, sobreviviendo a base de cazar y comer ratas de campo. En esa España vacía, hace falta el centro, pues es la fuerza política que promueve la concordia, impulsando una síntesis entre tradición y modernidad. El populismo de izquierdas desdeña el mundo rural, asimilándolo a la resistencia al cambio y el apego a tradiciones vetustas. En cambio, el populismo de derechas lo exalta, pero lo hace desde una perspectiva rancia y folclórica, sin comprender que el pasado debe renovarse y adaptarse a los cambios sociales.

El centro es una apuesta por la convivencia. No es una causa perdida, sino una causa necesaria. Una España huérfana del centro sería una España peor. Siempre he creído que la estabilidad de una democracia depende de que el liberalismo y la socialdemocracia, las dos grandes fuerzas ideológicas del espectro político, mantengan un diálogo fluido que les permita alcanzar pactos de Estado en situaciones de crisis. Creo que el centro es la bisagra que garantiza ese diálogo, pues aglutina el talante liberal, siempre abierto a la innovación y el emprendimiento, y la sensibilidad socialdemócrata, comprometida con la reducción de la desigualdad. Podría suceder que en Castilla y León se “votara mal”, por utilizar una expresión de Vargas Llosa. Sería una desgracia, pero solo cabría aceptar la soberanía popular. Esas son las reglas del juego. Sin embargo, no me resigno a que eso suceda. Prefiero ser optimista. Los españoles han dado muestras de gran madurez en el pasado y espero que esta vez no sea diferente. Si Ciudadanos corre la misma suerte que UPyD, España se quedará coja y los populismos ampliarán su influencia, deteriorando aún más la convivencia. Me rebelo contra este escenario. La España que dio una lección de sensatez al mundo con la Transición no debería despeñarse ahora por ese extremismo que tanto daño ha hecho a la convivencia pacífica y democrática.

Olvidémonos de la España de don Pelayo y Rosario la dinamitera, y apostemos por la España de Chaves Nogales y Clara Campoamor. Las nuevas generaciones merecen un país templado, dialogante y alejado de extremismos. Las causas perdidas tienen un indudable encanto, pero no son simples ensoñaciones románticas, sino oportunidades malogradas. Solemos descubrirlo retrospectivamente, cuando ya no tiene remedio. España ya sabe lo que es desangrase entre extremismos. Por eso debería evitar que el centro desapareciera, apoyando su proyecto de una España que funcione –tal como apuntó Julián Marías- como una “unidad de convivencia”, con espacio para todos y sin estériles radicalismos.