La casualidad ha hecho que me encontrara analizando uno de los acontecimientos históricos más importantes del siglo XX, la toma del Palacio de Invierno, cuando está teniendo lugar el asalto al Capitolio un siglo después, parece que por parte de partidarios del trumpismo.
La cuestión es que, leyendo Memoria del Comunismo, de Federico Jiménez Losantos, da la impresión de que el bolchevismo irrumpe abruptamente en Rusia, sin engranar para nada con la sociedad (civil) rusa, y arrasa con todas sus instituciones a base de desvirtuarlas y corromperlas.
De los libros de Marx, pasando por la cabeza vesánica de Lenin (en donde se mezcla a Bakunin con Marx –para Losantos, el anarquismo también es comunismo–, empujado por el resentimiento naródnik por la ejecución de su hermano Alexander, y aderezado con un tremendo desengaño narcisista-freudiano-amoroso con Plejánov), surge la revolución de octubre como si de una Atenea se tratase saliendo de la cabeza de Zeus.
De repente, la voluntad de poder de Lenin fue capaz de, a partir de esa trastocada idea, envolver a la sociedad rusa y precipitarla, por una serie de carambolas, al infierno social que, según Losantos, representó la URSS.
Nada se dice de la revolución de 1905, que se suele ver como antecedente. Nada de la Primera Guerra Mundial y de las circunstancias sociales que arrastra (salvo para subrayar el oportunismo de Lenin al disponer del puente de plata que le proporciona el káiser).
Nada de la acción del Gobierno Provisional contra los bolcheviques, ni tampoco del caso Kornílov, o de las maniobras de Kérenski al respecto, y todo el juego de amenazas conspirativas, más o menos fantasmagóricas, revolucionarias y contrarrevolucionarias (destitución de Kornílov por Kérenski, para mostrarse más papista que Lenin y así neutralizar el bolchevismo y salvar la revolución de febrero; excarcelación de los bolcheviques, pero también de los centurias negras, etcétera).
Y todo ello con el enemigo alemán a las puertas (las operaciones militares alemanas en el golfo de Riga, con la captura de las islas de Moon, Osel y Dago, a sólo 300 kilómetros de Petrogrado, que además era una olla a presión social, y que contaba con una defensa incierta).
Estas cuestiones permanecen en la sombra en Memoria del Comunismo, como un vago trasfondo, y sólo se destacan, muy esquemática y arbitrariamente, para subrayar el puro oportunismo malvado de Lenin y el bolchevismo.
Para Losantos, el Gobierno Provisional representa "la democracia" y "el Estado de derecho" sin más (sin entrar en los contenidos de esa democracia ni, por supuesto, en la falta de pulso de ese Gobierno), suscitando en el lector la impresión (un lector español que, posiblemente, sea oyente matutino de EsRadio) de que los bolcheviques, en su ambición de poder, sin hacer ascos a ningún tipo de acción criminal, entran en escena, atentando contra la Libertad, la Propiedad y la Vida (así, en mayúsculas, como gusta mencionarlas a Losantos, como si fueran principios evidentísimos que no necesitaran de mayor aclaración), representadas, en la Rusia de 1917, por el gobierno de Kérenski.
Losantos trata, para explicar la situación, de buscar y ahondar en la oscura personalidad de Lenin, metiéndose en unos vericuetos freudo-lacanianos de lo más pintorescos y extravagantes para interpretarla.
Cuando Rusia se dirigía, entiende Losantos, por el seguro camino de una transición desde el zarismo a la democracia (un proceso que había sido iniciado ya en 1861), se interpone de repente el atrofiado cerebro de Lenin y produce esa "terrorífica" desviación que conduce, directamente, al infierno de la sociedad comunista, un camino de no retorno hacia los "cien millones de muertos".
Digamos que la clave de transformación social la pone Losantos más en el "espíritu subjetivo" de Lenin, corrompido por una serie de fantasmas infantiles y juveniles, que en el "espíritu objetivo" (institucional, de fuerzas productivas y de relaciones sociales), que es donde se situaría el propio materialismo histórico para tratar de explicar esos procesos de transformación revolucionaria (y donde, creo también yo, es más adecuado situarlo si no se quiere disparatar).
El análisis psicoanalítico de Lenin que hace Losantos tiene prácticamente el mismo valor, por lo que ambos tienen de arbitraria impostura, que el de un echador de cartas del Tarot.
Según esta concepción, que concibe a Lenin como una especie de deus ex machina, pero para hacer el mal, quiere Losantos "poner en su sitio" a la revolución bolchevique, y en particular a los acontecimientos asociados a la jornada del 25 de octubre de 1917 (uno de esos "diez días que estremecieron al mundo" de Reed), y que culminan con la toma del Palacio de Invierno.
Es el hito que consagra la Revolución de Octubre (como la toma de la Bastilla consagró la Revolución Francesa), y que la propaganda soviética, según Losantos –y esto es cierto–, desfiguró de un modo importante (para empezar en la película Octubre de Eisenstein), pero no más, desde luego, que hará la "memoria" de Losantos.
Pues bien, en este ajuste de cuentas sobre la toma del Palacio de Invierno, Losantos, en su afán desmitificador, se pasa ocho pueblos de frenada y hace del acontecimiento una pura parodia, creyendo él, por supuesto, que está haciendo justicia (que además es justicia final) desde su asiento en el tribunal del fin de la historia.
Entre las páginas 73 y 77 describe la acción de asalto al Palacio, remitiendo al libro de Richard Pipes (que, en efecto, relata muy bien, con mucho fundamento y detalle, la situación previa a la toma del Palacio, y lo que ello significa en tanto que giro de tuerca bolchevique sobre el orden –inestable– salido de la revolución de febrero), pero evacuando, a su vez, su sentido (el sentido del relato de Pipes), cargando las tintas sobre la acción bolchevique como si fuera un acto de barbarie.
Habla del Gobierno provisional, con sede en el Palacio de Invierno, como "Gobierno legítimo" y como la "única institución que representa al pueblo" (cuando el propio Pipes muestra cómo tal Gobierno apenas encuentra ya apoyos) y, a continuación, presenta a los bolcheviques como unos manipuladores que, en su afán de hacerse con el poder, tardan varias horas en tomar el Palacio al encontrarse con una resistencia débil, los cadetes y el escuadrón de mujeres, pero suficiente para plantar cara a los "cobardes" bolcheviques, que se asustan apenas se encuentran "con fuego de verdad".
De un modo timorato, y sobre todo tras la orden del Gobierno de no ofrecer resistencia para evitar que corra la sangre, los bolcheviques terminan asaltando cobardemente el Palacio, ultrajando y violando a las mujeres, saqueando y destrozando sus lujosos interiores, y entrando en las bodegas para emborracharse.
La toma del Palacio de Invierno, en definitiva, se convierte, siguiendo el relato losantiano, en una acción orgiástica, de pura barbarie, que es lo que significa en última –y primera– instancia el bolchevismo para Losantos.
Pero, ¿qué hay de ello, qué hay realmente de tales acciones?
En el propio relato de Pipes (referencia constante para Losantos, pero amoldándolo a conveniencia y que, estando muy sólidamente documentado, carga no pocas veces las tintas en contra del bolchevismo), se afirma que durante la noche, y tras la señal dada desde el Aurora (que abrió fuego a las 21:00 horas, como señal acordada), los defensores del Palacio lo van abandonando ante la falta de apoyos (Kérenski había salido para buscar unos apoyos que nunca encontró), primero los cosacos y, a continuación, los junkers, quedando la suerte de su defensa reducida al batallón de las mujeres y a los cadetes adolescentes.
Cuando el Gobierno provisional se rinde, "las turbas", dice Pipes, "invadieron el palacio cuando este dejó de defenderse. Las bajas totales fueron cinco muertos y varios heridos, en su mayor parte víctimas de balas perdidas. Después de medianoche, el palacio se llenó de una multitud que saqueó y destrozó los lujosos interiores. Se dice que algunas de las mujeres defensoras fueron violadas".
De este "se dice" Losantos saca petróleo para afirmar él lo siguiente: "Los golpistas detuvieron al Gobierno y abusaron de las ciclistas [el batallón de mujeres], primer caso de la siniestra costumbre de violaciones masivas del Ejército Rojo que culminó en los millones de alemanas violadas en 1945, con la pública complacencia del Gobierno soviético y el silencio del feminismo progresista".
Losantos convierte así en un hecho consabido el "se dice" de Pipes, aprovechando que el Pisuerga pasa por Berlín (a propósito del célebre relato Una mujer en Berlín).
En el relato de Losantos, sin embargo, no aparece para nada que, tras los acontecimientos ocurridos en el Palacio, y puesto que "se decía" que esas mujeres habían sido defenestradas, algunas, y todas violadas (Sofía Casanova se hace eco también del rumor), la Duma Municipal designó una comisión para investigar el asunto.
Según cuenta Reed, se atestiguó, a través de esa comisión, que, en efecto, tres mujeres habían sido violadas, y una se suicidó. Pero cargar esa responsabilidad a "los bolcheviques", como hace Losantos, y encima hacerlo "costumbre", es gratuito.
Respecto a los saqueos, al día siguiente el Palacio se convirtió, y se protegió por ello, en patrimonio del Estado (dice Reed, que entró en el Palacio ese día), y al poco se creó una comisión especial de artistas y arqueólogos para tratar de recuperar lo robado, llegando a recuperar, según cuenta Reed, hasta la mitad.
A mediados de noviembre se promulgó un decreto por el que el Palacio de Invierno se convertía en Museo Popular. Las bodegas fueron requisadas, sí, y vaciados los vinos y licores, de tal modo que las alcantarillas se vieron desbordadas con el líquido, lo que suscitó la idea (invitando de nuevo a la rumorología) de que había corrido mucha sangre esa noche. Las borracheras de las que habla Losantos, según el testimonio de Kritchevski, son puro amarillismo, confundiendo lugares y tiempos.
En fin, que de las versiones ofrecidas acerca de lo ocurrido en tal jornada del 25 de octubre, la que ofrece Losantos es la más retorcida en contra del bolchevismo, siguiendo la metodología negra, más propia de la leyenda que de la historia, omitiendo y sobredimensionando lo que le parece, hasta pintar esa caricatura que podemos leer en Memoria del Comunismo.