C. S.
Publicada
Actualizada

Hay un Algarve azul intenso, pero también hay un Algarve verde donde podemos encontrar pueblos que viven al margen de las agujas del reloj y cuentan con joyas increíbles en su patrimonio.

Uno de estos lugares es Loulé, que cuenta con el mercado más bonito del sur de Portugal y uno de los edificios más fotografiados de esta turística región, gracias a su arquitectura pero también a la vida que alberga dentro.

Y es que no se trata de un mercado cualquiera porque su fachada neoárabe, con cúpulas rosadas y arcos de herradura, daba entrada en su día a un increíble palacio rojo y blanco que se ha convertido en un icono del Algarve y en un referente de rehabilitación patrimonial ejemplar.

Castillo de Loulé.

Castillo de Loulé. E. E.

El inmueble fue construido en 1908 e intentó reflejar la herencia islámica del Algarve y fue completamente restaurado y modernizado en 2007, eso sí, manteniendo su diseño original y hasta los materiales que lo levantaron.

Hoy en día es una fiesta de vida cada día donde respirar los aromas de la huerta y la gastronomía portuguesa que se mezclan con las telas de colores brillantes y la luz que se cuela por los arcos del mercado. Es un lugar donde las conversaciones se convierten en una música pausada perfecta para amenizar el día.

Pero el mercado no es el único “edificio sorpresa” que podemos ver en este pueblo. En las callejuelas de su casco histórico, se esconde un tesoro único: los Baños Islámicos de Loulé. Estas antiguas termas del siglo XII, vestigio del refinado pasado musulmán de la villa que se conocía como al-‘Ulyã en estos siglos, conservan el eco de las voces y los vapores de hace siglos que parecen no haberse extinguido todavía.

Dentro del mercado de Loulé.

Dentro del mercado de Loulé. E. E.

La ruta por Loulé continúa con una visita por la Iglesia Matriz de São Clemente, edificada sobre una antigua mezquita cuyo minarete todavía en pie ejerce de campanario. También está el Santuario de Nossa Senhora da Piedade, la Mãe Soberana, que es el epicentro de una de las fiestas religiosas más populares del Algarve, la Semana Santa.

Sobre la colina que es escenario de estas festividades, se alza el Castillo de Loulé, vigilando el presente con una mirada histórica. Sus tres torres recortadas son testigos del paso por estas tierras de romanos, musulmanes y cristianos. Ahora, entre sus muros, es el Museo Municipal el que custodia los restos arqueológicos que narran las aventuras y desventuras de estos pueblos con ánforas, mosaicos y otros fragmentos.

Minas de sal en Loulé.

Minas de sal en Loulé. E. E.

Un poético café

Pero no solo del patrimonio histórico puede vivir un pueblo, también de las almas que lo recorren y que dejan huella, como el poeta António Aleixo y su famoso Café Calcinha. Es un lugar donde las infusiones se toman a sorbos pequeños y la conversación tranquila es la protagonista. Un lugar en el que sentir los versos del poeta pero también su inspiración.

A 230 metros bajo tierra, Loulé guarda su última aventura insólita: la mina de sal-gema. Se trata de un entramado de galerías que supera los 45 kilómetros y que guarda formaciones geológicas de más de 200 millones de años.

En ese escenario de piedra cristalina se funden industria y asombro, silencio y destellos de otra era. El visitante desciende con curiosidad y regresa con una sensación extraña de haber viajado en el tiempo.

Una plácida ruta

Si aún quedan ganas de explorar, a apenas nueve kilómetros aguarda otro secreto del Barrocal algarvío: la Fonte de Benémola. Un rincón verde y apacible donde el arroyo de Menalva da vida a una vegetación exuberante y siempre fresca.

El sendero circular de 4,5 kilómetros, suave y agradable, guía al caminante entre fresnos, chopos y sauces, mientras descubre galápagos, ranas y aves de colores vivos, como el martín pescador o la abejaruco. Antiguas norias y molinos acompañan el trayecto, contando otra parte de la historia rural del Algarve.

Un lugar perfecto para detenerse, respirar despacio y dejarse llevar por la naturaleza en estado puro. Porque en Loulé, bajo tierra o a la luz del sol, el tiempo siempre transcurre con otra cadencia.