Hace mil años en el Instituto Cañaveral de Móstoles empezaba una historia marcada por el destino, esos minúsculos giros insignificantes que hacen que tu vida sea una y no otra. El azar, el duende, la primera curva de esta carretera tan sinuosa que es la vida se dio allí, justo cuando el director del Instituto abrió la puerta de la clase en la que estaba un imberbe Iker Casillas y le dijo esa frase que todos conocemos: "Iker, ¿puedes salir un momento?".
Su bautismo en el primer equipo, en aquel viaje a Trondheim, en Champions fue tan abrupto como inolvidable, el chándal le quedaba grande, le temblaban las piernas y las cámaras no dejaban de buscar aquella cara angelical detrás de la que se estaba gestando la historia de un mito.
El año siguiente, en Nigeria, con solo 17 años, Iker levantaba el Mundial sub20 de la mano de su amigo Xavi Hernández. Se estaba haciendo un hombre en silencio.
Casi dos años después, la suerte derrapaba en la segunda curva de la historia del de Móstoles. Bodo Illgner y Bizarri lesionados y el 12 de septiembre de 1999 el Real Madrid visita La Catedral de San Mamés, donde reina un tal Julen Guerrero. A John Benjamín Toshack no le queda otra que poner al joven Iker bajo palos. Tenía 18 años y estaba cagado de miedo. La tinta empezaba a correr en los diarios. A finales de esa temporada, 'El Santo' ya le había "comido la carnada" a la Diosa fortuna y era titular en la octava Copa de Europa del Real Madrid en París.
Dos años más tarde con Figo, Roberto Carlos, Raúl "and company" surcando las olas de Europa apareció de nuevo ese extraño "sino" que ha acompañado al cancerbero siempre. Del Bosque le dio a César la titularidad en la final europea contra el Leverkusen e Iker agitó la varita desde el banquillo. Lesión y cambio. Increíble pero cierto.
Después de que Zidane dejara para la gloria una volea histórica, los alemanes se lanzaron en tromba contra el barbilampiño de 21 años. Iker sacó manos, pies, brazos y piernas antológicas bajo palos y el Madrid alcanzó el Olimpo. Sus lágrimas abrazado a César dieron la vuelta al mundo.
Sus reflejos y paradas imposibles seguían tiñendo los papeles todos los fines de semana. Su carácter, campechano pero directo, le convirtieron en uno de los capitanes del equipo. Hasta que llegó el año 2008 y aquella tanda de penaltis contra Italia. Buffon contra Iker. El acantilado y la gloria. Frente a frente. E Iker cambió el curso de la historia. Ese día, el portero volvió a agitar las estrellas para que el destino metiera una marcha más en la curva. El mensaje venía en una botella: la fe mueve montañas. Cesc corrió hacia ninguna parte para celebrar aquellos instantes inolvidables, pero todo el mundo abrazó a Iker.
Solo dos años más tarde, cuando España perdió contra Suiza el primer partido en Sudáfrica, Iker reunió al grueso del equipo en una partida de pocha y soltó: Aquí hemos venido a ser campeones del mundo así que ya sabéis lo que tenéis que hacer. Nadie contestó. Veinte días después, en Johannesburgo, a medio planeta se nos atragantó la cena durante los segundos en los que Robben se acercaba como un rayo a nuestro Iker, a nuestro 'Santo', a nuestra bola extra. Si alguien podía evitar aquel final era él. Su duende sacó con los dedos el remate y el resto es historia.
Qué más da ahora Mourinho, qué más da su vida, su mujer, su ego, qué más da ahora su manía de cortar la camiseta, sus amistades, su maldita franqueza. Qué más da.
Hoy se ha retirado una parte de la historia del fútbol de este país. En silencio. Sin aspavientos. Alguien que fue capaz de aliarse con la fortuna para poder escribir su destino. Alguien que creyó que todo era posible. Alguien que a menudo recuerda aquellas mariposas en el estómago cuando el director del Instituto pronunció esas palabras mágicas. Iker, ¿puedes salir un momento?