San Juan de Gaztelugatxe es ese castillo peligroso convertido en Rocadragón por la magia de la serie televisiva Juego de Tronos. El islote vizcaíno pertenece a la localidad pesquera de Bermeo y reina sobre un magnífico entorno. Impresionantes acantilados, islotes rocosos, playas salvajes y hermosas rutas naturales que se adentran en montes cercanos y bordean la costa. Y muy cerca, el saliente más pronunciado de la Península Ibérica, el Cabo Matxitxako. San Juan de Gaztelugatxe es un icono internacional. Simplemente espectacular.

Gaztelugatxe de historias y leyendas milenarias

Sin retoques cinematográficos, es un escenario inigualable. La tierra se une al islote a través de un estrecho y sinuoso puente de piedra. Después, comienza el ascenso. La larga escalera de 241 peldaños llega hasta la cumbre, hasta la Ermita de San Juan. Su construcción está datada en el siglo X. Pero, se cuenta que en el siglo I ya existió un templo en honor a San Juan Bautista y fue el mismísimo santo el que dejó su huella en la cima.

El edificio fue convento en el siglo XII, aunque dos siglos después los monjes lo abandonaron. Actuó como fortaleza defensiva en momentos de litigios, ataques y batallas. Dicen que las cuevas de la gran roca sirvieron para encarcelar a acusados de brujería por la Inquisición y que, en el siglo XVI, el famoso pirata Sir Francis Drake saqueó el lugar y arrojó al ermitaño desde la cima del islote. Una larguísima historia que apenas puede contar la pequeña ermita, varias veces reconstruida.

El templo abre sus puertas en contadas ocasiones, pero su campana permite el tañido a los visitantes. La tradición establece hacerla sonar tres veces para atraer la buena suerte. Sin embargo, el privilegio ya está concedido. Las vistas resultan fascinantes. Las visitas están limitadas. Desde su protagonismo en las pantallas, las reservas se han disparado.

El impetuoso Cantábrico ha cincelado el islote con acantilados, cuevas y arcos que asoman sobre el agua. Gaztelugatxe es un lugar místico y mágico. Los pescadores, los “arrantzales” vascos, bordean varias veces el peñón antes de salir a faenar. Una vieja costumbre con la que se invoca la protección del santo.

El hermoso pueblo de pescadores

Bermeo mantiene su aspecto marinero tradicional. Es el mismo puerto pesquero desde el que los barcos se hacen a la mar a la captura del bonito y que, siglos atrás, veía partir los galeones que navegaban hasta Terranova, a la caza de la ballena. Actualmente, las ballenas son uno de los grandes atractivos de la zona. Algunas embarcaciones ofrecen excursiones a mar abierto para el avistamiento de los grandes cetáceos.

En el viejo puerto se contemplan las coloridas casas de pescadores. El núcleo urbano permanece asomado a “la mar” y cuenta con rincones excepcionales. Un ruta de esculturas avanza desde el puerto, pasa por el casco viejo y llega hasta sus calles y sus plazas. Son figuras que representan una gran ola, pescadores o detalles de la vida cotidiana de un pueblo siempre vinculado al mar. Sin duda, su ubicación es privilegiada. Playas y calas protegidas por acantilados. Y miradores tan sorprendentes como La Tala, una hermosa zona arbolada con vistas sobre la isla de Ízaro. Bermeo forma parte del asombroso espacio natural de la Reserva de la Biosfera de Urdaibai.

La villa estuvo rodeada por una muralla con siete entradas. Hoy tan solo queda una puerta y no podía ser otra que la de San Juan, aquel mítico visitante. El acceso está custodiado por una, casi invisible, figura del santo y lleva más de seis siglos contemplando el trasiego de sus vecinos en sus idas y venidas de San Juan de Gaztelugatxe.

La elegancia del edificio del Casino, que nunca fue tal, compite con la sobriedad de la Torre Ercilla, una casa torre del siglo XV que aloja el Museo del Pescador. Un compendio único sobre la vida, el trabajo y las técnicas de los pescadores desde la prehistoria. Un completo muestrario de artes, aparejos, embarcaciones y todo tipo de objetos relacionados con el mar. Nunca en una localidad ancestralmente marinera faltaría un faro, incluso dos.

Cabo de Matxitxako

El cabo más saliente de la península ofrece unas vistas apoteósicas. Las cimas verdes de los montes vizcaínos, el intenso azul del Cantábrico, las aves migratorias, y alguna ballena, premian a los visitantes que se acercan hasta esta atalaya natural. Es la referencia de las embarcaciones pesqueras. “El Viejo” faro, la torre original de piedra, se construyó a mediados del siglo XIX. Pero ya no habita en él ningún farero. En los primeros años del siglo pasado, a muy pocos metros de distancia, se levantó su compañero. Ahora, “el Nuevo” faro guía, de manera automática, a los “arrantzales” bermeanos.

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