Qué arriesgado es adelantar el tecleo en estos meses de estío. Sigiloso entre las multitudes adormecidas por la temperatura, sé que leerán esto en San Lorenzo, patrón oscense y de mi barrio, minúsculo y receptivo. Es tiempo de revisión de enfermedades, de descanso de lo arrastrado durante el curso: como los diagnósticos curan más que los tratamientos, asumo que a estas alturas el PSOE tendrá encerrado o avisado un número cualitativamente indecoroso de sus miembros.
Pero sé que igual que la luna es el sol de los que no pueden dormir por el calor, mirar por la ventana es un ejercicio tan frívolo como adelantarme a los sucesos en esta España mutante, corrupta y frondosa. Una boca de riego, como en las películas americanas, donde uno puede disfrutar del placer del agua fresca, el fondo de la corriente en los electrodomésticos en las habitaciones alquiladas, una extraña forma de cristalizar la paz de las vacaciones.
¿Habrá caído el gobierno? ¿Nos gobernará la derecha? ¿Habremos devuelto el fuego a los dioses y todo el uranio se dispersará entre los trenes abandonados a su suerte? ¿Habrán terminado la gira los Oasis o tendremos que conformarnos con el nuevo disco de Pulp?
Qué envidia cuando recorro la pasión pop que tiene la Gran Bretaña. Estos malvados piratas siguen manteniendo un gusto exquisito por el vinilo, el papel y lo analógico.
En la segunda temporada de Sandman, imágenes para la historia que amenizó mi última adolescencia, Destino, el mayor entre los siete eternos, camina por borgianos senderos en los que la existencia se bifurca mientras sostiene y lee su libro, un libro en el que todo ya está escrito. Qué aburrimiento si fuera así.
Qué tranquilidad para el ansioso, también te digo. La paz negra y nocturna de agosto parece propicia para alimentar el tintero de las historias, pero todo termina en un hechizo perezoso de estrellas, del piso al cielo. Encallado el bolígrafo, escribir de noche, cuando el resto de los oficios, de profesor a crítico, se minimizan.
En tiempos convulsos a los mediocres solo les salva la rueda insana de la inmediatez. No hay permanencia, lo niego todo, lo que me pides y lo que me robas. Y si estas vacaciones de capitalismo fueran pecaminosas, si el oficio contradictorio del funcionariado se comprara con un levísimo aumento en las dádivas. No es que abunden los valientes, faltan los que financian.
Así somos los libertarios. Empapados de nosotros mismos, escribimos mientras escuchamos las mismas canciones, en un intento de detener el tiempo, de abrazar la salud, una colección de momentos, de visiones que nos hacen creer especialmente dotados.
Pienso también en otra segunda temporada, la de Andor, y entre toda esta tragedia política pienso que un día mi hijo tendrá la edad suficiente para entender la trama y quizá, yo ya mayor, la vuelva a ver sin recordar demasiado.
Quizá ahí está contenido lo que merece la pena, un tebeo de Batman, un libro de segunda mano, la arena olvidada en las indecorosas chancletas, el hijo desobediente que se atreve con lo que no te atreviste tú. Esos instantes de ahogo, de pena, es lo único que merece la pena. Lo demás no son palabras, es puro teclado.