No sé qué hago yo en la, así llamada, conversación pública española. En realidad, no puedo hablar, no puedo decir nada, porque me fallan los referentes. O tal vez yo les fallo a ellos.
O todo está al revés, o yo lo entiendo todo al revés. Yo creo que lo primero, pero podría ser lo segundo (conviene tener siempre una prevención psiquiátrica).
En mi percepción (¿loca, cuerda?) el autodenominado “Gobierno de progreso” es el más reaccionario que ha habido en España desde el de Arias Navarro. Bajo la capa de su pomposo antifranquismo, se ha ejercitado en modos franquistas que no se veían desde Franco, al menos tan desaforadamente: de la propaganda (¡el Nodo!) al caudillismo, del moralismo inquisidor al manoseo de los tribunales, de la priorización ideológica al afán por dividir a los españoles (bajo la misma retórica, por cierto, de la unidad)...
Me he acostumbrado también (ocurrirá de nuevo con esta columna) a que cuando establezco comparaciones como la anterior me salten defensores de Franco, ofendiditos.
Ha ocurrido a propósito de las protestas en Cuba. Cuando, en mi estrategia pedagógica, comparo el castrismo con el franquismo (que es, al fin y al cabo, nuestra dictadura de referencia), no tardan en saltar franquistas protestones. En el fondo es una cuestión odorífica: se impone la tendencia a que la propia mierda huela bien.
Aunque en el caso de Cuba lo mollar es lo que ocurre con los de enfrente: no ya la resistencia a llamar dictadura a la dictadura cubana, sino la abierta defensa de la dictadura cubana porque la consideran una democracia de verdad y no como la española.
Es desesperante, pero aquí estamos: más que en la guerra cultural, en la guerra semántica. No hay acuerdo con los significados y esto significa la voladura del lenguaje. No hay conversación, sino frotaciones de palabras: un perpetuo uso sofístico de ellas, una lucha de poder que no deja ningún resquicio en paz.
Sólo podemos manejarnos por equivalencias, por no volvernos locos (si realmente no lo estamos). Quienes dicen que en España no hay democracia pero en Cuba sí nos están diciendo, al cabo, a quienes entendemos que es al revés, qué entienden ellos por democracia. (Y por presos políticos. Y por exiliados).
Pero esto sólo puede servirnos a nosotros, no a ellos. Hay tribus semánticas enfrentadas entre sí. O sea, que hay emisiones verbales, pero no interlocutores. No sirve de nada tener razón. La desgracia está consumada.