El pasado martes -era previsible- fue aprobada la propuesta de cambio que la Federación de Fogueres ofreció a las comisiones, de cara al futuro ejercicio 2022/2023, y en el que el eje de la celebración de la bellea del foc pasa de sus habituales fechas de mayo a noviembre, a partir de la cual puede decirse se va a articular un 'efecto dominó' que estimo aún no ha sido calibrado por las distintas hogueras.

La votación registró un resultado de 126 fotos a favor del cambio, 52 en contra y 7 abstenciones. De entrada, nadie ha advertido que la asamblea suma al completo sobre 220 votos. Es decir, que unos 35 representantes -casi un 15%- mostraron su desinterés por una de las modificaciones de mayor calado registradas en las últimas décadas.

Por otro lado, y a partir de visiones contrastadas, podemos destacar aspectos y detalles de dicha reunión. Por un lado, la inoportunidad de no haber establecido la misma de manera monográfica, evitando lo que algunos denominaron como una desopilante performance del edil de fiestas, que bien podría haberse establecido en una asamblea o convocatoria posterior. Habia tiempo para esa doble posibilidad.

De otro, consignar el hecho perceptible de vivir una cierta vitalidad en la convocatoria. Se sucedieron las intervenciones, algunas incluso apasionadas, que intentaron profundizar en un nuevo calendario, del que en algunos momentos se pudo observar incluso parte de la mesa, una cierta incapacidad para asumir las implicaciones de una modificación de estructura festiva tan profunda.

Asimismo, recordar a sus representantes que cualquier punto del Orden del Día de una convocatoria puede ser desestimado si la propia asamblea lo estima oportuno, no como se señaló por los miembros de la mesa cuando se llegó a plantear aplazar la votación. No había prisa.

Sin embargo, a no pocos de los asistentes, más allá de un cambio que entendían cantado pero que albergó más rechazo del que se podía prever a primera vista, se les quedó el nubarrón de la creciente cercanía con la cita de junio tras dos años de forzada sequía, que será el primero en que se aplicará la ordenanza de fiestas aprobada el pasado diciembre, y cuya obligada aplicación se intuye provocará bastantes controversias.

Parece que este interregno en el que nos encontramos -que, eso sí, se vestirá de forzado y artificioso luz y color con la embajada a Zaragoza del mes que viene- está mermando lo que debería ser una ilusión colectiva con el reencuentro con nuestras fiestas, cuando además nos encontramos a menos de un mes de que nuestra vecina Valencia disfrute de nuevo las fallas.

Lo reconozco, no soy optimista. Esa mezcla de incertidumbre ante la aplicación de unas nuevas normas, va a afectar a no pocas comisiones. Ese cierto miedo -estimo que ya definitivamente infundado- a la llegada de una nueva ola de la pandemia. Esa ausencia de actos previos -que vamos a echar de menos en años sucesivos- Esa sensación de que, tras la burbuja de 2022, las hogueras van a mostrar la faz de la verdadera crisis que se encuentra larvada, aparecen como elementos inquietantes.

Luchemos por sortear estos nubarrones y convirtamos este 'tiempo muerto', este interregno, en la antesala de unas fiestas que logren a base de entusiasmo colectivo revertir esa sensación de apatía, auténtica síntesis de una fiesta como la nuestra, que José María Py definió certeramente como “foc, fum, flama, res”, y que espero no quede marcada, precisamente, por el último de dichos términos.