En cuanto el calendario anuncia los meses fríos, muchos buceadores guardan sus neoprenos y esperan a la primavera para volver al agua. Otros, sin embargo, hacen justo lo contrario: buscan hielo, temperaturas extremas y el silencio mineral de los lagos congelados.
Es el caso de los practicantes del buceo bajo hielo, una disciplina tan exigente como fascinante, todavía minoritaria, pero que poco a poco despierta curiosidad entre los amantes de lasexperiencias intensas y de la naturaleza en estado puro.
La premisa es sencilla: adentrarse en un mundo sumergido cubierto por una plancha de hielo. La realidad, no tanto. Este tipo de inmersión requiere una preparación meticulosa y una coordinación constante con el equipo en superficie.
No es un deporte para improvisar: la visibilidad puede cambiar en segundos, la orientación se vuelve caprichosa y la salida está limitada a un único orificio en la capa helada. Por ello, la presencia de profesionales cualificados es obligatoria, ya que cualquier despiste puede desembocar en situaciones críticas.
Los riesgos son tan fríos como las aguas en las que se practica. Desde la hipotermia y la congelación del regulador hasta la posibilidad de quedar atrapado por hielo en movimiento, pasando por resbalones en la superficie cuando el equipo —pesado y rígido— se congela al aire libre. Y sí, en algunas latitudes, incluso los osos polares o tiburones pueden complicar la aventura.
Equipamiento extremo para un deporte extremo
Para enfrentarse a temperaturas que oscilan entre los 4 °C y los 0 °C en agua dulce —e incluso temperaturas negativas en agua salada— el material marca la diferencia. Los buceadores emplean trajes secos con ropa térmica interior, combinados con capuchas, botas y guantes específicos.
El lastre es otro aspecto clave: arneses, cinturones con doble hebilla o sistemas integrados aseguran que ninguna pieza se desprenda accidentalmente. A ello se suman equipos de seguridad, dispositivos de flotabilidad, herramientas para abrir el agujero en el hielo y, por supuesto, repuestos de guantes y calcetines para combatir el frío antes y después de la inmersión.
La regla de oro: mantener el calor sin llegar al recalentamiento. El equilibrio térmico es tan importante como la flotabilidad o la gestión del aire.
Aunque pueda parecer un deporte reservado a la Antártida o a los grandes lagos del norte de Europa, España cuenta con enclaves perfectos para iniciarse. Lugares como el ibón de Baños, en Panticosa, o el área de Port Ainé, a más de 2.000 metros de altitud, se han consolidado como escenarios privilegiados para vivir esta experiencia.
Allí, clubes especializados —como Combats o Zuera Sub— organizan salidas y cursos de la especialidad Ice Diver desde hace una década. El lago helado del Balneario de Panticosa, accesible y rodeado de un paisaje sobrecogedor, es uno de los puntos preferidos.
Mientras los buceadores trazan cortes en el hielo, instalan balizas y preparan el acceso, los acompañantes pueden observar todo el proceso desde la orilla. La actividad se convierte así en un pequeño espectáculo: el contraste entre el sonido metálico del serrucho abriendo el orificio y el silencio absoluto que se respira una vez bajo el agua.
Cómo convertirse en buceador de hielo
La legislación española es clara: para practicar esta modalidad se necesita al menos un curso avanzado de buceo (2 estrellas) y la realización de una formación específica con asociaciones como SSI, PADI o CMAS. Se recomienda, además, haber completado el curso de traje seco, indispensable para manejarse con comodidad en estas temperaturas.
Quien ha vivido una inmersión bajo hielo difícilmente la olvida. Los contraluces que se filtran a través del techo helado, las burbujas que rebotan como pequeñas esferas plateadas, la sensación de ingravidez pura y el silencio absoluto —un silencio casi sólido— crean un ambiente que no se parece a ningún otro entorno subacuático.
No se trata solo de bucear: es entrar en un espacio suspendido en el tiempo, donde cada movimiento se vuelve consciente y cada respiración se escucha como un latido amplificado.
Mientras muchos deportes invernales llenan estaciones y pistas, el buceo bajo hielo sigue siendo un secreto a voces, reservado para quienes buscan un desafío distinto. Un deporte extremo, sí, pero también una forma de reconectar con la naturaleza en uno de sus estados más enigmáticos. Quizá por eso, quienes lo prueban siempre regresan.