Opinión

Deshumanización

El famoso parlamento con el río Danubio en Budapest, Hungría.  iStock

El famoso parlamento con el río Danubio en Budapest, Hungría. iStock

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Budapest es hoy una ciudad muerta llena de muertos vivientes que deambulan sin destino. Las prohibiciones del demente que gobierna han sumido a los mayores en el miedo y a los adultos en el silencio de los corderos.

Los años del comunismo amansaron a la fuerza a la población, que resiste y resiste sin oponer resistencia los dictados del ”diktator”. Los rebeldes, los verdaderos rebeldes han optado por la emigración o el exilio.

El cierre de bares y restaurantes, los escasos que permanecen abiertos, dispensan comida para llevar, convierten en toda una aventura ”vegigaria” el darse un paseo por la ciudad, dado que si aparece la física necesidad, no existe donde miccionar.

Para darse uno cuenta del carácter acogedor de la ciudad, muchos bloques de oficinas han clausurado en el hall, los espacios de sentarse, donde algún amigo o familiar escaso, solían esperar la salida de los operarios con los que habían quedado o a quien iban a recoger, sin suscitar ni una queja de los clientes que alquilan las oficinas.

Los colegios de primaria están abiertos, pero los institutos, imparten clases ”online”. El toque de queda es de las ocho de la tarde a las seis de la mañana, y a partir de esa hora los coches de policía patrullan los barrios para verificar que la orden se cumple.

El país está aislado y, salvo razones laborales justificadas, no se puede visitar a los vecinos y se requiere un test que indique uno está libre de mácula si se desea volver al paraíso.

La sensación de claustrofobia hace que muchos de los trabajadores opten por el trabajo presencial, pese a que una parte importante de la población desempeña su actividad laboral desde el hogar.

Las colas han vuelto en un país donde gran parte de los pagos se siguen realizando en las oficinas de Correos, dado que las restricciones de entrada, muy limitadas en todas las instituciones públicas, obligan a los ciudadanos, a esperar a la intemperie en temperaturas que no pasan de los cuatros grados, a que le llegue a uno el turno.

La clausura de los Centros básicos de salud, sólo te reciben bajo cita, y procuran atender telefónicamente o por internet, pone en graves aprietos a los progenitores o familiares que cuidan a los niños o personas que enferman, y tiene uno que enfadarse mucho para lograr que un médico se desplace al domicilio.

La segregación que existe en el mundo rural, hay pueblos donde sólo habitan gitanos, ante el rechazo que sufren por algunos profesionales públicos de base, que se niegan a ir a trabajar a estos destinos, posibilita el que haya municipios pequeños que quedan abandonados a su suerte.

Los letreros de ventas o alquiler de locales, tiendas, oficinas y pisos se han multiplicado y el horizonte dibuja un futuro económicamente bastante negro, en una ciudad en que, a semejanza de Madrid, una parte significatíva de su masa laboral depende del turismo.

Entretanto el principal parque de la de ciudad se llena de edificios estatales, que pretende concentrar, en este espacio verde urbano, gran parte de los museos hoy en palacios muy céntricos, pese al rechazo del municipio, pero manda la corrupción y es preciso buscar una manera fácil de enriquecer a la nomenclatura del partido.

Hungría como España es un país donde se abusa de la limitación de derechos básicos a la población. En la actualidad rige un estado de excepción que ha clausurado todas las actividades de ocio, museos, cines, teatros y salas de música, la coartada, el incremento del número de fallecidos.

Los datos oficiales a 11 de diciembre en Hungría, publicados por el Centro Europeo para Prevención y Control de Enfermedades (ECDC) en casos afectados es de 271.200 y de 6.622 muertes. El máximo marcó 170 fallecidos al día, producidos por la segunda ola de Covid-19, en un país de diez millones escasos de habitantes.

El abandono del sistema de Salud por parte de los políticos, que llevan décadas sin dotar adecuadamente al Sistema Público Sanitario, sin rehabilitar los antiguos hospitales, ni pagar un salario justo a los profesionales, ha producido el envejecimiento del personal médico y de enfermería, los jóvenes prefieren emigrar, y ha puesto de relieve las graves carencias de los hospitales.

La luz mortecina que preside los días más cortos del año, a las tres de la tarde se inicia el poniente, extiende la noche sobre el país y la ciudad queda sumida en el frío y el abandono de lo humano, en las miradas perdidas y en el rumor de un río que no ríe y que presagia un futuro congelado.