—¿Pero qué me vas a preguntar?

—No sé si voy a ser capaz de abrirme tanto, Nacho.

—Es que nunca he hablado de esto…

Esa es la frase más repetida justo antes de que empiece a grabar uno de los episodios de Café con Nacho. Personas que admiras, referentes en su sector, gente que ves desde fuera como fuertes, seguros, exitosos… pero que también dudan un poco cuando se dan cuenta de que esta vez no vienen a hablar de su empresa, de su nuevo libro o de sus logros. Vienen a hablar de ellos. De verdad.

Y es curioso, porque en un mundo donde enseñamos tanto, mostramos tan poco.

Aparecer en Café con Nacho no es simplemente “salir en un podcast”. Es un espejo. Uno que, a veces, devuelve imágenes que ni siquiera el invitado sabía que llevaba dentro.

Al principio, la mayoría vienen con ese pequeño nudo en el pecho. Es normal. No estamos acostumbrados a exponernos sin máscaras. Algunos incluso me dicen que llevan días dándole vueltas, que les da respeto cómo pueden sonar sus propias verdades dichas en voz alta. Como si, al decirlas, ya no pudieran esconderlas más.

Pero después…

Después pasa algo que yo ya he aprendido a esperar.

Se sueltan. Se abren. Cuentan cosas que no tenían previsto contar. Ríen. Lloran. Y cuando termina, se quedan en silencio unos segundos, con los ojos brillantes.

Como si acabaran de dejar una mochila que ni sabían que llevaban encima.

Y ahí es donde comienza la verdadera magia del podcast. Porque la conversación que se ha grabado no es solo para mis seguidores. Es, sobre todo, para ellos.

Porque cuando una persona se atreve a mostrarse sin adornos, gana autoridad. No le hace falta aparentar algo que no es, no tiene que ocultar su parte humana.

Y eso es lo que más me emociona de todo esto: que detrás de cada episodio hay un mensaje de verdad. Uno que les dice a los jóvenes que no hace falta ser perfectos, que está bien tener dudas, que también se tropieza el que llega lejos. Que ser vulnerable no es una debilidad.

Y, por si fuera poco, muchas veces este acto de abrirse va más allá del micro. He recibido mensajes de invitados diciéndome que, tras el podcast, han tenido conversaciones distintas con sus clientes, con sus amigos o con su pareja. Conversaciones de verdad. No sobre números ni estrategias, sino sobre cómo están.

Porque cuando uno se muestra tal cual es, genera confianza. No la confianza profesional, esa que se gana con currículum y éxitos. No. La otra. La que se gana cuando alguien ve en ti a un ser humano y no a un personaje. Y esa confianza es mucho más poderosa.

Pero si hay algo que me ha tocado especialmente en todo este tiempo, es ver cómo muchas personas dicen en el podcast cosas muy bonitas sobre gente de su entorno… cosas que, por el día a día, nunca se habían parado a decirles.

Parejas que me han escrito para decirme: “Gracias. Nunca había escuchado a mi marido hablar así de mí”. O hijos que descubren, por primera vez, lo orgullosos que sus padres están de ellos. O amigos que se emocionan al oír, por fin, lo mucho que significan para alguien a quien admiran.

¿No es triste que necesitemos un podcast para verbalizar lo que sentimos por las personas que más queremos?

Pero también es esperanzador. Porque significa que hay una parte de nosotros que está deseando salir, que solo necesita un pequeño empujón, una excusa, un espacio seguro.

Eso es Café con Nacho.

Un espacio donde no se viene a quedar bien, sino a estar bien.

Donde no se viene a vender, sino a contar.

Donde no se mide el éxito por las cifras, sino por el impacto que dejas en los demás.

No es casualidad dónde grabo mi podcast, ni lo que hago antes (que no se ve), ni lo que hago después (que tampoco se ve), ni la habilidad que he creado para generar confianza con estas personas, ni que los invitados me quieran recomendar a amigos suyos.

Todo está dentro de un gran porqué. Pero eso da para otro artículo más adelante.

Para terminar, si algún día te da miedo abrirte, recuerda esto: tus palabras pueden ser algo que alguien necesitaba escuchar desde hace años. Y puede que por esas palabras tome una decisión que cambie el rumbo de su vida.

Lo más humano, muchas veces es también lo más valiente.

Y tú, ¿cuándo fue la última vez que dijiste algo bonito de alguien? No un simple te quiero mucho. Un agradecimiento real, mirando a los ojos a esa persona y sintiéndolo de corazón.