La decisión de Rajoy de reunirse oficialmente con los líderes de Ciudadanos y Podemos, dos partidos que aún no se han estrenado en el Congreso, es la mejor fotografía de la gran transformación política que se ha producido en España. Como acertadamente dijo Pablo Iglesias al término de su entrevista, cuatro años después de haberse constituido, el Parlamento se ha quedado viejo: "Hoy representa a un país que ya no existe".

Bien puede decirse que este viernes ha sido el día en el que la nueva política ha entrado en la casa de la vieja política. Cualquiera que haya seguido las ruedas de prensa de Rivera e Iglesias habrá tenido ocasión de percibir un ciclón de aire fresco en las habitualmente viciadas estancias de la Moncloa. Frente al plasma o las intervenciones escritas, la espontaneidad; frente a las evasivas, las respuestas directas; frente a la limitación de preguntas, la satisfacción por responderlas.

Rajoy ha acertado al iniciar -en contra de lo que ha sido su forma de hacer política- una ronda de conversaciones para intentar cerrar filas en contra del desafío secesionista catalán. No importa que lo haya hecho movido por un afán electoralista. También Rivera e Iglesias utilizaron su paso por la Moncloa para captar apoyo social. El líder de Ciudadanos adoptó un tono institucional para presentarse como futuro "presidente" de un cambio sensato y el secretario general de Podemos aprovechó la mayor sintonía mostrada por Rajoy con Pedro Sánchez y Rivera para reivindicarse como "la oposición".

Que la Moncloa ha improvisado constantemente al plantear estas reuniones se deduce de su cambio de criterio respecto a la conveniencia de invitar a Iglesias, la ampliación paulatina de la nómina de convocados -que ahora ya incluye también a UPyD y Unió- y la diferente cobertura que se le dio a la cita con Pedro Sánchez, que no tuvo ocasión de dirigirse a los medios de comunicación. Y que en Presidencia no satisfizo el protagonismo y la repercusión obtenidas por Rivera e Iglesias quedó partente con la convocatoria de una nueva comparecencia de Rajoy a última hora de la tarde sin nada nuevo que decir. Será difícil encontrar una jornada con tanto trasiego en la Moncloa en los últimos años.

Las entrevistas del presidente con Rivera e Iglesias van a condicionar la dinámica de la campaña electoral. Una vez aceptados como interlocutores y protagonistas indiscutibles de la política nacional es impensable que Rajoy se niegue a incluirlos en los debates electorales. 

Desde que lo hiciera Adolfo Suárez en el 76, ningún presidente había citado en la Moncloa a líderes de formaciones no representadas en las Cortes. En esos tiempos predemocráticos ni Rivera ni Iglesias habían nacido aún. Las dos entrevistas han servido, precisamente, para constatar que hay un mundo entre las maneras de dos treinteañeros que lideran sendas formaciones surgidas de las ansias de cambio de la sociedad civil, respecto de los viejos partidos y sus líderes, acostumbrados a darse relevos durante cuatro décadas. Tienen difícil todavía llegar al Gobierno, pero se han consolidado como aspirantes.