El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la vicepresidenta tercera y ministra para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, Sara Aagesen, a su llegada a la sesión de control al Ejecutivo, este miércoles.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y la vicepresidenta tercera y ministra para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, Sara Aagesen, a su llegada a la sesión de control al Ejecutivo, este miércoles. Efe

Fiat Memoriam

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El pasado 28 de abril la sociedad española vivió un suceso relevante. Dentro de la sala de máquinas de la memoria colectiva se plasmó la impronta de una vida sin luz ni internet, carente de los acostumbrados lujos con los que se alhajan los dedos de la existencia cotidiana.

Lejanas permanecen las reflexiones filosóficas metafísicas y, en plúrimos casos, vacuas: el fallo generalizado del sistema eléctrico hizo mella material en toda la población y nadie debería mirar con indulgencia la circunstancia segundomundista que aquejaron los ciudadanos de una manera ajena a su control.

Alguien, por descontado, habría de pagar por el sonrojante espectáculo, mas el Circus Maximus de la clase gobernante ibérica prosigue en su huida desbocada hacia adelante, repartiéndose las culpas en una orquestada farsa para desviar la atención de cualquier prendimiento de responsabilidades y dejando a la demografía estupefacta, entre los montes Aventino y Palatino, y con el deseo cada vez más fuerte de que los carros de esta paupérrima adaptación a la realidad de Juego de tronos terminen por desbocarse del todo y se estrellen.

Allende los mares, en la América Hispana, actuaban con sorpresa al desbrozar las desde su óptica hiperventiladas reacciones de los españoles ante un apagón que, para sus deficientes sistemas de distribución eléctrica, no era una anomalía. No obstante, nuestros correligionarios transatlánticos ignoran que España, nación situada en el corazón de la UE y que se precia de pertenecer al primer mundo, no está cortada por el mismo patrón socio-económico que sus repúblicas; aunque sí existe una similitud incontrovertible entre hispanos: el sistema político.

Lo atinente a la elusión de responsabilidades y al interés privilegiativo del "servidor público" (adjúntense imaginariamente incuantificables comillas) por mantenerse a toda costa en su puesto y lucrarse del contribuyente hermana más a la progenie americana y al español que el compartir lengua o religión.

Resulta en una titánica estupefacción que, tras casos de emergencia pública como la pandemia, las inundaciones en Valencia o el flamante apagón, no exista ni el más mínimo interés por parte de la clase política por emitir disculpas.

Una rendición íntegra de cuentas debería estar sobre la mesa desde el fatídico período del confinamiento, en el que el gobierno, encabezado por un Mefistófeles embebido en sus delirios monomaníacos de pervivencia en la presidencia, ejecutó un plan de acción ineficiente que resultó en la que fue estadísticamente la peor gestión de la epidemia realizada entre todos los países de la OCDE (puesto que la relación porcentual entre la densidad demográfica de España y el número de casos desembocaba en una cifra absurdamente elevada).

Hágase el recuerdo de que la coyuntura agravada que rodeó el Covid-19 y sus empireumáticos estertores no hubiera alcanzado su cota de tragedia de no haberse mantenido el país en completo funcionamiento (a pesar de que Italia registraba en aquellos días preocupantes números de infectados por la enfermedad) para celebrar una festividad propagandística que había obtenido un estatus prácticamente intocable en los años anteriores: el 8-M.

Fiat Memoriam. Todos los que estuvieron involucrados en la prórroga de una normalidad fingida en España para arribar a su bacanal de autoimagen política deberían haber perdido inmediatamente su puesto, mas nadie dimitió.

El escándalo no menguó a partir de la insurgencia del virus, sino que se acentuó inconcusamente con el paso de los meses. La dana que azotó tonantemente el levante halló como respuesta de los altos mandatarios una guerra intestina en la que el intercambio de acusaciones se convirtió, como acostumbra, en una disciplina de excelencia nacional.

Fiat Memoriam. Aquellos dignatarios implicados en la sobresalientemente deficiente gestión del desastre ulterior a las anegaciones en Valencia tendrían que haber abandonado súbitamente sus puestos, mas nadie dimitió.

Según el relato veterotestamentario, primero existió el verbo y, después, Yahvé pronunció la celebérrima sentencia: Fiat Lux. La luz se muestra, desde la génesis de la especie, como la simiente pertinente para la existencia del resto de la creación.

Por un error masivo que ni siquiera se han dignado a aclarar los políticos responsables, España fue privada de tan fundamental bien por más de media jornada, lo que conllevó un caos generalizado en la integridad de los servicios que dependen, forzosamente, del servicio eléctrico, y aun de internet.