Nos encontramos en el mes de mayo. Momento de contradicciones, ya que, al tiempo, cada vez más agradable, que anima a salir y a relacionarse, se le contrapone una situación especialmente más frecuente en los trabajos: una ingente acumulación de retos y exigencias. Mayo empieza con la celebración del trabajador y finaliza sus días con una inexorable rendición. Parece que la vida, en estos momentos, nos avasalla.
He aquí que ofrezco una reflexión necesaria y, como es costumbre, cinematográfica. Wim Wenders, el año pasado, nos presentó una estupenda película titulada Perfect Days. En ella, su protagonista, Hirayama, trabaja como limpiador de retretes, sin más aspiraciones y con una paz interior que le lleva a interesarse por los placeres sencillos. Es decir, contemplar la naturaleza, hacer fotos de los árboles, leer libros y descansar. No repara, en ningún momento, en las obsesiones materiales que nos dominan en la actualidad, sino que se “conforma” con lo que tiene. Valora el trabajo que realiza por el servicio que proporciona y trata, ante todo, de ser justo consigo mismo. Es, en definitiva, caritativo con él y con los demás.
No hace falta decir que recibe miradas extrañas, incomprensión de su familia y cuestionamientos de todo tipo. Vive fuera de la norma, entendiendo que él marca su camino. Es especialmente relevante su situación de soledad. Nadie entiende por qué no busca compañía y que no necesite sentirse respaldado en el difícil trayecto vital.
Y es que Hirayama ha sentido la verdadera belleza de la luz del sol a través de las hojas de los árboles. Esa cálida sensación de felicidad que nos brinda el mes de mayo como oportunidad de celebrar la vida y sentir que todo merece la pena. La velocidad del mundo actual, la constante necesidad de estar interconectados y, lo peor, la dictadura del rendimiento y las respuestas inmediatas en el trabajo, han generado un desasosiego que nos ha hecho perder la perspectiva. Al contrario que Hirayama, no somos capaces de contemplar y de sentir piedad por nosotros mismos.
Y es que tal y como apuntó hace 90 años el profesor Manuel García Morente, “los modos de nuestra vida presente prefieren lo público a lo privado”. En la vida pública, el ser humano se aleja de su propio ser, de su propia identidad, y adquiere una forma que se configura con arreglo a los otros y a la percepción de la esfera pública. La vida privada, por el contrario, es aquella que nos hace encontrarnos con nosotros mismos, la que nos fija el rumbo, la que nos pone frente al espejo y nos muestra el camino de la caridad (nuestra caridad).
En la actualidad, esas barreras, que empezaban a entrelazarse en el siglo XX, se han fusionado con la era de la conectividad plena. Y, en consecuencia, es casi imposible distinguir cuál es la vida pública y cuál es la privada. No podemos estar solos y no podemos encontrarnos con nosotros mismos porque nuestra identidad queda traicionada por una máscara perfectamente diseñada para las redes sociales, en el entretenimiento, o el WhatsApp, en nuestra vida social y laboral.
¿Cómo entregarse al silencio cuando el atronador ruido de la inmediatez y la urgencia nos impide sentir la belleza de la luz de mayo? Pues, probablemente, escuchando y queriendo a Hirayama. Siendo valientes y siendo consecuentes. Como decía el profesor García Morente en su Ensayo sobre la vida privada: “el hombre que sabe escuchar en su alma la voz veraz de su ilusión viviente; el que no consiente en dejarse sobornar por el halago de las comodidades perezosas, con que la vida se envuelve; (...) ese hombre es precisamente el que posee una personalidad auténtica en el pleno sentido de la palabra. Para ser persona no hace falta ser un genio, ni mucho menos. Basta con querer ser lo que realmente se es, sin dejarse sobornar por lo que se dice, se piensa, se cree; (...) basta con tomarse la cuenta de la vida. Pero esta actitud requiere cierto esfuerzo, resolución valerosa”.
Es mayo. Sé valiente. Busca esos “días perfectos”.