El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su comparecencia en Moncloa para hacer balance del año.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su comparecencia en Moncloa para hacer balance del año. Europa Press

España por fascículos

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En la vida, muchas veces, menos es más. Íñigo Errejón, el Ícaro español, intentó advertir sobre esta peculiar circunstancia cuando circunnavegó el proceloso mar del ego de Pablo Iglesias al rechazar su políticamente suicida ocurrencia de integrar Izquierda Unida en la estructura de Podemos, idea que, a posteriori, desembocaría en el falible y desalentador grupo de Unidas Podemos.

Errejón, mucho más ducho en las lides políticas referidas a la intelectualidad y no tan garante del favor de las bases como el patriarca Iglesias, perdió la batalla en las primarias internas del partido, celebradas en el pabellón acreedor del siempre sardónico nombre de "Vistalegre", y fue apartado de la toma de decisiones de primer nivel, en favor de individuos mucho más útiles para el líder y asemejables al estereotipo a menudo imprescindible en política del "perro de presa" (siendo un ejemplo preclaro de ello el ascenso en protagonismo de Pablo Echenique).

El tiempo, no obstante, acabaría otorgando la razón al malogrado Errejón, quien, tras su caída en desgracia y la consumación de su semejanza con personajes históricos que cavaron su propia tumba como Roberpierre o Ruzcavado (léase el artículo Errejón: Ícaro, Ruzcavado, Roberpierre para degustar por completo la referencia), terminaría por apoderarse de la amarga corona de laureles de haber tenido la razón en aquella materia que a la postre se mostraría como el comienzo de la inmolación de su carrera política. Sea como fuere, si Errejón ascendiera de las cinéreas entrañas del mundo apolítico y retornara, cual póstumo rey de Dinamarca, en materia ectoplásmica para dar un consejo a las nuevas generaciones de "servidores públicos" (apelativo sardónico incluso en mayor grado que el de "Vistalegre"), este podría resumirse en una única frase: en ocasiones, menos es más.

Desde hace muchos más años de los estrictamente recomendables (cuyo número es cero), España sufre el gobierno de una persona inestable e incompetente para labores de gestión. Pedro Sánchez es notablemente inteligente, primeramente porque sabe manipular a la perfección a las generaciones jóvenes y conoce cómo sacar partido de un grueso de votantes de mayor edad que lo votarán aunque, en la jornada electoral, comenzaran a llover espadas desde las nubes (fenómeno que podríamos denominar como "sablegénesis explosiva").

Por cierto, una de las características clásicas del psicópata se revela en su capacidad de manipulación de los individuos y las masas y en la posesión de una suerte de carisma superficial; sin embargo, el personaje psicopático no ve a estos seres a los que seduce como seres humanos, sino, más bien, como medios para alcanzar sus propios fines, que son lo único que le importa: su dios particular. Sánchez actúa de manera émula y no por lo extremadamente hábil que es para la manipulación se hace en menor grado predecible. Cualquiera con una conciencia carente de alteración, fanatismo o distorsión podría ver que Sánchez es la mayor amenaza histórica para España y un enemigo del estado que se sitúa en la cúspide del mismo.

Alguien, no obstante, podría tildar mis palabras de exageradas, o pensar que el estilo grandilocuente con el que me he expresado responde a una exacerbación de la realidad o a un mero juego de hipérboles, pero, les aseguro, no es así, y en lo sucesivo les explicaré sucintamente por qué.

Ya ha sido objeto de debate en varias ocasiones en mi producción articularia el egoísmo de Pedro Sánchez, su inteligencia fuera de lo común, su correcto asesoramiento o su manipulación patológica. No obstante, Sánchez tiene un gran punto débil y los enemigos del Estado (sobre todo, pero no exclusivamente los independentistas) se están aprovechando de ello.

Su inmenso punto de débil es que necesita mantenerse en el poder a toda costa y venderá, de ser necesario, a la propia España por fascículos para proseguir en Moncloa. De hecho, lleva mucho tiempo haciéndolo, otorgándoles concesiones intolerables en un estado funcional, tanto idiomáticas como políticas e, incluso, financieras, que están dinamitando el equilibrio económico y social de un país de por sí quebradizo. Los independentistas, que tampoco son tontos (cosa que no implica que sean necesariamente inteligentes, más bien sólo oportunistas) extraen ventaja de esta situación por medio del chantaje continuado.

Sánchez siempre muerde el anzuelo, porque España no es lo primero, el sanchismo lo es. He aquí el porqué de sus continuas quejas, pero de su apoyo frecuente e incondicional in extremis, saben que es significativamente más factible conseguir la destrucción de España cosechando pequeñas victorias y separándose paulatinamente del resto del territorio que derrotando un país fuerte y unido. Saben que, a veces, menos es más. Están llevando a cabo una guerra de desgaste política y, con Sánchez como capitán de nuestro barco, tengan por seguro que nuestro destino yace, como Ícaro, en el fondo del mar.