Hubo un tiempo en el que los grandes partidos políticos podían permitirse líos internos a las puertas de unas elecciones, incluso cuando gobernaban. Hoy, con los márgenes tan estrechos con los que juegan, creo que esa falta de cohesión pasará mucha más factura cuando lleguen los comicios.

La provincia de Alicante es siempre un verso libre, y muchas veces discordante, en el conjunto de la Comunidad Valenciana. En época del PP de Francisco Camps, los populares de Alicante (una mayoría según los resultados de los Congresos) estuvieron más de 10 años en guerra interna mientras el partido arrasaba en las urnas.

El viernes, el PSOE de la provincia de Alicante se vio en una situación parecida a la hora de cerrar los delegados para sus próximos procesos congresuales. Una buena parte del partido, los alineados con Pedro Sánchez frente a Ximo Puig, se quedaron sin representación.

No sería justo seguir sin explicar las diferencias entre ambos procesos. El PP era entonces una máquina de afiliación y el PSOE lleva décadas estancado en militancia. El PP mantenía fuertes pugnas públicas por todo tipo de políticas, no sólo las orgánicas, y la disciplina ideológica de los socialistas está garantizada. Entonces no había Gobierno de coalición y ahora son casi imprescindibles.

Salvando todas estas distancias, los problemas internos, las exclusiones, las políticas de rodillo, sólo debilitan. El éxito de los partidos se debe en buena parte a su cohesión y unidad. Al final de la partida, el que suma, gana; el que resta, pierde. Y son muchos los cadáveres políticos que este PSPV de Ximo Puig va dejando a su paso. Incluso de personas muy válidas y con proyección de futuro que han sido apartados por una simple política de filias y fobias personales.

Lo más curioso de lo que ha pasado en estos días es que la ejecutora de la exclusión de los sanchistas haya sido Ana Barceló, la consellera de Sanidad del Gobierno de Puig. Sobre todo porque Barceló procede de un proyecto esencialmente alicantinista que en su día vio como Puig y el lermismo arrinconaron a las voces libres del PSOE en la provincia. Las que apostaban por un socialismo moderno, por centrarse en las necesidades de las clases medias, los que abogaban por una defensa sin fisuras del trasvase tan necesario para el regadío alicantino...

Barceló dejó esa corriente para pasarse a las filas del todopoderoso Ángel Franco, muñidor de tres décadas de desastres organizativos para el socialismo alicantino y autonómico dependiendo de con quién se aliase en cada momento. Su elección le salvo personalmente y su sumisión a Puig le ha valido para tener un importante cargo institucional mientras que sus compañeros de viaje desaparecían del escenario.

No es el momento de valorar la gestión en Sanidad que ha hecho Barceló, aunque la mayor parte de los socialistas con los que hablo la consideren prácticamente amortizada. De hecho, en estas mismas líneas anticipé que se valoraba la posibilidad de presentarla como candidata de la ciudad de Alicante para darle una salida digna después de todos los incendios que ha provocado.

Lo que sí se puede es valorar el modo en que Barceló ha roto un pacto entre las dos corrientes mayoritarias del partido en la provincia. Por las bravas y sin diálogo. Hubo un tiempo en el que la palabra dada en política era ley. Está claro que hoy no. Pero eso no significa que el que traiciona los acuerdos vaya a salir bien parado. La gente toma nota. Y sobre todo sus líderes, les ponen en la casilla de los "prescindibles" o "sacrificables", antes de que el desgaste se traslade a su persona.