Opinión

El grito

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No podía el cuadro de Munch ser de tanta actualidad. El grito por los migrantes ucranianos, por los africanos, por los mexicanos, por los sirios, el grito para acabar con la pobreza del mundo, por la gran pena de la guerra, que se tercia en Europa, pero también en Oriente Medio, en África.

El grito por los hambrientos, el grito por no poder ser quienes deseamos ser. Un grito que a veces representa también el cine; recuerdo la escena de una película con un grito profundo y fuerte de un actor subido en el techo de un tren, gritando a las montañas y escuchando su propio eco.

El grito por el tráfico de personas, el grito por los asesinatos de mujeres, y también el de los hombres, en la violencia de género. El pintor Munch más actual que nunca, ¿cómo no va a llorar uno por lo que acontece?

Y aquí cabemos todos los seres humanos, menos unos pocos, aquellos que en su representación máxima podrían ser Hitler, o en el momento actual Putin. Lo que no se entiende, lo que hace el dolor más profundo, es ver que sonríen mientras caen las bombas, que no sufren por la muerte que causan o el dolor que impelen.

Y mientras toda esa parte de la humanidad sufriente sea recogida con dolor por la parte que vivimos bien, el ser humano estará salvado, pues Munch en su grito nos representa a muchos, muchísimos, y mientras gritemos por el horror estaremos salvados.

La indolencia de estos traficantes, de estos jefes de estado, lleva a lo peor del ser humano, que también nos hace gritar, porque discernir esos comportamientos nos duele, que haya seres humanos que tomen caviar mientras truenan las bombas en los refugios subterráneos, o las barcazas se hundan dejando tras de sí a ahogados.

Y cuando el grito no tiene color de piel, ni de país, ni de raza, o género, entonces será el de todos, de todos los que queremos que el mundo sea más justo, mientras lidiamos con la inflación, la huelga de los transportistas, las peleas, ¡qué pequeñas resultan! de nuestros políticos. Aquí es cuando la izquierda se junta con la derecha y la derecha con la izquierda. Y no basta gritar "no a la guerra" pues el grito nos debe de llevar a la lucha de las injusticias, del dolor, no podemos quedarnos sentados contemplándolo.

Las familias ya luchan comiendo peor, yendo menos al cine o al parque de atracciones, porque las luchas no son sólo coger un fusil para defender la invasión con bombas de la ignominia, sino también gritar por cosas pequeñas, pues a veces la lucha es interior y eso que parece pequeño visto por otros o poca cosa a uno le puede llevar al suicidio.
No, el grito es por todo lo que nos hace sufrir. Que venga la esperanza después del desahogo porque el ser humano es grande y descubrió América y llegó a la Luna, y ha descubierto todo el código genético y hay hospitales públicos y educación para todos, también buenas carreteras y autopistas y aviones y hoteles con piscina, internet, y móviles.

Sin embargo, gritamos porque este bienestar no es global, ni de todos, porque un ser humano que es capaz de querer a su familia no siente dolor por matar, y eso es lo horrible, por ello debemos de gritar siempre. No caben signos políticos ni naciones, ni religiones, cabe el querer el bien ajeno como el propio, cabe intentar ser buena persona, aunque a veces sea difícil y entonces gritemos, para no dejar de ser quienes somos, quienes sentimos dolor por todo lo que acontece.