Opinión

El coste de la mesura

Mariano Rajoy y Carles Puigdemont, en la Moncloa, en una imagen de archivo.

Mariano Rajoy y Carles Puigdemont, en la Moncloa, en una imagen de archivo.

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Según la Real Academia de la Lengua Española la mesura se define como "moderación, comedimiento, cortesía, respeto y demostración exterior de sumisión". Bien es sabido, porque no ha parado de repetirlo, que la mesura es la actitud elegida por Rajoy en los últimos años para frenar el golpe de estado en Cataluña. En principio, no parece muy apropiado enfrentarse a un acto de fuerza contra el Estado utilizando ninguno de los sinónimos que se detallan en el diccionario como explicación a la mesura. Un acto de fuerza parece requerir, más bien, actitudes como la determinación, la valentía o el coraje para poder afrontarlos. Pero, ¿cuáles son los costes y las consecuencias de la mesura de Rajoy ante el desafío independentista?

Primero: la humillación.

En vez de con mesura, Rajoy debió intervenir con valentía, determinación y coraje desde el primer momento, cuando el 9-N el golpe de Estado protagonizó su primer ensayo de referéndum ilegal. La humillación que sufrimos todos los españoles viendo votar a Artur Mas, cuando Rajoy había prometido que no habría referéndum, habría hecho dimitir a cualquier líder europeo.

Segundo: la inseguridad jurídica.

La excusa para actuar con mesura (o sea, para no actuar) fue siempre que los independentistas solo hacían actos políticos y no había ningún documento legal que permitiera encausarlos. La imagen de todo el Govern firmando la convocatoria del segundo referéndum, tras pisotear los derechos de la oposición, hizo que muchos ciudadanos se preguntaran: ¿y si a estos delincuentes no se los persigue por qué yo tengo que pagar impuestos o respetar las leyes?

Tercero: la ruina.

Como consecuencia de la inseguridad jurídica cerca de dos mil empresas han abandonado Cataluña y el turismo se ha reducido en un 30%. Si no se tiene claro que se cumplen las leyes o qué ley es la que está en vigor (recordemos que el Parlament aprobó su propia legalidad al margen de la Constitución) entonces las empresas huyen para proteger a sus inversores, empleados y clientes. Pero este efecto pernicioso no sólo perjudica a Cataluña, sino que daña la imagen de toda España como país para invertir, e incluso puede desestabilizar el Euro.

Cuarto: la imagen internacional de España.

Permitir el segundo referéndum el 1 de octubre, confiando su paralización a unos mozos de escuadra dirigidos por comisarios políticos del régimen independentista, es de tal torpeza e ingenuidad que hasta cuesta trabajo creerlo. Y viendo el bochorno, ponerse a dar porrazos a los votantes ante todas la cámaras de televisión, proyecta una imagen de España de país opresor y poco democrático. Hay que ser inútil, justo el relato que buscaban los independentistas.

Quinto: el ridículo.

La comparecencia de Rajoy, tras el referéndum del 1 de octubre, diciendo que no había habido referéndum solo cabe de calificarla de espantoso ridículo. Los dos millones de votantes, las urnas, las papeletas y la imagen de Puigdemont votando en televisión, pusieron en ridículo, no solo a Rajoy, si no a toda España.

Sexto: el riesgo de desintegración.

Y con la mesura como estandarte se ha llegado a permitir que el Parlament declare la independencia de Cataluña, y aún así, los flagrantes delincuentes sigan en libertad. Y mientras Rajoy apela a complicados mecanismos legales para actuar, Puigdemont se escapa delante de sus narices y se establece en la capital de Europa para proclamar un mensaje: "En Europa es posible declarar la independencia de una parte de un Estado y seguir en libertad". Ante lo cual todos los cabecillas de regiones secesionistas de Europa ven posible su causa.

Séptimo: el engaño.

Ahora se quiere arreglar todo convocando rápidamente unas elecciones en una sociedad adoctrinada durante décadas por los nacionalistas. La valentía, la determinación y el coraje hubieran hecho intervenir durante años la autonomía catalana hasta normalizar las instituciones, pero la mesura de Rajoy le hace convocar elecciones para no hacer nada, como siempre, para solucionar el problema de fondo. Es un engaño que las elecciones vayan a arreglar nada, lo más seguro es que vuelvan a ganar los de siempre y encima salgan reforzados. La Real Academia de la Lengua Española debería, en este caso, añadir un nuevo sinónimo a la palabra mesura: cobardía. Y el coste de la cobardía de Rajoy es incalculable, quizás la historia lo pueda evaluar algún día.