El diestro Diego Urdiales durante la faena al primer toro de su lote,  en la Maestranza de Sevilla.

El diestro Diego Urdiales durante la faena al primer toro de su lote, en la Maestranza de Sevilla. Pagés

Toros MAESTRANZA / Feria de Sevilla

Morante contra Urdiales: el día que Sevilla vio por fin torear

Los dos toreros convierten la irregular corrida de Juan Pedro Domecq en un encuentro del toreo caro.

6 mayo, 2019 22:46
Sevilla

Se callaron hasta los chiquillos cuando Morante apareció entre las sombras. Morante era un náufrago en un océano de expectativas, flotando sobre el capote, paciente con la huida del juampedro, colocado sobre la segunda raya. El silencio se masticaba en Sevilla: lo presidía Morante, como un dios viejo que volviera de un mundo lejanísimo. El puñado de verónicas abrieron la cueva de los oles. Detrás nos fuimos unos cuantos. Hubo luego dos o tres remates y la lidia emborronada de siempre. Pedirle efectividad al artista es criminal. Al juampedro no le hacían falta excusas: tenía el aliento justo para la sutileza del inicio. Los derechazos traían el aire exótico del último Guadalquivir. Alguien gritó “te quiero, Morante”, una declaración de amor para mudarse a lo imperfecto. Pues claro. El toro llevaba muerto un rato cuando le osciló en la frente el acero.

La réplica a la cadencia del sevillano la dio Urdiales, un tipo de La Rioja capaz de torear como marca Despeñaperros. A Sanlúcar se iban los antiguos a engrasarse, con los chándales de plástico y los calzones cortos. Urdiales vive entre viñedos y se le ve con bufanda pero tiene la cosa. Es un hombre trabajado: la cintura marca el ritmo de un muletazo brillante desde el embroque. Como las verónicas, armadas pronto y concentradas a la fórmula tan simple que funciona muy bien: basta con torear.

Sevilla crujía con el toreo espaciado en la época de la ligazón retorcida. Calidad frente al barullo de los muletazos infinitos. No le hacían falta los tiovivos del Juleoponcismo —hallazgo de Hugo—, el fantasma de Javi Conde posado sobre las figuras del toreo. Todo muy despacio, natural, sin accesorios, cayendo el toreo hasta atrás, enganchándose por la zapatillas como si se asomara a una rendija, apoyado en el quicio de los grandes toreros. Urdiales coleccionó oles para toda la vida. En la plaza quedó la sensación de que prácticamente se había visto todo. Los primeros taxis empezaban a llegar al Baratillo. 

Morante dirigió las operaciones de riego. Nunca se habían regado tan bien las plazas. Un trabajador soltó el rastrillo para escuchar sus indicaciones, produciéndose una mini cumbre de asuntos del albero. El consejo agrícola se disolvió y salió un toro desagradable que duró un suspiro, resbalando en los charquitos que cuajaron por la mitad del óvalo. Win-win. Lo sustituyó un sobrero armónico. Morante cuajó la verónica sobre las ascuas de Urdiales, doblándose primero, rompiendo los metrónomos después. Torear a ese ritmo es de privilegiados. Y el remate, el desdén de soltar el capote, se topó con un montículo de arena. La gente chillaba porque este toro también patinaba por el barrillo. Total, que Morante se fue a lo seco.

Morante de la Puebla, durante la faena con la muleta a su segundo toro,  en la Maestranza de Sevilla.

Morante de la Puebla, durante la faena con la muleta a su segundo toro, en la Maestranza de Sevilla. Pagés

Tiró del toro con la rabia humeándole las muñecas. Morante tragaba el embroque duro, pasándose por la barriga a un toro que pesaba cerca de las tablas. Allí ocurrió, bajo la música congelada. Se había picado el genio, quería torear: la diferencia es que cuando se entrega no lo iguala nadie. Algunos vieron voluntarismo, yo la defensa de un trono. Estaba solo hasta ahora. Habían ido a su casa a torearle bien. Los naturales fueron extraordinarios. Sobre los derechazos se veía un punto barroco que no estorbaba. Se arrancó a cantar un gitano del romero. La faena tuvo el poso de las cosas raras, no se le había visto así aquí desde 2010. Salía de la cara arremangándose la torería. Sevilla se entregó con él, por fin, y el final, en varias fases, volviendo a los terrenos mojados, fue bellísimo en los ayudados.

No tuvo la calidad del segundo el quinto juampedro. Se quedaba debajo, arisco. Era difícil, desde luego, igualar la clase de aquel. Urdiales compuso una obra irregular, zarandeada por la tormenta de Juicioso, que no rompía, embistiendo por oleadas. En una trincherilla se vio: no se podía dejar llevar el torero. Del Moral veía a un matador obsesionado con “la postura”, algo de lo que es experto como primer poncista. Urdiales estuvo mucho rato en la cara. Algunas perlas. No pasa nada. Un toro para los que tienen que tapar la falta de talento. 

Manzanares quiso con un toro al que le faltó raza para guiar sus intenciones. Ya ves. Hasta pinchó. Manzanares ha convertido en rutina lo extraordinario. Cielo andaluz suena ya como el hilo musical de una sala de espera. Y lo que antes era disposición, el arrebato del tío con mejores condiciones del escalafón, ahora descubre cierta deriva. Hubo un natural extraordinario. El toro era exigente. No sé.

FICHA DEL FESTEJO

Real Maestranza de Sevilla. Lunes, 6 de mayo de 2019. Octava de abono. No hay billetes. Toros de Juan Pedro Domecq, bueno el 1º sin fuerza, 2º apagado, 3º sin raza, 4º bis con fondo, bravucón el 5º, 6º exigente.

Morante, de azul rey y oro. Pinchazo sin soltar y espadazo caído (silencio). En el cuarto, dos pinchazos sin soltar y espadazo atravesado. Aviso (saludos desde el tercio). 

Diego Urdiales, de gris plomo y oro. Bajonazo (vuelta al ruedo). En el quinto, dos pinchazos, estocada casi entera, dos descabellos. Aviso (silencio).

José María Manzanares, de azul noche y oro. Tres pinchazos y buena estocada (silencio). En el sexto, pinchazo sin soltar y espadazo (silencio).