¿Qué fue lo primero que escribiste en tu agenda este septiembre?

Reuniones. Fechas de entrega. Una visita al médico. Un par de recordatorios para no olvidar cosas del trabajo.

Seguro que algo parecido. Pero te hago una pregunta: ¿en qué página has apuntado “llamar a mi padre solo para agradecerle lo que ha hecho por mí”? ¿Dónde aparece “cenar sin prisas con mis hijos”? ¿Y la línea que diga “dar un paseo sin móvil, sin prisa y sin estar pensando en tus problemas”?

Lo urgente siempre ocupa el primer lugar. Pero lo importante, lo que de verdad sostiene nuestra vida, rara vez tiene espacio en los calendarios.

Vivimos en la dictadura de lo inmediato.

Responder a ese correo. Pagar esa factura. Llamar al fontanero. Reunirnos para hablar de un informe que, dentro de un mes, ya nadie recordará. Todo eso es lo que llena la agenda.

Mientras tanto, lo importante está en espera. Como ese amigo que siempre espera tu llamada y nunca llega. Como ese libro que compras con ilusión y que se queda cogiendo polvo en la estantería. Como esa conversación pendiente que pospones porque “no es el momento”.

Lo urgente nos mantiene ocupados.

Lo importante nos mantiene vivos.

Te confieso algo. Durante mucho tiempo, yo también caí en esa trampa.

Creía que cuanto más llena estaba mi agenda, más productivo era. Y cuanto más productivo era, más valía como persona. Hasta que descubrí lo contrario: podía tachar veinte tareas al día y aún así sentirme vacío al irme a dormir.

Porque, ¿de qué sirve responder a todos los correos si nunca respondes a la pregunta de tu hijo: “Papá, ¿jugamos?”?

¿De qué sirve llegar puntual a todas las reuniones si llegas tarde a las conversaciones con tu pareja?

¿De qué sirve tener la agenda llena de citas si nunca tienes tiempo contigo mismo?

Hay una metáfora que siempre me ayuda a recordar esto.

Imagina que tu vida es como un cubo al que le echas agua constantemente. Lo urgente es ese agua: correos, facturas, citas, reuniones. Siempre hay más, siempre parece que si no lo echas ya, el cubo se vacía de agua.

Pero ese cubo tiene pequeñas fugas por abajo. Y por ahí se escapa lo importante: el tiempo con tu familia, las conversaciones profundas, tu salud, tus sueños. Como no presionan, solemos mirar para otro lado sin darnos cuenta.

Podemos pasarnos años preocupados llenando el cubo sin reparar las fugas. Y al final, aunque hayamos estado ocupados todo el tiempo, cuando miramos dentro descubrimos que está vacío.

Nuestra agenda funciona igual.

Y ahora, déjame hacerte algunas preguntas incómodas.

Si tu médico te dijera que te queda un año de vida, ¿qué escribirías mañana en tu agenda?

¿A qué persona echarías más de menos si te dijeran que ya no está aquí?

Si mañana alguien abriera tu cuaderno y mirara tus planes de septiembre, ¿vería una vida vivida de verdad… o solo una lista de cosas que hacer?

No estoy diciendo que lo urgente no importe. Claro que hay que pagar facturas, contestar mensajes y asistir a reuniones. Pero si dejamos que esas tareas sean la brújula de nuestra vida, lo importante siempre se quedará en un “ya lo haré”.

Y el problema del “ya lo haré” es que a veces llega tarde.

A veces ese padre al que no llamaste ya no puede coger el teléfono.

A veces ese amigo al que no escribiste se cansa de esperar.

Así que hoy te propongo un reto muy sencillo: abre tu agenda. Busca un hueco esta misma semana. Y escribe, con bolígrafo, algo que sea realmente importante para ti.

“Cenar con mis padres.”

“Pasar la tarde sin mirar el móvil.”

“Decirle a mi pareja tres cosas que me gustan de ella.”

“Llamar a ese amigo con el que me reí tanto hace años.”

No hace falta más. Un pequeño recordatorio puede cambiarlo todo.

Y esto me ayudó a recordarlo la entrevista por la calle que le hice a Javier Reula. Una persona que sufrió un ictus, se recuperó, y al año le diagnosticaron unos meses de vida por un cáncer avanzado. A día de hoy, han pasado 2 años.

Me dijo “No sé el tiempo que me queda, solo sé que es más del que me esperaba. Y lo único que quiero durante este tiempo, es decirle a la gente que se lo merece que le quiero, darles más abrazos, darles más besos, y hacer que su vida sea más fácil”.

Al final, nuestra vida no se medirá por las listas de tareas que hemos cumplido.

No nos arrepentiremos de las tareas que dejamos sin hacer.

Nos arrepentiremos de las personas y los momentos que nunca nos atrevimos a escribir en nuestras páginas.