Francisco Pellicer, presidente de Legado Expo. Zaragoza
Zaragoza ha reducido su consumo urbano a mínimos europeos, ha renaturalizado sus riberas y ha convertido el agua en identidad colectiva. Pero el desafío no cesa, hay que mirar donde el agua no se ve, mirar debajo de la ciudad: modernizar la red, reutilizar caudales y garantizar la resiliencia de un ciclo artificial que hoy es clave para nuestra vida.
Zaragoza es una ciudad que ha aprendido a convivir con el agua desde la inteligencia y la voluntad. Hubo un tiempo en que vivíamos de espaldas al Ebro y al Gállego, temiendo sus avenidas y soportando la degradación de sus márgenes. En 2008, se produjo un cambio radical en las riberas del Ebro, Gállego, Canal Imperial y, en menor medida, en el Huerva.
La recuperación de las riberas fluviales ha transformado espacios degradados en corredores ambientales y sociales que unen barrios, fomentan movilidad activa y devuelven biodiversidad. El Parque del Agua es el símbolo más rotundo de ese cambio: un mosaico de paisaje, ocio, salud urbana y proyectos ambientales que fueron la prueba de que Zaragoza podía liderar la gestión sostenible en Europa, como se proclamó al mundo en la Expo 2008: el agua como derecho humano, como oportunidad y como territorio vivo.
Además, mientras que en otras ciudades del entorno se superan ampliamente los 180 litros por habitante y día, Zaragoza consume unos 100 litros h/d, situándose entre las ciudades más eficientes de Europa. Eso no ocurre por suerte: es el resultado de una cultura del ahorro consolidada, de buena gestión pública y de una ciudadanía consciente.
En 1997, ECODES puso en marcha el proyecto "Zaragoza, ciudad ahorradora de agua". En aquellos años de trabajo se cumplieron con creces los dos objetivos básicos que tenía el proyecto: la sensibilización de la sociedad zaragozana en particular, y aragonesa en general, sobre la compleja realidad del agua; y el ahorro de esta sustancia vital para todos los seres vivos, incluidos, por supuesto, nosotros mismos.
Pero, mientras lo logrado es admirable, el reto del agua continúa. El desarrollo urbano, las nuevas demandas y el cambio climático que compromete al volumen de agua disponible y acentúa los eventos extremos de inundaciones y estiajes, nos obliga a adaptarnos a nuevos escenarios. Se necesita una red más inteligente, eficiente y circular. Zaragoza ya avanza.
Las pérdidas en la red se han reducido a menos del 10%, una cifra de referencia estatal. La digitalización del ciclo urbano del agua permite detectar fugas casi en tiempo real y anticipar problemas antes de que aparezcan. Las aguas regeneradas empiezan a ser visibles en usos industriales y ambientales; la depuradora de La Almozara experimenta con soluciones más avanzadas para reutilización segura y economía circular.
Queda mucho trabajo. La modernización del abastecimiento debe extender soluciones pioneras a barrios en crecimiento; la gestión del drenaje urbano —con escorrentías contaminantes— requiere un esfuerzo constante; la rehabilitación de zonas inundables, como el entorno del barranco de la Muerte o del bajo Huerva, demanda disciplina urbanística y cooperación política más allá de los eslóganes.
El Parque del Agua, buque insignia del urbanismo sostenible con el agua hasta 2015, se muere por falta de mantenimiento. El ciclo del agua en el parque, demostración ejemplar desde la captación, depuración, utilización en múltiples usos y vertido al medio natural en mejores condiciones que en el punto de captación, está profundamente degradado por el abandono en los 10 últimos años. Si continúa así, el filtro verde, los canales y estanques serán pronto charcas inmundas y malolientes. No podemos despilfarrar el patrimonio.
Por otra parte, hoy vivimos un momento decisivo. Hay sectores estratégicos —como los centros de datos, intensivos en energía y agua— que llaman a nuestras puertas. Y debemos decidir si los queremos, cómo y dónde, y con qué garantías. Porque el futuro económico no puede hipotecar el futuro hídrico.
El agua es un sistema de equilibrios. Un paisaje fértil como la huerta zaragozana, con sus acequias centenarias, produce alimentos, regula el clima urbano, recarga acuíferos y mantiene cultura. Si la desplazamos con asfalto y naves, perdemos mucho más que tomates de cercanía: perdemos defensa ambiental y memoria.
Hay que apostar por la innovación en reutilización, energía renovable asociada al ciclo y ahorro hídrico en la industria. Planificar con rigor la expansión urbanística, alineada con la disponibilidad real de recursos.
Necesitamos que el liderazgo no se quede en los datos del pasado. Que sea una hoja de ruta para la próxima década. Y eso exige algo muy sencillo de decir y muy difícil de sostener: políticas integradas a escala urbana, continuidad en la inversión y valentía en la regulación.
Por eso, esta es una llamada directa a quienes toman decisiones: Zaragoza ya es una ciudad del agua. Lo importante es que siga siéndolo. Y mejor. No podemos permitir retrocesos en ahorro, en depuración, en renaturalización o en justicia hídrica. No podemos abandonar las riberas y los parques. La ambición que nos trajo hasta aquí debe ser la ambición que nos lleve más lejos.