La Gran Vía, llena de gente.
Mi reflejo hipócrita
Consciente o inconscientemente tenemos tendencia a encajonar a las personas en un papel, estatus social; lo hacemos desde la educación que recibimos en la microsociedad donde nos desarrollamos, el comportamiento de los que nos rodean sin cuestionarlo, la necesidad de aceptar una realidad incómoda aplicando la banalidad del mal. Incluso, lo extendemos hacia nosotros fortaleciendo las propias inseguridades, miedos escondidos en excusas tras excusas para no afrontar la posible derrota en el reto, castrando el potencial que nos acompaña.
¿Qué pasa si fallamos, si no se logra? Siempre tendríamos a favor el coraje de haberlo intentado, lo que creció nuestro ser en aptitudes, fortaleza interior durante la tentativa, lejos de artificios, pompas de jabón mentales. Cuando caes la primera vez aprendes que no pasas del suelo, y levantarse tantas veces como haga falta estará trillado, el autorefuerzo psicológico interior será un hecho. Ahí estriba la verdadera ganancia del proceso.
Vivimos un momento donde se expresa alegremente la idea de construir cadenas de hoteles sobre los cadáveres, mutilaciones, el bombardeo, exterminio masivo de todo un pueblo en Gaza por ser lo que son: mayoría árabe y musulmana. Es una limpieza étnica, un genocidio. Supremacía racial creída, estrategia geopolítica en Oriente Medio, voracidad materialista vs tolerancia hacia lo divergente, anhelo de paz, empatía hacia otro ser humano. Diría que van ganando a pasos agigantados los primeros.
La pregunta importante es, ¿qué hace el resto del mundo?
Llorar, mostrar tristeza, exteriorizar emociones se recibe como un signo de debilidad. Comportarse amables, generosos, honestos se confunde con estupidez, mientras, atribuimos inteligencia al saquear, engañar, aprovecharse del esfuerzo, las capacidades de otro. ¿En qué momento llegamos a este punto masivamente? Tanto que también es así desde las instituciones públicas que deben protegernos, responder a los intereses más elementales, básicos de los individuos.
Existe una creciente desconfianza por todo el planeta hacia la clase política, sin entrar en ideologías, los ciudadanos se alejan paulatinamente de dichos líderes y buscan minisociedades con intereses comunes, o grupos en los que sentirse identificados, aceptados del modo que sea. Es el grito de ese ser social intrínseco al Homo sapiens que explora una salida como cree a su afán de pertenencia, de encajar en manada. Las redes sociales no escapan a este fenómeno. Orientación que puede ser bastante compleja desde posturas radicalizadas, peor si se atizan con violencia, indiferencia ética. La historia de la humanidad nos lo ha mostrado constantemente.
Libertad, la gran prostituida en boca de todos, parece justificar cualquier disparate que se lleve a cabo, sea donde sea. Me pregunto, si realmente ¿alguien se siente libre de las fuertes cargas económicas que le persiguen? ¿De manifestar lo que piensa sin coacciones o el temor a juicios inquisidores? ¿De moverse libremente, sin restricciones hasta en su propio país de origen? ¿De mostrarse diferente a lo que se espera, se reconoce socialmente como válido?
En sociedad nadie es completamente libre, solo puedes serlo de verdad, dentro de ti, entonces proyectarlo como puedas.
Este escrito contiene mucho de mí como ser social que soy, no escapo a ello. Las líneas son simplemente un sencillo, humilde ensayo de luchar contra eso, mi "hipócrita, brutal reflejo".