Salvo que Rajoy coseche abstenciones o apoyos inesperados de los partidos nacionalistas conservadores, alguien le doble el brazo o se la juegue en la votación a Pedro Sánchez, o éste se las arregle para formar una improbable mayoría alternativa, los españoles nos levantaremos el 25 de diciembre, con la resaca y la digestión de los turrones de la Nochebuena, para ir a votar. Eso, los que se encuentren en el lugar donde están empadronados, que en muchos casos no será así. Y como el procedimiento del voto por correo es sólo una pizca menos diabólico que el del tristemente célebre voto rogado que ha expulsado de las urnas a los expatriados, cabe prever que la abstención será copiosa.

¿Es ése el cálculo, o tan sólo se trata de ponerle al reacio y recalcitrante candidato socialista una pistola más en el pecho, que sumada a las que ya esgrimen contra él periodistas, tertulianos y dinosaurios de su propio partido, con el respaldo sotto voce de algún barón preocupado por lo suyo, acabe por doblegar su voluntad o en su defecto propiciar el levantamiento que termine de enviarlo al pudridero de los líderes amortizados?

Que Sánchez se rinda parece poco probable. Hay quien le imputa resentimiento personal, por el revolcón que sufrió su candidatura en la legislatura anterior, en una sesión de investidura que Rajoy se permitió afrontar como un programa de El Club de la Comedia. Y ese mecanismo psicológico no es nada inverosímil, pero hay un motivo más sólido para que resista: cuando estás acosado, el tanteo te es adverso y las cartas esquivas, las reglas del mus aconsejan jugarse el órdago. Ya dice el viejo Sunzi que conviene guardarse del enemigo acorralado.

Si nada de lo inesperado sucede, será en esa batalla del secretario general del PSOE contra la tormenta desatada en su contra donde se ventile la cuestión. A estas alturas parece ilusorio esperar una oferta del por fin emplazado candidato a la investidura con concesiones reales y sustanciales que justifiquen que sus adversarios políticos apoyen o despejen su confirmación en la Moncloa. Se le ha dado a la bola de nieve el máximo diámetro posible y ya rueda ladera abajo. No se avista pacto alguno, todo se fía al derrumbe del rival y si no a las terceras.

Si llegan éstas, prepárense para el duelo sobre quién nos ha infligido el chiripitifláutico episodio de votar entre villancicos. Se forzará el discurso, para subrayar y exponer a la peor luz posible la alevosía del presunto culpable. El PP, por boca de uno de sus menos sofisticados portavoces, García-Albiol, ya ha avanzado que el villano que joroba la Navidad a los niños será Sánchez. Lo que no acierta a ocultar una realidad tan simple como palpable: quienes ha mareado la perdiz hasta clavar la fecha del debate en el 30 de agosto, que desencadena todo lo demás, son Rajoy y su fiel escudera de la carrera de San Jerónimo. Quizá les toque a ellos convencernos de que no pudieron elegir ninguna otra.