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Tribuna Abierta

La eternidad o por qué inyectarte la sangre de tu hijo puede darte más años de vida

La biotecnóloga e investigadora predoctoral del CSIC reflexiona sobre el paso del tiempo, la longevidad y el sentido de la vida eterna a través de la historia real de un empresario estadounidense
Sonia Coves Mora
Por Sonia Coves Mora
Un fragmento de la obra La fragilidad humana, de Salvator Rosa (1657).
Un fragmento de la obra La fragilidad humana, de Salvator Rosa (1657).

Quedan pocos días para que las velas con esencia de canela, el catálogo de las más variopintas calabazas, junto a todo lo que contenga en su nombre un pumpkin-spiced, y las poses melancólicas con prendas marrones y estampados tartán entre álamos de hojas doradas reaparezcan bajo el paraguas de la - tan esperada para muchos - spooky season. A pesar de esta nomenclatura abominable capaz de convertir una estación en carne de meme, el otoño ha supuesto una metáfora recurrente en la evocación de la transitoriedad de todas las cosas. Algunos de los simbolismos que más se le atribuyen son los que hablan de la fugacidad de la vida, el valor de la experiencia adquirida con la madurez o la belleza del paso del tiempo. Este último punto enfrenta a menudo desavenencias de lo más extremas. Mientras que unos aceptan el proceso natural del envejecimiento valorando el conocimiento y la experiencia que da el paso de los años, otros buscan activamente retrasar o combatir los signos de la edad.

Esta última es la ambición del multimillonario Bryan Johnson, un empresario estadounidense de 45 años que invierte alrededor de dos millones de dólares al año en lo que él llama "el primer intercambio de plasma multigeneracional del mundo" a modo de elixir de la eterna juventud. Para ello está recibiendo transfusiones de sangre de su hijo de 17 años, Talmage, y así revertir al máximo posible su propio proceso biológico. Al parecer, tras casi dos años de tratamiento, junto con estrictas rutinas, dietas y ejercicios; su equipo de expertos ha concluido que el ejecutivo posee la salud de un joven de 18 años y la piel de uno de 28.

Si hay algo que podamos experimentar y se acerque de forma más realista a la extensión de la vida prometida por la eterna juventud, es la longevidad. A menudo, los monjes budistas tibetanos son asociados con esta longevidad y la búsqueda de una vida larga y saludable. La práctica de meditación y yoga, una actividad física moderada, un estilo de vida tranquilo y unos hábitos de sueño regulares son algunas de las prácticas habituales entre ellos; aunque cabe considerar que la longevidad es el resultado de toda una compleja combinación de factores y puede variar ampliamente entre individuos, incluso entre aquellos que comparten hábitos culturales similares.

Pero si alguien es conocido por su dilatada esperanza de vida es la figura del vampiro. Su forma de sustento a base de sangre humana recuerda a la del millonario que se inyecta la sangre de su hijo para ralentizar las consecuencias del paso del tiempo. La estrategia de la sangre joven resultó tan inspiradora que un grupo de científicos de la Universidad de Stanford la puso en práctica en ratones de laboratorio. Inyectaron repetidamente la sangre de ratones de tres meses de edad en los animales de 18 meses (cerca del final de su ciclo de vida natural), lo cual mejoró el desempeño de los ratones de edad avanzada en las tareas de memoria y aprendizaje.

El fundamento de los procesos que conducen a la vejez suscitan especial interés en la ciencia, y, en este sentido, la investigadora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO) María Blasco, ha llevado a cabo una reconocida labor científica. Su investigación se basa en la relación entre el acortamiento que sufren los telómeros – los extremos de los cromosomas – y el envejecimiento del organismo. Los telómeros protegen la integridad de la información genética contenida en el ADN. Cada vez que las células se dividen, los telómeros se acortan un poco, de modo que una de las principales características del envejecimiento es la acumulación de telómeros cotos en las células. El trabajo del Grupo de Telómeros y Telomerasa del CNIO que dirige María Blasco se centra en evitar el acortamiento de los telómeros mediante la activación de una enzima que los alarga, la denominada telomerasa. Este grupo desarrolló hace unos años una terapia génica que promueve la síntesis de la telomerasa obteniendo ratones que vivían un 24 % más sin desarrollar cáncer ni otras enfermedades asociadas a la edad. También eran ratones más delgados de lo normal, con niveles más bajos de colesterol y LDL (grasa mala) y una mejor tolerancia a la insulina y la glucosa.

En el mundo vegetal también existen ejemplos de especies extraordinariamente longevas. El Pando, en el estado de Utah, es un bosque de álamos considerado uno de los organismos más antiguos del mundo, con al menos 80000 años de antigüedad. A partir de marcadores genéticos se ha determinado que la vasta extensión forma parte de un único organismo con un sistema masivo de raíces bajo tierra. Prometheus, un pino bosnio, fue uno de los árboles más antiguos conocidos antes de ser talado accidentalmente en Nevada. Se estima que tenía más de 4900 años en el momento de su tala.

Decía J. J. Millás que “Esto de la posteridad es una cosa muy antigua. Ahora le pedimos a la medicina lo que antes le pedíamos a la religión, que es la vida eterna”. En Las intermitencias de la muerte, Saramago explora un mundo ficticio en que la muerte deja de existir. A medida que las personas dejan de morir surgen problemas graves como la sobrepoblación, la falta de recursos y la pérdida de propósito en la vida. La percepción del tiempo cambia cuando la muerte ya no es una amenaza inminente, de modo que, a pesar de la búsqueda de la eternidad, lo inevitable de la muerte sigue siendo un aspecto fundamental en la existencia humana. A medida que la historia avanza, queda claro que la muerte no puede ser eludida de forma permanente. Cegados por la seductora idea de disponer de un tiempo de vida ilimitado, seguimos invirtiendo tiempo y esfuerzo en doblegar las leyes de la naturaleza a nuestro parecer; sin plantearnos la importancia de la finitud de nuestra existencia y cómo la proximidad entre lo efímero y lo eterno puede cambiar nuestra percepción del tiempo y la vida misma.

Sonia Coves Mora
Sonia Coves Mora
Investigadora predoctoral en mejora genética de Brásicas de la Misión Biológica de Galicia - CSIC, biotecnóloga por la Universidad Miguel Hernández de Elche y posgrado en Genómica y Genética por la Universidad de Santiago de Compostela. Escritora novel entusiasta de la comunicación.