Tras la bola

Hablaremos de tenis, aunque también de viajes, ciudades, culturas y periodismo en primera línea de batalla. Porque hay cosas que no se ven, pero tampoco se cuentan.

 

Un jugador preparado para sacar.

Un jugador preparado para sacar.

Sobrevivir

Esa es la palabra mágica en una jornada como la de este jueves, con nueve españoles jugando (sí, nueve) y Novak Djokovic o Serena Williams también en competición. O lo tienes todo controlado al milímetro (asumiendo que terminará descontrolándose en algún momento del día), o puedes respirar hondo porque lo vas a pasar mal si de verdad te importa el trabajo que haces.


En días así, la organización es básica. No en mi caso, que soy un desastre y ya me gustaría ser la mitad de ordenado que otros compañeros a los que envidio. La preparación de la jornada empieza la noche anterior. Antes de irnos a casa (o a cenar, si tenemos suerte), repasamos el orden de juego del día siguiente (todos los partidos que se disputan) y seleccionamos lo que más nos interesa para nuestras historias del día siguiente. Así, resaltamos con un marcador los encuentros destacados y empezamos a hacernos una idea mentalmente de lo que podremos contar la próxima jornada. Cada vez es más fácil, pero cuando hay más de 40 cruces en un mismo día hay que saber seleccionar bien o acabas (más) loco.


Lo peor que tiene un Grand Slam es que nunca desconectas. Por ejemplo, cuando ayer salí de Roland Garros cerca de la medianoche me dediqué a pensar durante el camino al apartamento donde me estoy quedando (a 10 minutos a pie, hace tiempo que prefiero cercanía a otras cosas, como el centro o unas buenas vistas) qué iba a vender al día siguiente. Es posible que sea un poco agonías, pero me gusta tener cuatro o cinco opciones en la cabeza porque luego la jornada se encarga de ir eliminado temas a su antojo, caprichos del destino.


Las tareas que hacemos a primera hora de la mañana suelen ser las mismas, como una pequeña rutina. Al llegar, vamos hasta un mostrador de prensa que hay cerca de las salas de conferencia (cinco aquí) y realizamos la solicitud de los jugadores que necesitamos en rueda de prensa tras sus partidos. Básicamente, esto se hace rellenando una hoja con el nombre de los tenistas, el nuestro, el del medio para el que trabajamos, el número de nuestro escritorio y otros detalles, como si queremos que la entrevista sea solo si gana (también se puede pedir si pierde). Aquí también podemos pedir entrevistas individuales, aunque es mejor hacerlo por otras vías, y lo digo por experiencia personal. El rango de acierto es bastante bajo usando este método.


Hay jugadores que acuden a hacer prensa sin necesidad de que nadie los pida. Es el caso de Rafael Nadal o Garbiñe Muguruza, que se ha ganado ese privilegio (si es que puede llamarse así) por sus méritos recientes, incluida la pasada final de Wimbledon su puesto actual en la clasificación.


Estar aquí te obliga a aprovechar para buscar historias que no se puedan encontrar desde la redacción, algo que contábamos el otro día. Para escribir el reportaje sobre el Ojo de Halcón y la tierra batida, que se lee en cinco minutos como máximo, necesité hablar con siete jugadores distintos (cruzando los dedos para que ganasen sus partidos y luego les apeteciese hablar sobre el tema, que no tiene nada que ver con el pase de ronda en el torneo), enviar algunos correos electrónicos, informarme sobre el tema, perseguir a un par de entrenadores por la zona de jugadores (con su guardia incluida de media hora) y luego montar el texto de una forma más o menos decente (obviamos que las transcripciones de los sonidos de rueda de prensa).


Por supuesto, no es algo exclusivo mío. El resto de periodistas hacen el mismo trabajo con sus propios temas (que los hay muy buenos) y evidentemente es extensible a cualquier rama del periodismo, no solo a la deportiva. Simplemente, y como casi cualquier cosa en la vida, tras el resultado que le llega al lector (en este caso) hay muchas horas de trabajo y una proceso de elaboración que se cuida con mimo. No es sentarse frente a una página en blanco y ponerse a escribir, ni mucho menos.


Con el resultado final no quedas siempre satisfecho (yo casi nunca), pero si consigues enviar todos tus textos a tiempo, sobrevivir a una jornada así y encima cenar (aunque sea una ensalada cesar) puedes irte a dormir tranquilo. Al menos hasta que suene el despertador y todo vuelva a empezar.