Anna Nemzer, en un fotograma de la película.

Anna Nemzer, en un fotograma de la película.

Reportajes

Las periodistas rusas que se juegan la vida por informar bajo el régimen de Putin: "La prensa trabaja en la clandestinidad"

EL ESPAÑOL ha hablado con Yulia Loktev y Anna Nemzer, las directoras de un documental de cinco horas y media sobre el ocaso de la prensa libre en Rusia y el exilio forzado de sus protagonistas tras la invasión de Ucrania.

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Hace ahora cuatro años, la realizadora Yulia Loktev viajó a Moscú desde Nueva York para filmar a un puñado de periodistas jóvenes —la mayoría mujeres de la Generación Zeta— y de casualidad terminó siendo testigo con su cámara de cómo el régimen de Putin le daba la puntilla a las últimos periodistas libres que, en medio de crecientes amenazas, se atrevían a informar de una forma independiente.

Con la ayuda de su amiga Anna Nemzer (presentadora de TV Rain), grabaron en su ecosistema laboral a Sonya Groysman, Olga Churakova, Ksenia Mironova, Irina Dolinina, Alesya Marojovskaya y Elena Kostyuchenko y terminaron dando forma a un monumental trabajo audiovisual de cinco horas y media que algunos medios como Vulture no dudaron en calificar como el mejor documental del pasado año: My Undesirable Friends: Part One – Last Air in Moscow.

Lo de Mis amigos indeseables es un guiño a esas listas de agentes extranjeros en las que, una tras otra, fueron incluidas casi todas las protagonistas de la producción. Lo que retrató al final Loktev fue el derrumbe definitivo de la prensa libre que siguió al anuncio de la agresión a gran escala a Ucrania.

Yulia Loktev, una de las participantes en el documental.

Yulia Loktev, una de las participantes en el documental. Sandra Gómez

Se trata, por decirlo de otro modo, de un relato en tiempo real de ese colapso, visto a través de un puñado de jóvenes periodistas acosadas por el régimen: reuniones en pisos vigilados, micrófonos ocultos en redacciones, redadas nocturnas, juicios kafkianos y conversaciones donde la risa sirve para contener el pánico.

Loktev captura cumpleaños, mudanzas improvisadas, llamadas clandestinas y discusiones sobre ética periodística mientras sus protagonistas debaten si seguir informando o hacer las maletas antes de que la policía llame a la puerta.

Cada escena respira esa mezcla letal de normalidad y terror que precede a un éxodo forzoso. El fin inevitable de todas las reporteras a las que grabó hace cuatro otoños fue el exilio. Dos de ellas se hallan, de hecho, en España.

Ahora Yulia está buscando la fórmula de distribuir su trabajo al tiempo que trabaja en una segunda parte. ¿Quedan todavía periodistas independientes en el interior de Rusia? "Por supuesto que los hay", asegura Loktev a EL ESPAÑOL.

"Son personas valientes que trabajan principalmente en la clandestinidad y de forma anónima para medios mainstream cuyas redacciones se hallan fuera de la Federación de Rusia. Allí los periodistas no pueden informar sobre la verdad porque el Gobierno ha declarado la guerra a la mayoría de los medios 'indeseables', que es una designación legal para criminalizar a la Prensa libre e independiente. Y, entre tanto, cada vez más y más reporteros son señalados como extremistas y terroristas".

Loktev nació en la ciudad soviética de Leningrado (hoy San Petersburgo) y se mudó con su familia a Estados Unidos cuando tenía nueve años (ahora suma 55). A todos los efectos, se considera estadounidense. Habla la lengua de sus padres sin acento, lo que le permitió hurgar en sus raíces con las ventajas que confiere el compartir idioma. También habla un castellano muy decente.

"Mis padres consiguieron un permiso para dejar la Unión Soviética en la época de la caída del muro de Berlín y aquello fue como ganar la lotería para un viaje a la luna", afirma.

"Ya no tengo realmente familiares en Rusia. Los amigos que tengo son amistades que hice en mi edad adulta. Iba cada pocos años, pero nunca viví allí. Con todo, seguía la política rusa porque es el lugar donde nací y era algo que me interesaba. Y cuando llegó la ofensiva contra el periodismo pensé que sería un tema muy interesante para una película".

El documental se estrenó el pasado año en Berlín y en Nueva York. Enfrentarse a cinco horas y media de producción puede parecer un reto y, sin embargo, Loktev afirma que "la reacción de la audiencia internacional ha sido increíble".

Lo más extraordinario es que, según la directora, la interpretación que se hace del período retratado ha cambiado mucho durante los últimos seis meses a raíz de lo ocurrido en Norteamérica.

"Ahora la gente reacciona de un modo muy emocional porque, en cierta manera, la película va de lo que significa vivir bajo un gobierno al que te opones hasta que te obliga a abandonar tu país", dice.

Ksenia Mironova en un fotograma de la película.

Ksenia Mironova en un fotograma de la película.

"Y estas cuestiones —autoritarismo, oposición, resistencia— son algo con lo que mucha gente está lidiando internacionalmente ahora. No es solo una película sobre Rusia: los estadounidenses la ven y no paran de decir: 'Pero sí esto es una película sobre nosotros'".

Aunque Putin comenzó a virar hacia el autoritarismo casi al mismo tiempo en que fue elegido presidente (seis meses después de que Yeltsin lo designara su delfín), Yulia sintió que quería embarcarse en el proyecto en el verano de 2021. "Fue un momento especial en que me pareció muy perturbador que un país declarara que los periodistas u otros miembros de la sociedad civil son 'otros, no de los nuestros'. Es decir, sospechosos, "que no pertenecen aquí". Me pareció un tema muy interesante para una película".

"Lo que ninguno sabíamos entonces es que cuatro meses después, iniciaría una guerra total y horrible en Ucrania y cerraría todos los medios independientes, y todos los personajes tendrían que abandonar su propia tierra", apostilla.

"Tuve mucha suerte: empecé filmando una ofensiva contra el periodismo en Rusia y acabé capturando los últimos días de la oposición trabajando en Rusia. Es un mundo que ya no existe. Obviamente aún hay gente que trabaja en la clandestinidad dentro de Rusia, pero cuesta imaginar en 2025 que en el otoño de 2021 hubiera medios de oposición que trabajaban abierta y libremente en Rusia diciendo cosas por las que ahora encarcelarían a su plantilla".

De entre todas las reporteras a las que realiza un seguimiento en su proyecto, hay una con la que Yulia mantenía ya antes una relación de amistad. "Anna era presentadora en TV Rain, el último canal independiente que quedaba en Rusia", aclara Loktev.

"Cuando empezamos a madurar la idea, aún operaba abiertamente en Rusia y era muy central para la comunidad opositora: una especie de espacio público en un momento en que la gente ya no protestaba en las calles. Ella conocía a todos los demás personajes y fue nuestra guía en ese mundo. Por esto también firma la producción como codirectora".

Paradójicamente, Anna es una de las pocas periodistas retratadas en el documental que no ha sido designada como agente extranjera pese a que los contenidos que facturaba y emitía se hallaban censurados.

"Es cierto que resulta sorprendente", dice la propia periodista. "Trabajo en dos organizaciones que sí han sido etiquetadas como ‘indeseables’ en Rusia: el canal de televisión Dozhd (TV Rain) y el Bard College".

"Así que resulta cómico que algunas personas fueran declaradas agentes extranjeras simplemente por escuchar mis posiciones sobre la guerra y que, en paralelo, no me impidieran a mí trabajar en aquel tiempo. Pero el llamado sistema de aplicación de la ley ruso funciona completamente al margen de cualquier lógica humana".

Anna Nemzer nació en Moscú y es graduada en la Facultad de Historia y Filología. "Incluso en ausencia de ese estigma de 'agente extranjera', ser periodista independiente en Rusia entre los años 2010 y 2020 fue una tarea arriesgada y desagradable", afirma.

"En el momento en que Rusia aprobó las leyes que, en la práctica, establecieron una censura de guerra —la ley sobre noticias falsas y la ley sobre la desacreditación del ejército, que prohíbe llamar a la guerra por su nombre—, quedó claro que un periodista independiente ya no podía trabajar en Rusia", explica. "Hoy en día, cualquiera que simplemente llame a las cosas por su nombre se enfrenta a quince años de prisión".

Anna no se había planteado nunca dejar Rusia. "Simplemente ocurrió que ya tenía comprados los billetes para los mismos días en que comenzó la invasión a gran escala y me encontré fuera del país. Me iba solo por una semana dando por hecho que regresaría y siete días después comprendí que ya no había a dónde regresar".

Nemzer sigue hoy trabajando con TV Rain, un medio que consiguió reconstruirse y reanudar su labor desde el exilio. Además, es cofundadora de Kronika, un proyecto de tecnología cívica que preserva los archivos de los medios independientes rusos (esta parte de su trabajo se llama RIMA, Russian Independent Media Archive), así como los archivos de otros medios independientes que sufren presiones en distintos países.

El proyecto también trata de apoyar a los periodistas independientes en su trabajo cotidiano. 

"Como periodista, estoy algo menos limitada en mis métodos que muchos de mis colegas: al trabajar desde la distancia, me dedico en gran medida a los testimonios y las pruebas, es decir, a todo aquello que las autoridades intentan destruir y que consideramos nuestra obligación proteger y conservar", dice.

A muchos observadores internacionales les fascina la supuesta ceguera de la sociedad rusa respecto a las acciones de su gobierno. "No sé de dónde proviene esa idea", dice la periodista.

"En una sociedad totalitaria es imposible realizar encuestas sociológicas fiables o confiar seriamente en sus resultados, por ejemplo, para evaluar el nivel de apoyo público a un dictador. Creo que comprendes que es una idea muy ingenua: una sociedad totalitaria es una sociedad cerrada, en la que la gente tiene miedo de hablar abiertamente".

"Todo lo que puedo decir es que las personas están paralizadas por el miedo", añade. "El Estado criminal ruso, siguiendo el manual clásico de los dictadores, ha creado una atmósfera de terror y culpabilidad presunta. Ha rodeado a la sociedad de "leyes" pseudolegales imposibles de cumplir, destruyendo en la práctica a las personas como portadoras de opinión".

"Creo que uno de los personajes de la película expresa una idea que explica muy bien esta cuestión", apostilla la directora Yulia Loktev.

"Lo que Alesya menciona en el film es que el objetivo de la propaganda de Putin no era hacer que creyeras en el mensaje del gobierno, sino que no creyeras en nada y que no hicieras nada. Porque si no crees en nada, no haces nada".

Y concluye: "Una de las maneras en las que ha funcionado la propaganda de Putin es en decirle a la gente durante años que se mantuviera al margen de la política porque es algo que no es propio de la gente común, sino de los hombres importantes. Les importaba lo que comían. Les importaba su bienestar financiero y todo lo demás daba lo mismo".