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Pedro Sánchez no caerá por las mordidas
Las insinuaciones acusatorias de bulos, conspiraciones y persecución judicial orquestadas por la extrema derecha tan repetidas desde el Gobierno empiezan a desprender el hedor pútrido de una narrativa caduca y moribunda.
El núcleo exánime del PSOE no tiene ya manos suficientes para echar balones fuera. La cronificación de los escándalos que a diario vamos conociendo ha llegado casi al punto de normalizarse por el hastío consecuente de su reiteración.
Por enumerar algunos de esos escándalos: tenemos al primer fiscal general del Estado de la democracia procesado por un delito de revelación de secretos; a un exministro que se dedicaba a colocar meretrices en empresas públicas entre mordida y mordida; a Leire, la fontanera folclórica de la España socialista, que se adhirió como peón de trinchera al plan maquiavélico de debilitamiento institucional que Sánchez y su corte llevan ejecutando desde que llegaron al poder; una ley de amnistía cuestionada hace pocos días por la Comisión Europea, que la ve incompatible con el derecho comunitario, la anulación de las penas de inhabilitación y cárcel a los condenados por la mayor causa de corrupción de la democracia…, y así podría seguir hasta agotar la extensión del artículo.
Primero Ábalos y ahora Santos Cerdán. Los dos últimos secretarios de Organización del Partido Socialista han resultado ser parte de una trama de corrupción de lo más casposa y cuyo alcance orgánico e institucional aún desconocemos.
Al más puro estilo marbellí de los noventa, manaban las comisiones por adjudicación de obra pública gracias a la mediación de un portero de discoteca reconvertido, que, lejos de ser la cabeza de turco que todos esperaban de él, ha demostrado saber jugar a esto del crimen organizado.
Pero más allá del latrocinio institucionalizado al que ya estamos más que acostumbrados, cabría preguntarse dónde se encuentra el espíritu abolicionista del que se ha vanagloriado el socialismo y que dice tener como prioridad el fin de la prostitución y la violencia sexual contra las mujeres.
Recordemos que este se autocalifica como el Gobierno más feminista de la historia, y desde que esnifaron el primer gramo de poder no ha habido un solo día en el que no haya quedado en evidencia su podredumbre moral.
El PSOE, encabezando año tras año las pancartas del 8-M y gestionando un Ministerio de Igualdad cuyo presupuesto alcanza los quinientos millones de euros, ejerce un silencio ignominioso cuando descubre que el que fue su número tres ha resultado ser, como muchos otros compañeros de partido, un putero ibérico de los de toda la vida.
La ministra Redondo, más que una condena, ha elaborado una justificación dialéctica estéril del proxenetismo de Ábalos –sin mencionar su nombre, por supuesto– aludiendo a la estructuralidad del machismo, y promete, cinco años más tarde de la creación de su Ministerio y arrastrando estadísticas cuestionables, erradicar esta lacra que no ha sabido detectar ni cuando en su partido se repartían mujeres como si fuesen puro ganado para pasar un fin de semana “discreto”.
Esto se suma a una larga lista de actitudes machistas que desde la izquierda han ido brotando desde que pisaron las instituciones y contra las que no han luchado ni lucharán jamás. Y gran parte de la sociedad muestra una tolerancia a esta obscena corrupción moral al haberse impregnado de ella a golpe de titulares.
Porque, no nos engañemos, parte de la estrategia del PSOE para perpetuarse en el poder es hacer llegar a la sociedad civil a la extenuación informativa, dejando que los sucesivos escándalos fluyan, se entremezclen y así se normalicen sin castigo ni respuesta, siendo finalmente tolerados por el empacho y agotamiento de un pueblo que sufre la colonización y deslegitimación graduales de las instituciones que salvaguardan la democracia y las libertades.
Medios estatales, Judicatura y Fuerzas y Cuerpos de Seguridad conforman la trinidad que Sánchez y su banda organizada decidieron ajusticiar desde antes incluso de llegar al Gobierno, cuando, allá por el 2014, se produjo un supuesto amaño en las primarias en las que nuestro actual Presidente fue elegido secretario general del PSOE.
La corrupción económica pasa a un segundo plano para dar protagonismo a una de carácter ideológico y moral, más dañina y peligrosa pero difícilmente eludible a base de maquillaje y discursos victimistas. A Sánchez, que parece que los problemas le son ajenos, lo sostienen políticamente unos socios de su mismo calado ético, y es por ello que su caída se dificulta más que la de cualquier tecnócrata
. Pero la higiene democrática de un país no es compatible con la falta de escrúpulos de sus líderes. Por eso, y esperemos que más pronto que tarde, Pedro Sánchez caerá.