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"Tierra baja"

Imagen del actor Lluis Homar.

Imagen del actor Lluis Homar.

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Los autores teatrales, a través de las palabras que componen los textos de sus obras, nos hacen llegar el legado de la época de la que fueron parte, estimulando nuestros sentidos a partir de su capacidad narrativa, trasladando a la ficción las historias y realidades de sus momentos vitales.

Ángel Guimerà (1845-1924) fue uno de los máximos representantes de la “renaixença” (resurgimiento) de las letras catalanas a final del siglo XIX, siendo el autor, en 1895, del texto Tierra baja (Terra baixa), una obra convertida en referente más allá del teatro, tanto en formato de ópera, como en producciones cinematográficas. 

Guimerá retrata el drama de diferentes personajes, enredados los unos en los otros. Se entremezcla el amor, con la opresión del poder sobre quienes solo tienen su trabajo, el caciquismo y la pureza, el interés y la inocencia, la búsqueda de la felicidad y el destino marcado con tintes rojos en la linea del horizonte entre la integridad de la tierra alta y la malicia de la tierra baja.

La historia que nos relata Guimerá, recuerda en más de un momento a Bodas de sangre de Federico García Lorca; la primera transcurre en Cataluña y la segunda en Andalucía, pero la vida que palpita en ambos casos nos lleva a emociones similares. La aparente contención sólo es el envase donde laten las pasiones, desatadas, un momento antes de estallar. 

Lluis Homar está unido, profesionalmente, a esta obra desde su juventud, interpretando el papel de Manelic con, tan solo, diecisiete años, siendo un componente básico de su repertorio, hasta que en 2014 fue reconocido con el Premio Max al mejor actor protagonista con este trabajo. Sintetizó la trama en un monólogo en el que los personajes de Manelic, Marta, Nuri y el senyor Sebastiá (extractados desde los doce originales descritos por Guimerá) transitan por su cuerpo y su piel, con absoluta credibilidad. 

Pau Miró, responsable de la idea de este montaje y de la adaptación del texto, junto con el propio Homar, dirige el espectáculo con mucho tino, donde destaca la escenografía, de Lluc Castells, minimalista pero muy eficaz. Cada elemento ayuda al protagonista en el relato de los hechos, con un movimiento en escena medido hasta el extremo, evolucionando del tono cromático blanco. Queda enmarcada la tierra baja, en el inicio, a los colores naturales de las montañas, con su vegetación dominada por los tonos verdes y marrones, que se adueñan del espectáculo con el sutil descorrer de un telón y unas hojas que invaden las tablas, para situarnos en la tierra alta.

Sin duda el premio Max con el que se reconoció a Lluis Homar por este trabajo es más que merecido, y es un delicia verle transitar de Marta a Manelic y de Nuri a Sebastiá o viceversa, utilizando solo su gestualidad y la entonación de su voz para marcar la diferencia entre unos y otros. Un trabajo de precisión actoral en el que solo abandona la contención en el instante en que su cara queda iluminada por la luz de los focos, consiguiendo un momento sobrecogedor y emocionante, en lo que supone el desenlace de la obra.

Tradicionalmente los grandes actores, más antes que ahora, tenían obras de repertorio en la que sus personajes los tenían tan interiorizados que su dominio de ellos parecía hacer su trabajo algo único. Ese es el caso de Lluis Homar con esta adaptación de Tierra baja en formato de monólogo. Un trabajo de precisión para recordar, que ahora vuelve a exhibirse en el Teatro de la Abadía, de Madrid.