Las comparaciones son odiosas y, en esta ocasión, morbosas. La suerte del fútbol emparejó a Messi y a Mbappé en el mismo escenario con el resultado conocido. En una actuación portentosa, el francés recordó a los grandes galopantes de la historia, al joven Pelé, a Cruyff –el Pelé blanco– o a Ronaldo Nazario, para pulverizar el intento defensivo del Barcelona. Por su parte, Messi volvió a mostrarse -otra vez en un envite de la Champions- errático, apático por momentos, al acecho de una oportunidad que no llegó en la que derramar su clase intermitente.
Al contrario, Mbappé se desplegó vertiginoso y constante, desbordando defensores y desquiciando al sufridor Piqué. Más allá del 1-4, el análisis de las maniobras de cada cual, el campo que cubrían o la velocidad a la que se desplazaban, desvela el inmenso potencial del francés, en la cima de su energía, y al argentino caminando por la senda de la impotencia.
La principal e inmediata conclusión de lo visto manifiesta el abismo del valor de uno y de otro en el fútbol actual, si tenemos, en cuenta, además, las titubeantes actuaciones de Messi en las últimas ligas de campeones. Si el astro argentino no obtuvo un valedor que pagase las cantidades que le desvincularan del Barça el verano pasado, ¿quién lo hará en el futuro? Dicho de otra forma, ¿alguien en su sano juicio cambiaría al argentino por Mbappé?
Leo Messi empieza a ser un genio de otra época, quizás el jugador más brillante de la historia, un talento que se degrada de forma lenta pero perceptible. Los barcelonistas no lo han querido ver, porque a los mitos no se les escudriña, se les respeta. O quizás, porque todos queremos que el héroe permanezca, y los héroes sólo permanecen vistos desde lejos.
Como al fondón Tarzán de las últimas películas –que sólo por su nombre ya eran sospechosas: "Tarzán y la sirena", por ejemplo–, contemplar el desmoronamiento de los ídolos induce a la compasión, y, sobre todo, a la nostalgia. Aunque con seguridad Leo Messi volverá a hacer maravillas -como el rey de la selva salió triunfante de sus últimas aventuras- su presencia intimidatoria, su velocidad de rayo y la confianza que infundía en sus compañeros y la afición se desvanece. Como se desvaneció la figura del joven Johnny Weissmüller, con el torso poderoso y los músculos marmóreos y elásticos de un campeón olímpico.