El periodista de EL ESPAÑOL José Ismael Martínez, justo después de la agresión.
"Recibí pedradas, patadas... No sé cuántos golpes me dieron: el infierno que viví informando de la 'kale borroka' en Pamplona"
"La marabunta negra cambió de rumbo. Se me echaban encima cuando les reproché '¿Qué pasa? Soy periodista'" // "No logré evitar que me tiraran al suelo. Rodé como pude. El último puñetazo me hizo perder la visión de un ojo".
Más información: Brutal agresión de 'abertzales' encapuchados al periodista de El Español que informaba de su protesta ilegal en Pamplona.
Lo que iba a ser una cobertura más para mi periódico se terminó convirtiendo en un auténtico infierno. Pedradas, patadas... no sé ni cuántos golpes recibí únicamente por informar sobre la 'kale borroka' en la ciudad de Pamplona.
El resultado son varias fracturas del suelo de la órbita derecha y de la lámina orbitaria del etmoides, un importante hematoma palpebral inferior derecho y una contusión en la región orbitaria derecha. Durante media hora perdí la visión en un ojo. Pero no sólo: además de lo recogido en el parte de lesiones, también tengo magulladuras por todo el cuerpo.
El informe clínico de urgencias no recoge, sin embargo, el ataque a la libertad de prensa que sufrí mientras cubría una contramanifestación 'antifacista'.
Agresión de ultras abertzales al periodista de EL ESPAÑOL José Ismael Martínez
Ahora soy el centro de las miradas allá donde voy. Aunque cuando inicio una conversación, la mayoría apartan la vista por la impresión que les produce mi herida en el rostro.
Quienes no dejan de mirarla son los agentes de la Policía Nacional que acaban de tomarme declaración en la Comisaría de Pamplona, antes de comenzar a escribir estas líneas. Justo después de dar el primer paso para emprender medidas legales contra los agresores.
Los agentes, veteranos que habrán visto de todo en sus largas experiencias, me estrechan la mano al despedirse y se quedan mirando mi ojo amoratado. Les adivino pensando: "No tiene buena pinta".
Es el resultado de cruzarte de frente con la barbarie. En mi caso, ocurrió este jueves por la tarde en el campus de la Universidad de Navarra (UNAV), en torno a las 18 horas.
El resumen: pedradas, patadas y puñetazos a un periodista, tan solo por grabar a un grupo de encapuchados vestidos de negro.
Eso es lo que siguió a una contramanifestación supuestamente antifascista que movilizó a jóvenes de la izquierda radical de diferentes lugares del País Vasco y Navarra hacia Pamplona.
El comienzo no fue bueno: los abertzales llegaron haciéndose oír antes que ver gracias a los petardos que iban lanzando en su camino.
No era un grupo de personas que se habían reunido de casualidad para defender una causa justa, eran en torno a 400 jóvenes —según fuentes policiales— perfectamente organizados que levantaban en alto la ikurriña y proferían cánticos en vasco.
Encapuchados de izquierda radical agreden brutalmente a un periodista de El Español que cubría el acto de Vito Quiles en Pamplona
Eso no tendría nada de malo si no fuera por los cánticos que entonaban, entre los que una palabra en euskera azuzaba los fantasmas de un campus que ese mismo día, 17 años atrás, sufrió las consecuencias de un atentado de ETA.
Esa palabra que este jueves repetían los jóvenes era "borroka". O en castellano, 'lucha'. El espectáculo estaba a punto de comenzar, y el escenario era la explanada de la Facultad de Comunicación (FCOM).
Petardos contra la policía
La Policía Nacional estableció varios cordones efectivos a lo largo del campus para evitar enfrentamientos entre los abertzales y los pocos seguidores de Vito Quiles -organizador de una manifestación ilegal nacionalista española que finalmente fue suspendida- observaban a lo lejos.
Todo estaba bajo control, pese a los petardos y bengalas que los herederos de la 'kale borroka' lanzaban de vez en cuando contra los agentes antidisturbios.
Pero en un momento dado, varios policías echaron a correr hacia otra parte del campus. Los periodistas les seguimos hasta llegar a la calle Esquiroz, a las afueras del campus.
Allí, otro grupo de manifestantes vestidos de negro era controlado por la Nacional para evitar que se unieran a sus colegas en el centro del campus, contribuyendo a reducir el tamaño de la enfervorizada masa.
Pero en este punto, todo estaba tranquilo. Me dispuse a volver a la explanada de la FCOM. Algo más de 350 metros de camino en línea recta.
Pedradas, patadas y puñetazos
Un camino en el que no había nadie, hasta que una lengua de encapuchados vestidos de negro apareció a paso ligero por la esquina del edificio de las facultades de derecho, económicas y empresariales: atraídos por el mismo jaleo que nos había llevado allí a los periodistas.
La turba me sorprendió grabándoles, y en ese momento comenzó el desastre. Gritos de "¿Qué haces grabando?", "¡Hijo de puta!", comenzaron a oírse uno tras otro, y a estos comentarios les siguió una lluvia de objetos que lanzaban contra mí.
Estaba solo, quería alejarme, pero el control de policía estaba en la explanada de la FCOM, y todavía me faltaba la mitad del camino. Además, era un punto ciego.
La marabunta negra cambió de rumbo. Dejó de dirigirse hacia la calle Esquiroz y empezaron a perseguirme, cada vez más rápido. Se me echaban encima, y eso que lucía visiblemente en el pecho mi acreditación de periodista de EL ESPAÑOL.
Ante todo, sabía que no podía permitir que me rodearan, pero hasta ese momento tenía claro que no iban a emprender la violencia contra mí.
Como mucho, me humillarían o me darían empujones, pensaba yo. Quizá se burlarían. EL ESPAÑOL es un nombre que para ellos es una ofensa.
Probablemente muchas de esas mentes, ocultas en sus herméticas cámaras de eco, ni siquiera supieran que esa marca y ese logo representan a uno de los diarios líderes de la prensa nacional, y que su nombre no es una alusión nacionalista, sino un homenaje al histórico periódico de José María Blanco White.
Seguramente no lo supieran. Cuando les tenía encima, les reproché: "¿Qué pasa? ¡Soy periodista!"
Y ese comentario actuó como un pistoletazo de salida para varios salvajes que echaron a correr hacia mí.
Emprendí una carrera desenfrenada, aunque no logré evitar que me tiraran al suelo e intentaran acertarme el máximo número posible de golpes. Ni siquiera soy capaz de recordar cuántos me dieron.
Uno de los últimos impactos fue el más grave. Sentí como un puñetazo percutía contra mi rostro, impactando en mi ojo derecho. Solo unos segundos después, percibí el calor de la sangre fluyendo por mis mejillas.
Rodé como pude tratando de volver a ponerme en pie. No podía permitir que me acorralasen. Y mi carrera y el avance en formación de los antidisturbios de la Policía Nacional disuadieron a los bárbaros de continuar su persecución contra mí.
Soy capaz de reconstruir el momento con precisión gracias a los vídeos que circulan a través de las redes sociales. Pero en mi cabeza solo tenía un pensamiento: "Corre, no dejes que te tiren".
Cuando la bandada se alejó de mí pude darme cuenta de que mi ojo derecho había dejado de funcionar a consecuencia de un duro golpe: solo veía en color negro.
Pero mis peores temores desaparecieron cuando la Policía Nacional me llevó al Hospital Universitario de Navarra. Ahora se abre ante mí un largo camino de revisiones médicas.
Derecho a la información
Ese es el precio que paga a veces el reportero por enfrentarse, en cada jornada, a un deporte de contacto que nunca se sabe con qué le va a sorprender a continuación. Y los periodistas de EL ESPAÑOL, como apasionados de esta profesión, lo sabemos bien.
Agresiones inaceptables que son la culminación de una serie de menosprecios que tenemos que sufrir casi a diario los profesionales de la información.
Cuando se golpea al periodista, no solo se atenta contra la libertad de una persona: se viola la libertad de información de todo un país.
Además, en el momento en que un país como España, con el recuerdo de la Guerra Civil, de la represión del franquismo y de la violencia de ETA, empieza a olvidar a dónde lleva el auge de la violencia, las bases de la convivencia y de la democracia empiezan a tambalearse.
Expongo públicamente este caso no por ansia de protagonismo, sino porque puedo servir como un triste síntoma de la deriva a la que nos está llevando la polarización galopante a la que nos están llevando los extremos políticos.
Una deriva que estamos a tiempo de revertir huyendo de las cámaras de eco, evitando caer en escuchar relatos únicos, asumiendo que las personas con ideologías diferentes no son enemigos y tratando de comprender qué razonamientos les han llevado a tener esas conclusiones que quizá a priori pueden parecernos equivocadas.
O por ser más concreto: tolerancia, diálogo y espíritu crítico. Y asumir que ni siquiera la certeza de tener razón nos legitima para pisotear y destruir las ideas de los demás. Y mucho menos, para destruir físicamente a los demás.