Una de las cosas interesantes que tiene mi trabajo como profesor de Innovación en una escuela de negocios, aparte del ejercicio mental que supone enseñar esa asignatura en un entorno de alumnos con una diversidad brutal y tremendamente exigentes, es la posibilidad de visitar compañías y hablar de sus estrategias de innovación.

El concepto de innovación corporativa está cambiando de una manera increíble. De ser percibida como una serie de procesos con rentabilidad incierta y un lujo que sólo determinadas compañías podían plantearse, está pasando a ser una absoluta necesidad que condiciona la capacidad de las compañías para atraer y retener talento o para dar forma a la percepción que genera su marca entre los consumidores. Ser percibida como una empresa innovadora hoy supone mucho, muchísimo más que lo que suponía hace unos pocos años.

Para las compañías, plantearse la innovación hoy supone ejercicios cada vez más complejos. Movimientos recientes, como el de la creación de Alphabet como holding que se superpone a la marca Google con el fin de no condicionar excesivamente la innovación en el resto de sus subsidiarias, prueban la importancia del concepto. Hay compañías que llegan incluso a crear auténticas incubadoras o áreas de capital riesgo para así ser capaces de abastecerse de ideas nuevas.

La pregunta es hasta qué punto esas mismas compañías son capaces de crear además bucles de realimentación con respecto a esas iniciativas, para que conceptos desarrollados en sus pequeños laboratorios, a veces externos o independientes, sean capaces de abastecer ideas o conceptos en su empresa matriz.

En muchos casos, eso incluye plantearse ideas con un enorme potencial disruptivo con respecto a la actividad de la compañía: ¿seríamos capaces de imaginar una Napster creada por la división de innovación de una discográfica, o una Airbnb ideada y lanzada desde la división de innovación de una compañía de hoteles? Tendemos a pensar que ideas como esas se vinculan habitualmente a la necesidad: Napster apareció porque un joven quería tener acceso a más música de manera sencilla, mientras Airbnb nació de dos personas que alquilaron camas hinchables en su piso porque no podían pagar el carísimo alquiler en San Francisco.

¿Podríamos plantearnos a directivos de una industria determinada utilizando su experiencia y conocimientos para diseñar el plan maestro que termina convirtiéndose en el mayor causante de una futura crisis que afecte a su compañía? ¿Es capaz una empresa de plantearse trabajar en conceptos tan innovadores que tengan el potencial de generar su propia redefinición, o incluso su propia destrucción? Piensa en la innovación en tu compañía, y pregúntatelo. Si la respuesta es no... preocúpate.