Quién nos lo iba a decir. El antepenúltimo párrafo de mi artículo Cuatro horas con Bárcenas -publicado el 7 de mayo de 2013- ha adquirido esta semana una inesperada vigencia. Como si lo hubiera escrito ayer. Resumía la explicación de por qué el ex tesorero me había contado sólo una parte de lo que sabía (y alegaba que podía demostrar documentalmente) y de por qué yo le había expresado mi desacuerdo con esa actitud:
“Bárcenas no quiso concretar más, pero en un momento de la conversación dijo que la divulgación de esos documentos haría “caer al Gobierno” y añadió que daba por hecho que yo compartía su criterio de que “en las actuales circunstancias, lo último que le conviene a España es que caiga este Gobierno”. Yo le contesté que, en cualquier circunstancia, lo último que le conviene a cualquier democracia es estar asentada sobre la mentira”.
He visto muchas piruetas políticas y vitales, pero debo reconocer que una de las que nunca pude imaginar es que el Gobierno a cuya estabilidad estuviera dispuesto a contribuir el ex tesorero del PP fuera uno presidido por Pedro Sánchez y vicepresidido por Pablo Iglesias.
Es verdad que los tribunales hacen extraños compañeros de cama. Con una condena firme de 29 años de cárcel, un horizonte de cumplimiento efectivo de 12 y con su esposa en la misma perspectiva, durante más de siete, a Bárcenas sólo le queda echarse en brazos de la Fiscalía.
Y para que eso le depare algún fruto positivo es condición necesaria, aunque por fortuna no suficiente, que a quien hoy ocupa el poder le convenga. No ya lo que dice que está dispuesto a hacer el ex tesorero -tirar de la manta de la corrupción en el PP-, sino el mero hecho de que lo diga. Y máxime si lo hace durante una campaña electoral.
No hay más que ver la batahola mediática que, a lo largo de las dos últimas semanas, ha resucitado los documentos de la contabilidad paralela que yo entregué al juez Ruz, los mensajes SMS que publiqué en portada y todas las especulaciones sobre los delitos que sin duda se cometieron en la sede de la calle Génova.
Es cierto que llegaba el juicio sobre la reforma de ese edificio con dinero negro. Pero sin nadie relevante, además de Bárcenas, en el banquillo, el asunto hubiera dado muchísimo menos juego televisivo, de no haber sido por lo que María Peral ha bautizado como “amago de confesión en diferido”.
Pero, de igual manera que todo apuntaba hace ocho años a que era “mentira” que Rajoy y su equipo hubieran estado al margen del funcionamiento de la Caja B del partido -y la Justicia ya ha empezado a acreditarlo-, todo apunta ahora a que es “mentira” que Casado y su equipo tuvieran alguna participación en aquellos hechos o en su posterior encubrimiento.
***
No me cansaré de decirlo: nunca apareció la menor mención de ninguno de los actuales dirigentes ni en las conversaciones con Bárcenas, ni en cualquiera de los documentos manejados en mi presencia, incluidos los probablemente sustraídos durante la “operación Kitchen”.
Y, sin embargo, el nombre y la imagen de Pablo Casado no han dejado de ser asociados, ni uno solo de estos días, al escándalo por los medios gubernamentales que, ávidamente, engulleron el anzuelo tendido por Bárcenas y su pícaro abogado, sobre una supuesta “negociación” con “personas muy vinculadas al PP actual”.
Todo apunta ahora a que es “mentira” que Casado y su equipo tuvieran alguna participación en aquellos hechos o en su posterior encubrimiento
Ha dado igual que, en cuanto se comenzó a escarbar, todo quedara reducido a meros contactos entre letrados, como los que habitualmente se producen en todo proceso penal. La bola seguía creciendo, al pairo de la cuenta atrás hacia las elecciones de este domingo que tan negros augurios han suscitado en torno al líder del PP.
Hay dos cosas que aún puede aclarar Bárcenas y ojalá la Justicia logre averiguarlas: cuál fue el origen y titularidad completa de su botín en Suiza y cuándo hubo contraprestaciones -es decir, cohecho- en las adjudicaciones a quienes pasaban por “caja” -en el sentido literal del término- como donantes del partido.
Pero, emerja lo que emerja al respecto, el taxímetro penal seguirá corriendo para el ex tesorero y la culpa siempre recaerá sobre ese PP de Rajoy, Cospedal y Soraya al que derrotaron Casado y García Egea en las primarias y el Congreso de 2018.
¿Qué se les podría reprochar? Solamente haber mantenido a Arenas como senador y no haber trasladado la sede del partido a una mansión sin fantasmas arrastrando tan ruidosas cadenas.
Culpar a la actual dirección del PP de los sobresueldos de hace doce, trece y catorce años, sería lo mismo que haber endosado a Zapatero las tropelías de los GAL, a Sánchez la malversación de los ERE o a Laura Borràs las mordidas del 3%. Pero el teleguiñol lo aguanta todo, si le conviene al equipo de casa.
He ahí la clave: la predisposición de Sánchez y sus colaboradores a intentar sacar de la pista al PP liberal y moderado de Casado, en beneficio del populismo de Vox. Se trataría de inventar un nuevo mapa político en el que el PSOE se convirtiera en el único centro viable entre los extremismos altisonantes de Iglesias y Abascal con sus respectivos corifeos.
***
En lugar de haber aprovechado el brillante papirotazo de Casado al espíritu de la foto de Colón, durante la moción de censura de Vox, correspondiendo a su ejercicio de centralidad democrática con el trato preferente que, en todo caso, merece el primer partido de la oposición, Moncloa y el PSOE han acentuado desde entonces su fría hostilidad hacia el líder del PP.
Es inconcebible que los dos grandes partidos no pactaran los términos del nuevo estado de alarma, que los tres cuartos de hora de la última conversación entre Sánchez y Casado terminaran en nada y que fuera Vox el instrumento para dar vía libre al decreto sobre la gestión de los fondos europeos.
Culpar a la actual dirección del PP de los sobresueldos sería lo mismo que haber endosado a Zapatero las tropelías de los GAL
Sólo cabe la explicación de que el PSOE prefiere perder a su aliado natural en asuntos de Estado, con tal de impedir que se consolide una alternativa política viable de cara a las próximas generales. Es la irresponsable versión 4.0 del “después de mí, el diluvio”.
Es lo mismo que el nefasto Rajoy intentó con Podemos para destruir al PSOE. Y de igual manera que los cómplices de aquella operación monclovita fueron ciertos periodistas de la extrema izquierda, ahora son los pterodáctilos de la extrema derecha, pequeños dinosaurios reaccionarios, que mueven las alas con un único y monocorde dedo acusador, quienes le están haciendo la mitad del trabajo al sanchismo.
Su contribución a la lapidación de Pablo Casado, con todo tipo de epítetos insultantes, ha partido estos días de una manipulación equivalente a la de la falsa “negociación” con Bárcenas.
El líder del PP dijo ante los micrófonos de RAC 1 que el 1 de octubre no estaba de acuerdo “ni con los que decían que se estaba votando en unas elecciones homologables… ni con los que decían que ahí no se estaba votando”.
O sea, que no estaba de acuerdo ni con la farsa indepe ni con el negacionismo de Rajoy y Soraya. Una doble discrepancia que, desde luego, suscribimos aquel día la mayoría de los españoles.
Y añadió una coletilla que ha sido mendazmente tergiversada, al ser presentada como una censura a la intervención policial, frente a quienes impedían cumplir el mandato judicial de retirar las urnas: “Lo que se estaba viendo en la televisión era algo que, en mi opinión, se tenía que haber evitado”.
Sólo desde la mala fe se puede hacer esa lectura, desvinculándola de la anterior crítica “a los que decían que ahí no se estaba votando”. Máxime cuando ante una repregunta específica sobre las cargas policiales, Casado se aferró a la misma idea: “Yo lo que tengo que decir es que eso se tenía que haber evitado”.
O sea, que la condescendencia de Rajoy con el procés debía haberse terminado mucho antes, que el 155 debió haberse aplicado como muy tarde en el momento en que el Parlament aprobó las “leyes de desconexión” de septiembre, que Puigdemont no debió haber llegado al 1 de octubre como presidente de la Generalitat, que Soraya no debió fiarse de la errónea información del CNI sobre la falta de capacidad logística de los separatistas y menos aún, de las promesas de los Mossos de que impedirían el despliegue de las urnas.
No estaba de acuerdo ni con la farsa 'indepe' ni con el negacionismo de Rajoy y Soraya
Es decir, que la cobardía existencial, la miopía política y la torpeza estratégica del Gobierno marianista no debió dejar a las Fuerzas de Seguridad en la obligada tesitura de hacer frente, con el legítimo uso proporcional de la violencia, a una situación-límite en la que el Estado siempre tenía las de perder.
***
“Eso se tenía que haber evitado”. Es lo que pensaba Casado en 2017, en 2018 y lo que piensa ahora. Es lo que siempre hemos pensado muchos, incluidos los que ahora tratan de llenar sus elipsis con una interpretación antagónica a los valores de los que nunca se ha desviado el líder del PP.
Pero en la manipulación del populismo todo vale para favorecer a un partido xenófobo, antiautonómico, antieuropeo e irracionalista como Vox. Seguro que cuando se abran las urnas en Cataluña y se confirme el mal resultado -tal vez pésimo- del PP, arreciará la lluvia de proyectiles para tratar de descalabrar a Casado. No irán contra él, sino contra la moderación integradora que encarna en un PP con Ayuso y con Feijóo, con Almeida y Moreno Bonilla, con Mañueco y López Miras.
Un PP imprescindible para articular un sistema de estabilidad constitucional que evite, en certeras palabras de nuestro subdirector Ferrer Molina, la tentación de “construir desde los extremos porque su solo intento supone marginar a una mayoría”.
Un PP capaz de llamar a la “concordia”, incluso en los momentos más broncos, como hizo Alejandro Fernández, cargado de sensatez y dignidad personal, en el enfangado último debate de La Sexta.
Un PP que, en estrecha sintonía con Ciudadanos, contribuya a desmentir diariamente, desde el centro derecha, la doble necedad con vasos comunicantes y retroalimentación recíproca, de que España “no es una democracia plena” o de que España “es ya una dictadura comunista”.