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El indulto

Los presos del 'procés' abandonan la prisión de Lledoners. / Efe

Los presos del 'procés' abandonan la prisión de Lledoners. / Efe

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El indulto es la palabra clave en este momento histórico. Hemos pasado de estudiar efectos y formas de actuar contra la Covid-19 a recibir adoctrinamiento de una ley datada en 1870. ¡Qué tiempos aquellos!

Es una medida de gracia que concede el Rey, sancionando un expediente realizado por el Ministerio de Justicia y aprobado por el Consejo de Ministros. Es decir, Su Majestad firma un Real Decreto del Gobierno de España que será publicado en el Boletín Oficial del Estado, como una ley cualquiera. Sin embargo, en esta ocasión, no es nada «cualquiera» ni «vulgar» ni algo que se olvidará en una semana. Se trata de un nuevo golpe de estado contra la ley, la Constitución de 1978 y el futuro de nuestros hijos. Estaremos «a dos velas» a corto plazo.

Los delincuentes, al menos en un principio, deberían significar su asunción del delito, sentencia, pena, arrepentimiento y propósito de enmienda; esto es, intención de no cometer de nuevo los hechos y acciones que originaron la condena. ¿Se dan cuenta que son principios recogidos por los preceptos cristianos católicos? El pecador se arrepiente, hace penitencia y recibe el perdón de Dios. ¡Cuán parecido resulta!

La historia ha cambiado gracias a los votantes de Pedro Sánchez, a quienes apoyaron a Pablo Iglesias —que en su casoplón descansa—; a aquellos que pretenden desmembrar España, si bien son dependientes de manera económica del Estado «central». Una cuadrilla reunida en contra del bien común de los ciudadanos. Encima, varios de esos grupos, se tildan de «progresistas» y «avanzados», cuando el siglo XX ha demostrado la inutilidad del comunismo.

Mientras el golpe contra España desde Cataluña se paró con tibieza y cobardía, casi pidiendo perdón, el actual movimiento desde Madrid está lleno de errores garrafales, cuando no presuntamente delictivos. Ellos, los condenados por sedición, se han reafirmado en múltiples ocasiones de repetir los hechos que les llevaron ante la Justicia. Algunos siguen correteando por la traidora Unión Europea, en países donde otrora se han ocultado terroristas.

El presidente del Gobierno ha vuelto a rendir España entera a un minúsculo grupete del conjunto de ciudadanos españoles. Se desplazó a Barcelona para explicar el indulto a los delincuentes condenados. Cuan presunta estrella de un bastardo monólogo, disertó en el teatro del Liceo sobre la bondad del perdón, olvidando que ellos huyen de esa medida. De hecho, han manifestado la debilidad de España —del gobierno en sí— al conceder el indulto. Ellos quieren, ansían, la amnistía. Incluso el presidente de la Generalidad ha expresado sus objetivos de «amnistía y autodeterminación». En estos momentos sigue en el cargo y carga de responsabilidad. Un elemento con esos fundamentos es el máximo representante del Estado en dicha autonomía. ¿Se puede ser más falso? ¿Por qué oímos ese adjetivo y nos viene a la mente la imagen de Sánchez?

El indulto se ha de solicitar por los penados, parientes o cualquiera otra persona en su nombre, sin necesidad de poner escrito que acredite su representación. Si nos fijamos en la literatura judicial, es tan sensible que, a fin de parecer más seria, ha obviado decir «cualquier perro pichi». Resultaría gracioso, si no estuviera en peligro cierto la nación.

El Tribunal sentenciador deberá hacer informe sobre el indulto. Tras ello, con toda seguridad, el Consejo de Ministros hará caso omiso de lo que diga y enviará para sanción a S.M. el Rey de España tan ignominioso Real Decreto. Ahora bien, ¿está obligado Su Majestad a firmar dicho documento? Si un Tribunal declara ilegal ese documento, ¿son los miembros del Consejo de Ministros una reunión de delincuentes concertados para la comisión de un delito? Ni la mascarilla ni el campeonato de fútbol ni bajar el IVA de la energía eléctrica —¿por qué no se hizo antes?— ni la Covid-19 será suficiente para evitar el cumplimiento de la condena íntegra. ¡Qué novedad!

Los términos judiciales son ajenos a las matemáticas. En este país, las opiniones son como los culos: todos tenemos uno. Cada ciudadano puede discutir sobre fútbol, política, medicina, economía —incluso hay alguno que dice haber escrito una tesis doctoral—, recetas de cocina o acerca de las posibilidades de ganar el cielo a base de berridos. La clase política está tan degenerada que va a obligar a unos delincuentes a ser liberados en contra de su voluntad. ¿Se puede ser más gilipollas?

Pedro Sánchez ha vendido una nación a cambio de alojarse en un palacete, helicóptero, avión «Falcon» y de la destrucción de un partido que ni es socialista ni obrero ni español. Sus afiliados, la base, aquellos alejados de la moqueta y sueldazo, quienes han llevado con orgullo el carnet en la cartera, se han visto traicionados, engañados como los votantes que depositaron su confianza en ese partido y su candidato. ¿Tragarán sapos y culebras con esta medida de gracia? En las urnas lo veremos.

Aprendimos a aplaudir. ¿Sabremos votar? Tarde o temprano, si llegamos.