En momentos de extrema vulnerabilidad del sistema, como el actual tras conocer los escándalos de la corrupción del socialista Pedro Sánchez (y sus compañeros del Peugeot) al frente del Gobierno, merece la pena reivindicar los valores democráticos que han permitido a la sociedad occidental ir construyendo sistemas políticos más justos y legítimos desde hace casi 2500 años.

Esta historia comenzó, más allá de las aportaciones útiles de los presocráticos, con Sócrates y su discípulo Platón, que condensó y reprodujo el pensamiento de este sobre la virtud y el conocimiento a la hora de conformar un estado "ideal". Pero no fue hasta Aristóteles, uno de los discípulos de Platón en la Academia, cuando comenzaron a ponerse las primeras piedras de lo que hoy entendemos por democracia.

Aristóteles -a grandes rasgos- renunció a buscar un sistema político ideal. Puso los pies en la tierra y trató de analizar los regímenes políticos posibles, los reales, como monarquías, oligarquías, tiranías y los primeros modos de democracia, llegando a la conclusión de que un estado "bueno" era aquel que estaba gobernado con arreglo a las leyes.

Así pues, defender el estado de Derecho (basado entre otras cosas en la separación de poderes, configurados durante todos los siglos siguientes por un ejército de filósofos de todo tipo de pelaje y condición), no constituyen palabras vacías. Son la esencia misma de los pilares sobre los que se asientan nuestras instituciones.

Es en este contexto de pensamiento aristotélico sobre la política en el que se establece, aunque no literalmente, uno de los axiomas que nos han traído hasta aquí: la democracia no es perfecta, pero introduce la posibilidad de corregir los errores a la hora de elegir a nuestros gobernantes; una posibilidad que no se da en ningún otro régimen político.

Pues bien, en España ha llegado el momento de corregir el error colectivo de haber permitido a Sánchez -y un PSOE débil- llegar al poder a cambio de chantajes de sus socios de Gobierno. Lo mismo que hace siete años corregimos el error de haber permitido acceder al poder a un partido, el PP, con un tesorero condenado por corrupción. Ni más ni menos.

Para ello, la salud de nuestra democracia depende de que los ciudadanos libremente reflexionen y se den cuenta de que, más allá de sentimientos de tribu (que es lo que son los partidos políticos), qué es lo que les conviene: ¿Un partido vendido cada dos por tres a las exigencias de quienes quieren dinamitar el sistema desde dentro? ¿Un partido dirigido por presuntos puteros y corruptos que traficaban con la obra pública?

Reitero, la democracia permite corregir errores. Pero para ello los ciudadanos deben ser "buenos ciudadanos", no meros palmeros de su tribu. Deben ejercer un espíritu crítico. Deben reconocer los errores y los aciertos de los suyos y de los de enfrente, sin atender a las emociones más primarias. Utilizando la razón, la capacidad crítica y autocrítica.

Está claro que hablo para los votantes y los dirigentes del PSOE, a los que creo conocer después de 25 años de profesión y cientos y cientos de horas de conversaciones muy fructíferas. Estoy convencido de que la mayoría de ellos son personas sensatas, incluso los que han hecho de la actividad política su modus vivendi y tienen otros intereses personales. Y si bien son incapaces de "traicionar" a los suyos, muchos ya están tomando conciencia de que fue un error llevar a Sánchez y los suyos a la Moncloa. Por eso, si no pueden votar al de enfrente, tienen la obligación moral de abstenerse para no seguir siendo cómplices del error.

Sé que para algunos es una quimera, pero no lo debería ser. Yo, a lo largo de mi vida he votado en las sucesivas elecciones hasta cinco siglas completamente diferentes, muchas de las cuales han perdido mi confianza y me han decepcionado. Todos tenemos nuestra ideología, que incluso evoluciona como es normal y saludable. Solo el fanatismo impide el progreso.