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Cursos de formación

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Erase una vez el ser humano sometido a permanente tratamiento de lo social y económico. A esta especie se le ofreció la oportunidad de evolucionar en igualdad de condiciones que al resto de los seres vivientes que habitaban el planeta. De tal manera que el gorila se apuntó a cursos de formación sobre apareamiento en pareja, fidelidad conyugal y protección hacia los hijos; el pingüino emperador hizo lo propio que el gorila, acabó el curso con nota alta y desde entonces se encarga de incubar el único huevo que pone la hembra hasta que nace el nuevo miembro de la familia.

Y luego fue el lobo, tan feroz y salvaje, pero con una educación tan exquisita en lo referido a la vida familiar y conyugal que no solo se preocupa por alimentar a su pareja después del parto, sino que se encarga del cuidado de la cría y de su entrenamiento en temas de caza y supervivencia. Ahora bien, haciendo valer la paremia de Cervantes: En todas las casas cuecen habas; y en la mía, a calderadas, pues resulta que el muflón común dejó de asistir a clase de formación optando por ser polígamo y ahí le tienen intentando copular con diversas hembras, y si te he visto no me acuerdo. Un auténtico vicioso.

Pero volvamos al hombre, genéricamente hablando, por supuesto. Éste, fijándose en el muflón común, lo tomó como ejemplo. Pasó de los cursos de formación y de todo aquello que no fuera remunerado sin necesidad de esfuerzo alguno. Hay historiadores que aseveran que ya en la época de la prehistoria existía lo que hoy se conoce como prestación no contributiva. Pero sea como fuere y hasta nuestros días, hay que entender que han sucedido unas cuantas cosas. La llegada de las tarjetas de crédito, por ejemplo. A esto hay que añadir lo de la condición humana al servicio de los sentidos: “a vivir, que son dos días”. De manera que el ser humano, huérfano de conocimientos y sin ninguna titulación, desarrolló un par de instintos que el reino animal no posee: la picaresca y la mentira.

Frente a estos singulares estímulos que con el tiempo se han ido adosando al humano cual lapas sobre rocas batidas por el oleaje, llegamos a día de hoy. He aquí que las consecuencias de la nula educación desde épocas remotas afloran con inusitada falta de integración social, como no podía ser de otra manera. Claro está que el ser humano no sujeto a evolución alguna le está salvando del desastre la otra variedad de su misma especie proveniente de una rama inferior: el politicoide afinoide. Esta clase, si bien se conocía de su pasada existencia, hasta hace unos pocos años se les ubicó gracias al Google Maps por zonas de amplia foresta y follaje (con perdón), lo cierto es que comenzaron a incorporarse al mundo del todo por la cara con inusitada fuerza.

Y así es como los primeros pobladores se convirtieron en usuarios de un codiciado elemento bautizado como tarjeta black. Mi inglés, que sin ser bueno, tampoco es de piscifactoría, me dice que se trata de algo negro muy oscuro haciendo juego con el uso dado por ciertos politicoides y afinoides y claro, de tal color de tarjeta, tales gastos por la jeta. Clubs de alterne, o sea, prostíbulos, regalías a discreción, fastos, juergas de mucha gente que esto lo paga el contribuyente, restaurantes, hoteles y gastos varios de difícil justificación.

Y como el homo sapiens formado en la escuela de la picaresca y la mentira es más astuto que nuestros congéneres del reino animal, exceptuando al muflón común, pues basta un set de maquillaje contable o si no una convocatoria anticipada de elecciones autonómicas por parte de doña Susana Díaz que deja sin efecto cualquier comisión de investigación toda vez que la legislatura queda concluida. De manera que se calculan unos 80.000 euros de los fondos de formación que han ido a parar a otros “bajos fondos”. Lo que se conoce por un cuadre de balances al tirón.

Naturalmente que esta práctica de tarjetas black tiene sucursales. El señor Rato, don Rodrigo, que fuera ministro de Economía y vicepresidente de Gobierno del Partido Popular, también tiene lo suyo con las tarjetas de Caja Madrid. Uso fraudulento por valor de 90.000 euros que refiere en gastos de bolsos y otras mercedes que le conducen a la cárcel mediante sentencia firme de cuatro años y medio. Y aquí sale a relucir el desfallecimiento de conciencias cuando doña Esperanza Aguirre, expresidenta de la Comunidad de Madrid, manifiesta sentirse muy apenada, puesto que no cree que las cárceles estén “para 90.000 euros”. De vergüenza.

Como ustedes verán toda esta cepa del delinque es fruto de una enorme falta de educación primaria, es decir, que la especie humana es tan vulnerable y maleable gracias a los ejemplos que emanan de quienes rigen nuestros destinos. Nada que ver con el reino animal, que por suerte apuesta por la familia y el sentido común. Allí, al menos, hay cordura de actos y escuelas de formación sin tarjetas black. Muflón o no muflón, esa es la cuestión.