Publicada

Luna Miguel vive en una aliteración de eles: la de su nombre, la de Lolita (el libro que le marcó temprano), la ele de lírica, la de lectura e incluso la doble ele que porta su sobrenombre en redes, Monelle.

A mayores, la de Lectrice Santos, que es la protagonista de su última novela (Incensurable, editorial Lumen), una mujer que reivindica el placer de leer frente a la censura. Como en buena parte de su obra, su personaje bebe un poco de ella y viceversa.

Luna es poeta, periodista, narradora y editora, además de impartir talleres de poesía. Saltó a la palestra literaria por pertenecer a esa breve (e informe) ola de poetas que pusieron de relieve el género con sus escritos en internet.

Pero ella, a diferencia de muchos de sus coetáneos, permaneció de pie sobre la tabla haciendo filigranas con su erudición y cierto aspecto taleguero que, dirá en esta charla, poco tiene que ver con su personalidad tranquila y cute.

Pregunta.– Ha sacado Incensurable este año, y en él plantea esta situación: estamos en 2029 y Lolita ha desaparecido de todas las bibliotecas del mundo. Lo llama El gran apagón L. Estamos en 2025 y se ha prohibido la publicación de la biografía de José Bretón. ¿Es lo mismo, diríamos?

Respuesta.– Yo creo que no, pero son dos procesos de un mismo pensamiento. Sin conocer al detalle lo que ha pasado con el libro de José Bretón, sí que puedo intuir que hay una especie de precensura. No ha sido un juez el que ha dicho que no se podía publicar, ha sido una editorial la que antes de que saliera a la venta, decidió retirarlo.

Ya lo tenían los periodistas, ya lo había leído gente, ese libro ya estaba impreso. Creo que es más bien un caso de autocensura por parte de una editorial que, a mi juicio, responde a cierta cobardía. “Estamos a la puertas de Sant Jordi, somos una editorial respetada y feminista, no hemos reparado antes en el daño que esta historia podría hacer, y tomamos ahora la decisión de echarnos para atrás en el último momento”.

Y sin embargo en la premisa de la que parte Incensurable, en la que Lolita ha desaparecido no sólo de las bibliotecas sino de la mente de todos, hay una magia con la que yo pretendo exagerar (porque nadie nos puede borrar algo así de la mente, el recuerdo de un libro). Pero lo que ha ocurrido con el libro de Bretón es una primera parte de todo lo que puede venir después. Por ejemplo, en Argentina se ha prohibido que en los institutos se lea a Dolores Reyes y su Cometierra, que es un libro sobre violencia sexual y feminicidios. Y es un libro que lejos de ser inmoral, lo que hace es mostrar una realidad que ojalá más jóvenes pudieran conocer.

Luna Miguel, en una entrevista con EL ESPAÑOL.

Luna Miguel, en una entrevista con EL ESPAÑOL. Alejandro Ernesto EL ESPAÑOL

P.– Escribe en un momento dado “el verdadero efecto de la cancelación es la producción masiva de obras estandarizadas. De obras, en definitiva, sin riesgo alguno”.

R.– Claro, sí, aquí recupero ideas que han trabajado autoras como Betina González, desde Argentina precisamente. O como Gisèle Sapiro, que han trabajado el tema de la cancelación en esa línea: debemos señalar las atrocidades que han cometido ciertos artistas, porque es justo que las conozcamos, pero también debemos tener en cuenta que hacer desaparecer obras incómodas nos puede llevar a hacer desaparecer nuestra propia creatividad. Quienes escribimos sabemos que la creación surge de mucha incomodidad.

P.– Siempre ha hablado de feminismo. Incluso ha dicho que el Me too nos hizo entender mejor las dinámicas abusadoras de Humbert Humbert, el protagonista de Lolita. ¿Cómo nos ve en este punto de la historia?

R.– Bueno, yo creo que estamos acojonadas porque se vienen olas de reacción a todo ese atisbo de libertad que parecía haberse logrado en los últimos años. Creo que siempre que alguien llama un poco la atención, hay una respuesta violenta. Y siempre que alguien consigue algo, hay quien quiere quitárselo. La vida funciona así. Me llama mucho la atención, y pasará en esta y otras entrevistas, los comentarios de ‘muy bien, ¿y esta quién es?’. Cuando alguien opina, cuando a alguien le dan un espacio, la primera respuesta para burlarse es esa. Y creo que eso mismo ha pasado con el feminismo.

Se habla de violencia sexual, del consentimiento, hay leyes que ayudan, se habla de sexualidad femenina, de maternidad, de crianza, de la mujer mayor, de cuerpos diversos… Pero la reacción ha sido ‘callaos ya con este tema, que ya aburre’. ¿Cómo que aburre? ¡Si llevamos cinco minutos de la historia de la humanidad con ello! Si no están superadas las guerras de toda la vida con respecto a la fe, cómo va a estar superado el problema de la igualdad entre hombres y mujeres.

Lo que estamos viviendo ahora son esas pequeñas venganzas que siempre suceden cuando algo ha brillado mucho. Lo hemos visto en semanas atrás con el aborto. Algo que ya estaba tan asentado en nuestras raíces como sociedad, de repente de la nada sale esa reacción. ‘Os pensabais que lo teníais todo, pero si lo tenéis es porque os lo hemos permitido; en cuanto queramos esto se puede acabar’. Esa voz rara es muy peligrosa y es lo que tenemos ahora mismo. Con el feminismo, creo que después de muchos logros, ahora no hay que parar, lo que tenemos que hacer es asentar lo conseguido.

P.– ¿Qué tiene Luna Miguel con Lolita, cuál es su historia? Empieza a los 13 años, ¿no?

R.– Sí. Hay ciertos autores (Pizarnik, Valente, Annie Ernaux) que han estado ahí siempre. Más bien es qué tengo con mi propia adolescencia. Quizá el hecho de haber empezado a leer y a escribir de adolescente, hace que cuando me siento ahora a leer y a escribir, vuelva a esa primera vez. No tengo un recuerdo de los libros infantiles, mis padres me insistían tanto en leer que creo que no me motivaba nada esa biblioteca infantil. Mi padre podía regalarme un libro de Bukowski o de Amélie Nothomb y al mismo tiempo no dejarme leer sobre el suicidio.

Y con Lolita me hice yo, pero me daba vergüenza que me vieran con él, me daba miedo que mi padre me viera con ese libro. Yo vivía en ese mundo en el que por un lado querían que fuera una lectora adulta, y también que fuera escritora (ellos querían ser escritores y no podían), pero por otro me prohibían ciertas cosas. Yo ahora que tengo un hijo cercano a esa edad en la que yo empecé a leer ciertas cosas más complejas, no sé si fue liberador o egoísta.

P.– Quizá se lo querían dosificar, ¿no?

R.– Claro, sí, exacto. El problema es cuando ya no puedes controlar qué está haciendo tu hijo. Por mucho que creas que tienes una relación cercana, a tu hijo le pueden estar pasando otras cosas. A mí en el instituto me pasaban otras cosas, y había hombres mayores que querían ligar conmigo y otras cosas que me hacían plantearme que el mundo quería hacer adulta a una adolescente de 14 del tirón con otras cuestiones más peligrosas que las lecturas.

P.– Y mejor estar prevenida con ellas.

R.– Eso es. Así que supongo que para estar prevenida me hice con Lolita. Pensé que allí encontraría una guía para ser adolescente y estar viva. Es el primer libro que en mis cuadernos me obliga a tener que pensar sobre el acto de leer. Me nace ahí la crítica literaria.

La escritora Luna Miguel.

La escritora Luna Miguel. Alejandro Ernesto EL ESPAÑOL

P.- Su madre era editora independiente y su padre, profesor. ¿Qué tiene ya en la madurez de cada uno de ellos?

R.– Ostras. Me voy acercando peligrosamente a la edad que tenía mi mamá cuando falleció. Cuando falleció yo tenía 23, podíamos estar de fiesta en el mismo lugar. Ella hace la Selectividad conmigo en la tripa, y durante toda su juventud tuvo que cuidarme mientras mi padre estaba en el instituto.

Después, cuando fui adolescente y estuvo más liberada, pasó de ser ama de casa a ser editora independiente. Maquetaba los libros y pedía los poemas a la gente, no tenía distribuidora, sacaba 666 ejemplares de cada título, colaboraba con amigas que le hacían las ilustraciones, y todo lo que podían ahorrar de mi padre, que era funcionario, se iba ahí. Para mí hay algo heroico en eso y creo que, cuanto más me acerco a esa edad, yo acabo de cumplir 35 que es cuando empieza a ser editora ella, quiero hacer locuras. Por eso Incensurable es un libro tan desquiciadamente loco, y sin género. Es lo que me inspira su trabajo.

Y de mi padre podría decir que tengo, por desgracia, cosas malas. He heredado mi tendencia celosa, a gastar muy rápido lo que gano, a no ser capaz de ahorrar, mi tendencia desconfiada… Pero, por no decir todo malo, también el vicio por la lectura, era un lector voraz (y entiendo que lo seguirá siendo, pero hace mucho que no hablo con él) y también cierto humor cabroncete que está empezando a contagiarse en mi escritura.

P.– A su madre la lleva en el brazo, ¿no? En un tatuaje de una sirena.

R.– (Luna me muestra el brazo) Sí. Se me infectó un poco este tatuaje y parece de los años 80 en vez de actual.

P.– Un poco taleguero.

R.– Sí, es que soy un poco taleguera en general (ríe con cierto azoro). Contrasta, creo, con mi personalidad. Yo soy muy tranquila, me gusta estar mucho en mi casa, me gustan las cosas sencillas, con muy poca gente, todo muy cute. Pero me gusta ese contraste. Y de envejecer también me gusta poder afianzar el color negro.

P.– ¿Cuál es tu lugar de mayor paz en el mundo, en los momentos en que la paz se acaba?

R.– Ver la tele con mi hijo. Ver series. Ahora estamos enganchados a un anime que nos gusta mucho, que es One Piece, y nos hemos visto todas las series míticas, Modern Family, Aquí no hay quien viva… Esos lugares seguros para mí no son en soledad, sino acompañada también de Ulises. Y luego me gusta mucho también con mi pareja (nos casamos mañana y vivimos en dos ciudades distintas, él aquí en Madrid y yo en Barcelona, y así vamos a seguir porque no es nuestra intención vivir juntos), me gusta mucho la espera. Él es profe en la uni, puede venir mucho, y yo por trabajo también vengo mucho, y para mí también es un lugar de refugio saber que va a ir a verme, o que voy a venir a verlo. Después de un matrimonio anterior de doce años, esa nueva posibilidad de poder estar sola, pero saber que enseguida voy a estar acompañada, me da muchísima paz.

P.– Para mí es un modelo ideal, pero creo que la sociedad aún no lo ha incorporado del todo. Hay quien pregunta eso de ‘y qué vas a estar, eternamente de novia’. ¿Qué nos falta para hacer ese clic?

R.– Sí. También es que hay una idea un poco suicida en el plano económico, porque no es estar de novia sola, es estar pagando cada uno su alquiler. Eso es una locura, yo me lo puedo permitir ahora, pero no sé si en otro momento seguirá siendo así. Además, ya me han subido el alquiler en Barcelona. Pero es la única manera que tengo de haber podido rehacer mi vida cuando me separé, y de poder llevar esta vida que quiero que pasa precisamente por poder pasar tiempo sola.

No a todo el mundo le gusta pasar tanto tiempo sola, pero yo lo necesito para leer, para escribir. Necesito espacios variados donde poder ir rotando por la casa, aunque tire de bibliotecas y cafeterías. Para mí es una conquista poder estar sola. Y creo que el reparo, totalmente lógico, es que es un privilegio. Hay gente que ni siquiera puede vivir en pareja y pagar el alquiler. Yo he decidido que todo lo que gane va a mantener ese privilegio de poder vivir sola, y mantenerme entre Madrid y Barcelona. Así que trabajo básicamente para mantener el piso.

P.– Es autora, entre muchos otros títulos, de Leer mata. María Pombo dijo este año que leer no nos hace mejores. Entre que no nos hace mejores y que va a acabar con nosotros, ¡estamos apañados!

R.– Sí, sí.

P.– Pero obviamente no vais en la misma línea de pensamiento.

R.– No, lo mío es mucho más cute, aunque mi apariencia tatuada pretenda demostrar lo contrario. Mi teoría es que durante la lectura nuestro yo muere porque estamos entregados a la ficción de otro. Pasa también cuando escuchamos música o vemos un cuadro que nos apasiona. Consumir arte nos hace desaparecer un poco de nosotros mismos. Esa es la tesis: dejar de ser nosotros mismos por nuestra entrega a la obra de otro. Y mata porque, al cerrar las páginas o acabar la película, renacemos y volvemos en sí.

Luna Miguel, rodeada de libros.

Luna Miguel, rodeada de libros. Alejandro Ernesto EL ESPAÑOL

P.– Para mí ese morir y ese renacer conlleva fomentar la inteligencia, porque si tenemos otras vidas eso trae aparejado una nueva manera de ver el mundo.

R.– Sí, y quien dice inteligencia puede decir sensibilidad. En este caso una posible ampliación o respuesta a este dilema pombiano puede llevarse a ese terreno: leer puede no hacernos más inteligentes siempre, pero puede hacernos más sensibles o más despiertos, más curiosos, más enamoradizos. Algo provoca, eso está claro, algo provoca en nosotros. Y lo interesante será averiguar qué.

P.– Se define en esa obra como lectora bulímica. ¿Le ha afectado lo de las redes y el enganche que tenemos, siente que ha mermado el músculo lector?

R.– En la persona que crea en redes creo que hay un doble enganche, porque esa recompensa ya no es sólo de entretenimiento, sino que desea tener ese like, ese fueguito o esa aprobación. Y las redes cada vez están curiosamente más enfocadas a que la gente no sea consumidora sola, sino que cree. Entonces yo creo que para eso, y soy la primera que no respeta este camino, habría que intentar relajarse, y no pensar que todo lo que está ahí es lo único.

Hay otras generaciones que no tienen redes, incluso hay niños que están con las nuevas tecnologías, pero no participan de esa dinámica de redes; milenials y zeta somos los que más estamos ahí enganchados. También porque parece que nos importa mucho tener que llegar a todo, y parece que ese todo sólo está en redes sociales, cuando ahí sólo hay un pequeño porcentaje de lo que es la librería, de lo que es la biblioteca, de lo que es el cine, la calle, la vida o tus amigos.

Hay amigos a los que sigo llamando así pero sólo sé de ellos por lo que suben a redes, y ni siquiera sé si están bien. ¿Cómo sé que esa persona está bien? Entonces no sé cómo hacer para que no nos afecte porque ya nos ha afectado, yo ya soy una persona adicta a las redes sociales, que se va a informar por redes sociales, a la que el scroll infinito ya le ha roto el cerebro un poco, la que no puede irse a dormir sin haber visto treinta vídeos de alguien haciendo magdalenas. Yo ya soy persona, pero es que antes era la persona que se dormía porque estaba enganchada a Mad Men, o porque estaba escuchando una y otra vez en el MP3 la canción de turno. Es decir, siempre va haber algo.

P.– Quizá si le quitamos importancia, ¿nos desenganchemos un poco?

R.– Sí, y luego también en cuanto a lo que me preguntabas de cómo seguir leyendo, yo lo que trato es de usarlo a mi favor. Por eso me gusta tener Goodreads, y compartir muchas citas en mis redes. Lo que intento es que esa lógica de publica, comparte, retuitea, en vez de impedirme leer, me redirija a los libros. Muchas veces cuando subrayo, también hago la foto. Si comparto, y todo lo que vaya a suceder en esa red social gira en torno a lo que yo vaya leyendo, me ayuda a volver a la lectura. Es decir, no renunciar a eso que ya se ha instalado en mi cerebro, pero alimentarlo también con mi pasión lectora.

P.– Sobre leer, ¿quién está leyendo poesía ahora en España?

R.– Pues gente muy joven, creo. Lo veo en Substack sobre todo, gente que está ahora en la carrera (en Filosofía, Literatura, Psicología, Historia o incluso cosas de ciencia), pero sobre todo muchas mujeres y muy jóvenes. Esa es mi sensación, sin datos sobre la mesa. Normalmente una generación se lee a sí misma, pero me da la sensación -quizá también por esta cosa de las redes- de que hay gente muy joven interesándose por clásicos. Habría que ver qué podemos hacer para que la gente más mayor lea poesía. Gente mayor de… ¡Treinta!

P.– Y qué debería tener un buen poema para flechar a Luna Miguel. Me decía Manuel Rivas que la poesía debería saltar a la boca, y hablábamos de poesía cotidiana, nacida de la cotidianidad.

R.– Sentir que quiero releerlo ya. No sé si es un buen poema, pero sí sé que para mí va a ser importante cuando tengo que releerlo inmediatamente. Me gustan mucho esos poemas que tienen un ritmo propio, que no responde a la rima tampoco, o a la repetición, sino que tienen ese ritmo que se te queda y quieres desentrañar. Me gusta lo que has dicho de la flecha porque es como un flechazo realmente, como si algo te hubiera atravesado, te lo hubieran puesto directamente en el corazón. Cuando algo te ha atravesado y quieres que vuelva a pincharte.

Luna Miguel.

Luna Miguel. Alejandro Ernesto EL ESPAÑOL

P.– Le pregunto por la poesía que se escucha en algunos bares del circuito poético. Parece que algunos de sus autores estén leyendo sus diarios. ¿Qué falta ahí?

R.– Para escribir hay que leer, eso para empezar. Y me dices poetas de bares, pero te digo novelistas publicados también. Y muchísimos columnistas de la mayoría de los periódicos a diario, que parece que todo lo escribe chat GPT actualmente. Siempre falta lectura, pero también leerse a uno mismo en voz alta. Cuando estoy editando a alguien, escriba el género que sea, mi obsesión es que se lea a sí mismo en voz alta, porque me da la sensación de que incluso cuando te leen esos diarios en voz alta, no se están escuchando a sí mismos. Están recordando el momento de escritura. Y una cosa es recordar el ritmo que tú pusiste y lo que sentías mientras escribías, y otra cosa es leer lo que estás leyendo como si fuera una partitura.

P.– Ver qué he conformado.

R.– Exacto. Entonces me da la sensación de que no nos damos cuenta de que si no hay ritmo en ese texto, no hay nada. Annie Ernaux te cuenta su vida, pero te la cuenta con un ritmo tan espectacular que ojalá te contara más vida suya. Y hay quien te cuenta su vida pero con un ritmo tan flojo, con tanta metáfora repetida y con tanta egolatría y tan poca gana de ser honesto (y cuando uno es honesto no es que te lo cuente todo, es que puedes ser cruel contigo mismo). Nos aventuramos a lanzar nuestros textos al mundo sin haberlos siquiera pensado.