
Olga, en su huerto en Zaragoza. Zaragoza
Olga, ecuatoriana en Zaragoza: "No venimos a que nos mantengan, queremos sumar"
Su vida, antes de llegar a España hace más de 20 años, estuvo marcada por una intensa labor en la defensa del territorio, la cultura y los derechos de los pueblos indígenas.
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La historia de Olga no se entiende sin su tierra. “Soy una mujer quichua, de la Amazonía Ecuatoriana”, afirma con orgullo. Por eso, ha decidido citarnos en su huerto, a las afueras de Zaragoza, donde muchas de sus verduras ya están listas para ser recogidas. "Es importante conectar con la naturaleza, da mucha paz interior", asegura, mientras revisa con orgullo sus "hermosas" acelgas.
Olga Pineda decidió quedarse en España hace 21 años. No fue una decisión planeada. Como tantas otras veces, ella había viajado desde Ecuador a otras partes del mundo para representar a su comunidad quichua amazónica en una exposición cultural.
De hecho, cuenta con una sonrisa que ha tenido la suerte de "haber recorrido medio mundo difundiendo el valor de las siete nacionalidades indígenas de la Amazonía ecuatoriana". Pero en 2003, tras años de lucha y desplazamientos forzados, sintió que "ya no podía volver" a su hogar.
Casi dos décadas
“Vine con mi tercer niño a cumplir el trabajo que vine a realizar en el Ayuntamiento de Arona (Tenerife)… pero esta vez ya no volví”, explica Olga, con una serenidad templada por la experiencia. Hoy tiene 60 años y es una de las voces más activas de la Asociación Cultural Ecuatoriana del Cóndor, en Zaragoza, que lleva casi dos décadas trabajando por la integración y la dignidad de las personas migrantes.
Su vida, antes de llegar a España, estuvo marcada por una intensa labor en la defensa del territorio, la cultura y los derechos de los pueblos indígenas. Administraba un centro cultural amazónico que daba vida al comercio de artesanías y la gastronomía tradicional. El centro fue incendiado en 2001, según relata, como represalia por su activismo contra las petroleras.
“Defendíamos nuestra madre tierra a muerte”, dice sin ambages. Porque lo que estaba en juego no era solo el presente, sino el futuro de sus hijos. “El Gobierno decía que la tierra no era de nadie, que los indios no sabíamos trabajar. Pero nuestras abuelas nos enseñaron a sembrar, compartir, respetar el bosque. Nosotros proponíamos otra vía: el turismo comunitario, no la destrucción”, reclama.
Años bajo presión
Durante los años 90, Olga y su comunidad vivieron bajo presión. Reuniones clandestinas, amenazas, militares siguiéndoles los pasos. Aun así, formaron una organización fuerte. “Fue una lucha continua, de estudio, de proponer alternativas al Estado. Nosotros no queríamos que sigan sacando el petróleo, queríamos otro modelo”.
Ese espíritu es el que trajo a Zaragoza. Aquí ha seguido tejiendo redes. “No venimos a que nos mantengan, venimos a sumar”, reivindica. Con esa convicción, desde la Asociación del Cóndor han construido puentes entre culturas, han mostrado que la migración no es un problema, sino una respuesta digna ante la injusticia.
Olga llegó a España desde Ecuador en el año 2001. Como muchas mujeres migrantes, vino sola, dejando atrás a su familia con una promesa: “los voy a traer”. Su llegada no fue fácil. Pasó por empleos precarios, jornadas interminables y papeles que prometían derechos que en la práctica nunca llegaron del todo.
Intenta explicar lo convulso que fueron esos primeros pasos en un nuevo país. “Me dijeron que no, que te vamos a dar los papeles, que ni sé cuánto, que ni sé qué, que esto, que lo otro, que no. Todo era muy confuso... al final conseguí que nos dieran los papeles y firmé mi primer contrato.” Pero al poco tiempo descubrió que su jornada completa estaba registrada como media jornada. “Yo quería traer a mis hijos y a mi esposo, pero no me lo permitieron. Me sentí engañada. Y, así, estábamos 260 personas más, no solamente yo”, denuncia recordando aquella experiencia.
Ese descubrimiento coincidió con uno de los momentos más dolorosos de su vida: la separación de su hijo pequeño, a quien tuvo que enviar a Ecuador para poder trabajar en España. “Eso era el dolor del alma”, recuerda. “Ni él quería irse, ni yo quería que se fuera. Solo pedíamos permanecer juntos”, agrega, todavía con dolor.
Con el tiempo y mucho esfuerzo, logró traer a sus hijos. “Me moví a hacer los papeles, cogí un piso, pedí dos préstamos al banco, que me los dieron siendo mujer sola. Y los traje. En 2008 ya tuve la nacionalidad española. Mis hijos también”, rememora.
Pero entonces, otra injusticia marcó su vida. “Trabajé siete años como empleada del hogar, la señora falleció, fui a pedir el paro y me dijeron que lo perdí, porque el paro solo se guarda seis años. Y como empleada del hogar no tienes derecho a paro, no tienes nada", expone.
"Hemos cuidado de vosotros"
Lejos de rendirse, Olga transformó su indignación en activismo. Fue una de las fundadoras del colectivo de trabajadoras del hogar de Zaragoza, que hoy reúne a más de 600 mujeres de distintos países. “Nosotras también somos ciudadanas”, dice con firmeza, “hemos estado cuidando a vuestros hijos, a vuestros padres, y no queréis que estemos aquí. No hemos venido a aprovecharnos, hemos venido a sumar".
Desde el colectivo promueven cursos de formación, apoyo legal, redes de cuidado y concienciación. “Yo he trabajado en atención a domicilio, cuidando a personas solas, mujeres mayores... Son una riqueza, un valor enorme que muchas veces no se valora. Una vez una señora de 99 años me enseñó un baúl lleno de cordeles que hacía desde niña. Me decía que a sus hijos no les importaba, pero para ella era todo. Esas historias hay que contarlas”, asegura.
Además del trabajo, Olga no ha dejado de estudiar. Convalidó el bachillerato, hizo formación profesional en administración, atención a personas dependientes y este año terminará el grado de auxiliar de enfermería. “Porque hay que seguir. Yo no he parado, mis hijos tampoco. Yo soy un ejemplo para muchas mujeres. Estamos echando raíces y esto se está cosechando”, insiste, volviendo a hacer referencia a la naturaleza, siempre presente en su vida.
En sus palabras resuena una convicción profunda. “Aquí no se trata de ideas, sino de avanzar. Aunque tengamos pensamientos distintos, todas tenemos un solo objetivo: salir adelante. Fortalecernos y seguir luchando juntas", concluye.