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El poder y la falta de meritocracia

Koldo García y José Luis Ábalos, junto a una imagen de la mujer de García, Patricia Úriz.

Koldo García y José Luis Ábalos, junto a una imagen de la mujer de García, Patricia Úriz.

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Corría el año 1974 en una España que, aún, no había conseguido salir de las imágenes en blanco y negro, donde el color parecía una rareza que únicamente era capaz de inundar las calles, sin conseguir traspasar la mayoría de los zaguanes de las instituciones. Un joven ‘botones’, por supuesto de uniforme, formaba parte de la comitiva de una empresa, organizada para agasajar, con ciertos presentes, a los miembros de su Consejo de Administración, debiendo entregar dichos obsequios, por su propia mano.

A la hora del almuerzo, en una casa de comidas lo más barata posible para que hubiera sobrante de las dietas a cobrar por aquella tarea, uno de los otros dos integrantes de aquella peculiar embajada, los cuales triplicaban la edad del muchacho, se aventuraba en afirmar lo peligroso de los años que, entonces, estaban por llegar, diciendo: “Mirad, todos estos marqueses, condes, duques y empresarios, que hoy componen nuestra lista, son ricos y solo forman parte del Consejo de Administración de la empresa en que nosotros trabajamos, como alarde para conseguir la prebenda de una vivienda para determinada persona o resolver la necesidad de alguien allegado de forma magnánima, como por ejemplo el portero de su finca; el problema será cuando lleguen a los asientos del Consejo miembros con altas necesidades personales, suyas o de su entorno”.

Más allá de las afirmaciones de aquel chófer, que bien sabía como había conseguido su propio trabajo; de los asombrados ojos de aquel chico, por entonces aún en su pubertad; y de los cambios de personas y sistemas de elección que se sucedieron en la composición de aquel Consejo de Administración, desde entonces para acá; lo que es evidente es que el poder siempre tiende a rodearse de cercanos y propios, ignorando la meritocracia real, por supuesto, de los elegidos, pero también de los hipotéticos candidatos en base a su mérito objetivo.

¿Era Luis Roldán el óptimo candidato posible para ser el primer no militar en presidir la Guardia Civil, tal como decidió Felipe González en 1982?. ¿Tenía Miguel Blesa de la Parra el perfil profesional, de primer nivel, que se requería para presidir una entidad financiera tricentenaria como Caja Madrid, tal como determinó José María Aznar? Las respuestas son obvias, ya que el tiempo siempre da, y quita, razones.

Pero si una constante se da alrededor del poder es su fijación por elegir, si no en contra de la meritocracia, sí ignorándola, aun intentándose justificar en ella para sus decisiones.

En las pasadas semanas hemos sido testigos de los acontecimientos vividos alrededor del llamado caso “Delcygate”, sobre una supuesta reunión mantenida en suelo español por el ministro de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, José Luis Ábalos, pero entre los focos de la batalla dialéctica a costa de Venezuela, ha pasado bastante desapercibido un nuevo episodio del dueto que juegan entre sí, a lo largo del tiempo, “El poder y la falta de meritocracia”.

El Sr. Ábalos, en uso de su discrecionalidad al frente del ministerio de su competencia, ha maniobrado para que la empresa pública Renfe Mercancías Sociedad Mercantil Estatal S.A. haya incluido en su Consejo de Administración a Koldo García Izaguirre, y alguno de ustedes se preguntará, ¿y quién es ese señor?, la respuesta es que se trata del principal asistente del ministro, acompañándole allá donde vaya, en los horarios que sea necesario; que ha trabajado, principalmente, como vigilante de seguridad y escolta, llegando a haber sido condenado, en dos ocasiones, la primera en 1991, penado con dos años y cuatro meses de cárcel y la segunda en 2011, imponiéndosele una multa de 900 € por haber quedado probada su agresión a un menor de edad en un bar de Pamplona.

Lo más curioso de este caso no acaba con el nuevo consejero de Renfe Mercancías, quien no ha tenido que acreditar ningún conocimiento, capacidad o experiencia previa, para esa designación, sino que, al mismo tiempo que ello ocurría, su propia esposa, Patricia Úriz Iriarte, era seleccionada como “ayudante de secretaria” en el mismo ministerio que dirige el Sr. Ábalos, con un nivel salarial 17, asignado directamente, siendo de los más altos posibles para la titulación académica acreditada por la Sra. Úriz, cuya experiencia laboral se concentra alrededor de diversos puestos en el “sector de las grandes superficies”.

Seguramente el hecho de que hayan coincidido las incorporaciones de ambos cónyuges a puestos de trabajo del sector público relacionados con los asuntos de competencia directa del Sr. Ábalos es solo una casualidad, que ha querido que los procesos de selección meritocrática al respecto se hayan solapado, aunque, si no, siempre se podría aplicar el sentido de la afirmación de Mark Twain de “el cielo se gana por favores. Si fuera por méritos usted quedaría afuera y su perro entraría”, y a lo que se ve la Sra. Úriz, el Sr. García Izaguirre y el Sr. Ábalos profesan esa línea de pensamiento; desde el poder y la falta de meritocracia.