Siempre fue la mejor actriz teatral de su generación. Ahora ha consolidado su calidad sobre la escena con una vocalización precisa, la exacta expresión corporal sin caer en la sobreactuación, la versatilidad para dar credibilidad a los personajes que interpreta. Además, pasa la batería como un misil. Hablo de Celia Freijeiro, que ha hecho una interpretación magistral de Marcela, el complejo personaje de Cervantes en el Quijote.

El público puesto en pie la ovacionó durante varios minutos. Leticia Dolera, que es la inteligencia escénica, la sensibilidad artística, y María Folguera, autora del armazón dramático, con escrupuloso respeto al espíritu y la letra de Cervantes, contribuyeron al éxito de Celia Freijeiro.

Excelente la iluminación de Lola Barroso y Elena Alejandre. Eficaz el vestuario de Marta Murillo. Acertado el diseño de Pablo Chaves. Y aplauso sincero para la gran tarea de Milena Suárez como directora de producción. Seguramente la obra tendrá defectos y la crítica especializada los reseñará. Yo no los he encontrado.

En pocas ocasiones he disfrutado tanto como contemplando 'Marcela', singular obra teatral, a cargo de personas de las nuevas generaciones

“La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos, con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida…”. Esta idea sobre la libertad, tan profunda y actual, la extiende Cervantes lo mismo al hombre como a la mujer, lo que en el siglo XVII era poner una pica en Flandes. Pero Marcela afirma sin veladuras: “Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos”.

Celia Freijeiro ampara la voz de la Marcela cervantina con especial énfasis porque “fuego soy apartado y espada puesta lejos”. La pastora Marcela, en fin, acusada de asesinar a Grisóstomo, se defiende no desde su belleza, sino gracias a su clara inteligencia y a su capacidad intelectual.

[Telefónica 100. Álvarez-Pallete ofreció la gran velada del arte en el Real]

En pocas ocasiones he disfrutado tanto como contemplando Marcela, singular obra teatral, a cargo de personas de las nuevas generaciones. Se representa en el nuevo Teatro Cervantes, instalado en el edificio de la Sociedad Cervantina, número 87 de la calle de Atocha, donde a lo largo de varios siglos funcionó la Imprenta de María de Quiñones y María Rodríguez Ribalde, regentada por Juan de la Cuesta. La primera edición del Quijote (1605) se imprimió en esta imprenta, que hoy se puede visitar.

Los espectadores contemplan en la estancia del siglo XVII, con sus “dos sórdidos ventanucos”, la misma máquina en la que se imprimió el Quijote, el chibalete de época, el tórculo, los punzones y demás utensilios, reunidos todos en el lugar en que, con la presencia habitual de Miguel de Cervantes, vio la luz el Quijote impreso.

[Sebastián Fiorilli: el látigo del amor, a veces hierro, a veces seda]

No se arrepentirá el lector que acuda a la soberbia interpretación de Marcela en el Teatro Cervantes y visite luego, si así lo desea, los lugares históricos en los que despertó el Quijote.

Tal vez no exista en Madrid un espacio con la descarga de emotividad literaria que desprende la Sociedad Cervantina en un edificio de 1586, que se conserva intacto, que fue imprenta durante dos siglos y después hospital y que hoy alberga entre tantas joyas históricas el Teatro Cervantes, una confortable sala para un centenar de personas, especialmente acogedora y singularmente grata.

[Michael Reid. La España de la incertidumbre de un historiador británico]

Un año después de publicar la segunda parte del Quijote, fallece Miguel de Cervantes tras escribir su emocionada, su profunda carta a Lemos: “Puesto ya el pie en el estribo, con las ansias de la muerte, gran señor, esta te escribo. Ayer me dieron la extremaunción y hoy escribo esta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y con todo esto, se me va la vida sobre el deseo que tengo de vivir…”.