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La aburrida monserga sobre la corrupción

Pablo Casado, durante un acto del partido.

Pablo Casado, durante un acto del partido.

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Se me ocurre estos días que el intento de lapidar a Pablo Casado por su máster, sea éste irregular o no, es tan ridículo y patético como lo fue lapidar a Cristina Cifuentes por aquellas cremas: una persona de acreditada valía política que se ha desperdiciado por la simpleza y cortedad de miras de una ciudadanía en exceso picajosa. ¡Como si nos sobrasen los buenos gestores! Así le va a España. Pues ahora, con Casado, parece que va a ocurrir lo mismo, si bien su valía está aún por demostrar.

Y es que, desde los últimos años, los españoles nos hemos empeñado en construir la casa por el tejado, o sea, en pedirle peras al olmo, sin comprender que, para cosechar peras, el olmo no sirve: hay primero que sembrar un peral; luego, regarlo hasta que crezca; y sólo años después, con suerte, podremos obtener el fruto deseado. Así también, para que el acervo nacional produzca los políticos que demandamos, es imprescindible educar antes a la población, desde niños, en valores cívicos, empezando por nuestro propio ejemplo y sin esperar al de otros. No vale decir: "Oiga, deje de ensuciar la calle usted primero, y después ya veré yo, si eso." Cada ciudadano ha de pulir su propia ética sin cuidarse de la de los demás. Y si, de este modo, sabemos inculcar a nuestros hijos dichos valores -que ahora nos empeñamos, contra toda lógica, en exigir a los de arriba-, entonces, cuando crezcan y en nuestras huertas maduren a millones los ciudadanos ejemplares, sí que podremos reclamar ejemplaridad de quienes elijamos para gobernarnos; pero no antes, porque ellos sólo serán irreprochables en la medida en que la propia sociedad lo sea.

Mas, hoy, ¿quién no ha ofendido a la ética en ocasiones, con tal o cual pretexto, y se ha quedado tan pancho? El que no se llevó a casa un paquete de folios del Ministerio (yo he visto a compañeros llevarse hasta el papel higiénico), usó para fines propios la fotocopiadora del Ayuntamiento; quien no impostó una enfermedad para pedirse una baja, omitió en su IRPF ingresos que no controlaba Hacienda. Un poquito de autocrítica, por favor. ¿Tenemos, de verdad, autoridad moral para exigir total probidad a los de arriba?

Así que toda esta monserga que ellos mismos, más los muy honorables chicos de la prensa, llevan años endilgándonos sobre la lucha contra la corrupción, es en gran medida una bobada... cuando no una hipocresía. Simple cuestión de estadística: los ciudadanos sin tacha escasean mucho y, de ellos, poquitos se dedican a la política. La "honradez media nacional" es la que es y, en el mejor caso, requerirá décadas para mejorar, de modo que ¿de dónde vamos a sacar hoy a esos fantásticos prohombres? Y puesto que no los hay, ¿no será mejor dejarnos de melindres éticos y pedirles otras virtudes? ¿Es peor un apto ímprobo que un torpe íntegro? Lo que hace falta en los puestos de responsabilidad es gente válida, capaz; personas que sepan impulsar la generación de riqueza; buenos gestores que nos traigan prosperidad; aunque se corrompan, sí.

Viene aquí a cuento esa sabia frase proverbial: "¿qué tendrán que ver los cojones para comer trigo?" Pues eso mismo: ¿qué tendrá que ver la cleptomanía, o hacer peyas en la carrera, con la capacidad de gestión? Quien trapichea en un máster puede que coheche cuando tenga un cargo importante... o puede que no. Una ética dudosa en cierto asunto menor, o en el pasado, no tiene por qué significar inmoralidad a otros niveles. Uno puede haberle firmado jornales falsos a un olivarero sin que ello suponga que, sentado en un escaño azul, vaya a robar los millones a espuertas. ¿Quién sabe?: igual resulta que, llegado el caso, prevarica quien jamás rompió un plato. Pero aunque lo haga -y es aquí donde quería llegar; donde por fin llego-, dudo mucho que precisemos de gobernantes intachables antes que de buenos gestores. En el fondo, si quienes ocupan esos cargos lo valen, si son útiles para la economía, entonces su ética es secundaria, un problema a resolver cuando ya nademos en la abundancia; pero, mientras, vengan esos políticos deshonestos que roban mucho y crean ríos de riqueza, ríos donde todos los demás podamos también robar mucho y, así, vivamos todos mejor.