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Novecientos mil

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El camino hacia la dimisión o cese de la tercera ministra en cien días, al ritmo del sonido de las grabaciones de un ex-comisario, hoy en prisión; los indultos que vendrán cuando aún no hay sentencias, ni juicio; el empujón a la permanente campaña electoral, ahora con encuestas del CIS todos los meses; la subida de impuestos que exige Podemos; el informe sobre adoctrinamiento en las aulas de Cataluña, guardados bajo llave, en un cajón por la ministra de Educación de España; un ex-primer ministro francés dejando atrás su pasado para ser candidato a alcalde de Barcelona; fiscales del Tribunal Supremo que imponen su criterio a la jueza que instruye las diligencias de los casos “master” de la Universidad Rey Juan Carlos, pero solo en el caso del líder del PP, Pablo Casado; la celebración del 1-0, un año después, con el desobedecimiento, de nuevo, del Parlament de Cataluña, manteniendo como diputados a los inhabilitados por el juez Llarena, etc…

Y mientras todo ello sucede en el interior de nuestras fronteras, se nos sobrepone la realidad paralela de Pedro Sánchez con su agenda internacional, a medio viaje entre Salzburgo, Paris, Quebec y New York, con escala doméstica en Aldeanueva de Cameros (La Rioja) para asistir a la boda de su cuñado a bordo de un helicóptero “Super Puma 402” del Ejercito de España, sufragado con los impuestos de todos; dispuesto a prorrogar los presupuestos de Rajoy para alcanzar el 2020 en Moncloa y ampliar su colección de fotos con líderes de todo el orbe.

Con el mundo dando muestras constantes de egoísmo y falta de solidaridad, empezando con el Reino Unido, cuyo Brexit revela la única causa de su origen: el interés por el mercado común para capitales y mercancías, pero no para personas; mientras Salvini se enseñorea de la nueva Ley que lleva su nombre, aplaudido desde Hungria y Austria, cuyo único objetivo es mantener a los inmigrantes lejos de las costas italianas. A la vez que EE.UU. y China, las dos principales potencias económicas del planeta, marcan como territorio de su guerra los centros comerciales del mundo; con Donald Trump provocando carcajadas en la Asamblea General de la ONU al presumir de los logros de su mandato en la Casa Blanca.

Todos estos hitos son el contenido de las cabeceras de los periódicos de nuestro mundo y mientras ello sucede la tozuda realidad se sigue imponiendo y la desigualdad crece sin parar, con dolorosos ejemplos como la cifra con la que se titulan estas líneas: novecientos mil, esos serán los niños que morirán este año en el mundo víctimas de una enfermedad como la neumonía, perfectamente prescrita y con medicinas totalmente efectivas para su tratamiento, cuyo coste por individuo es de, tan sólo, veinte céntimos de euro, que incluye comprimidos de amoxicilina y un dispositivo para contar las respiraciones, además de la dedicación y entusiasmo de más de treinta y ocho mil personas que colaboran para extender el plan ARIDA, liderado por UNICEF, fondo, cuyo programa y origen está en esa misma ONU a la que se dirigió Donald Trump presumiendo de los logros del ultraproteccionismo de su política.

Lo más doloroso es que esos niños, que ya no serán adultos, nunca llegarán a las fronteras de ningún país para buscar un mundo mejor, aunque los Salvini, Trump u Orban de turno, seguirán personificando el origen de sus propios problemas en algún lugar de África o del Asía meridional (Nigeria, Congo, Etiopía, Angola, Chad, Pakistan, Yemen, Nepal o India).

¿Seremos capaces mañana, al abrir el periódico o consultar las noticias en nuestro ordenador, recordar esta cifra de novecientos mil niños muertos en el mundo por neumonía, más allá de las miserias políticas del día a día?.