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Cuando se ejerce de peatón uno se da cuenta de la auténtica exclusión social a pesar de no estar solos. Ser transeúnte te permite escudriñar la parte de asfalto que llama más la atención. Lo cierto es que pasear por las aceras de Madrid te convierten en equilibrista de récord. Sorteas toda clase de mercados de especias. Desde bostas hasta bicicletas. Patinetes, motos y algún que otro fósil de lo que otrora debió ser una torcaz o similar. De entre toda esta desencajada comparación con el Gran Bazar de Estambul, sobresale la figura de alguien. Un ser humano.

Por cuestión de higiénico anonimato mi personaje de hoy prefiere pasar desapercibido. No me da la espalda, pero su nombre en clave de ficción quiere que sea Plutarco. Detrás de su barba canosa y algo desaliñada se esconde todo un filósofo Quizás por eso se codea con el moralista e historiador griego autor de Vidas paralelas allá entre finales del siglo I y principios del siglo II. Sea como fuere este Plutarco del siglo XXI no deja a nadie indiferente. Duerme entre cartones compartiendo jergón con un perro mestizo de pelo desigual, hocico de largo alcance y tal vez con antepasados ilustres. Fiel compañero guarda con celo las palabras de su amo, hasta el punto en que jamás le interrumpe cuando éste toma la palabra.

-Yo no tengo ningún don especial –me dice. –Fui lo que fui y aquí estoy. Soy feliz. Tengo un perro sin parásitos, y un lugar de acomodo. Soy una persona respetada y respetable –me confiesa. Plutarco fue un buen cocinero, pero es, por encima de todo, una buena persona. Un buen ciudadano español. -La vida no es una ciencia exacta -según dice-, pero es lo que toca. Nos conocemos desde hace tiempo aunque a base de saludos extemporáneos, jamás le he visto perder sus señas de identidad. No pide nada y sin embargo le dan más de lo que necesita –a decir de él- La vida es una mierda si la tomas en serio. El sistema hizo de mí lo que quiso al igual que me hiciera mi ex-mujer. Me dejó por otro y se quedó con la casa. Mis hijos miran para otro lado. Entre todos me dejaron en la calle.

Este no es el único caso ni será el último. La sociedad actual es tan depravada que cualquiera de nosotros puede verse al pie de esas farolas de medianoche envuelto entre cartones. –“He cocinado para gente necesitada e incluso he conseguido segundas oportunidades para erradicar el hambre de muchos”- Se mesa la barba dejando ver unos dedos amartillados por la artrosis. –“La calle es muy dura, pero prefiero esto. Doblas la esquina y no hay más que indiferentes”.

Me siento a su lado y nos ponemos a hablar de los desafectos. Tiene mucha razón. Hay indiferentes a tiempo parcial. –“Estos tienen un pase” –le digo. Luego están los de temporada “nada que objetar” –me apunta él. También están los de medio cuerpo. Pero los peores son los de cuerpo entero. –“Esos son los más preocupantes” –coincidimos los dos en la aseveración. La verdad es que estos sujetos tienen mucho peligro. “Estos últimos son los que prometen y nos hablan de horizontes” –le digo.
¿Hablamos de horizonte? –me inquiere. Ni horizonte, ni futuro. Los ilusos creen que eso de tener abundancia de todo es el futuro. Yo he tenido de todo y mírame. Veo a la gente de este país sin crédito. Se acerca una señora bien vestida, bien peinada y con buen porte. –Buenos días, Plutarco. Deja caer unas monedas sobre su mano –Gracias, doña Leonor.

-No vivo de la caridad, vivo del respeto –apostilla. -La gente me valora por lo que soy, y no por lo que tengo, que no es nada a simple vista- Sonríe con la timidez de una sincera humildad. Su perro hace una mueca, parece darle la razón. -¿Sabes por qué me valoran?, porque les ayudo con una sonrisa- Se toma su tiempo, acaricia la mirada del perro y me da una ligera palmada en mi hombro. –“Vivimos en una época que ha desacreditado prácticamente la totalidad de las instituciones que la sostenían”.

–¿Sabría alguien decirme cuál es nuestro futuro? ¿Alguien tiene un plan? Pues eso. Nos despedimos, doblo la esquina y entro en la fábrica nacional de los indiferentes. No lo son todos, pero abundan y se multiplican de manera alarmante. Son las otras vidas paralelas que nunca se unen ni se encuentran entre sí.