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Cada verano, el mapa de los grandes incendios forestales en España dibuja un triángulo que se repite con obstinación: Zamora, León y Orense vuelven a ser el epicentro de las llamas más voraces. No es casualidad.

En estas provincias confluyen los tres ingredientes de un cóctel perfecto: temperaturas disparadas y humedad bajo mínimos, montes convertidos en una alfombra continua de matorral por el abandono rural, y el factor humano que, en pleno agosto, multiplica las negligencias.

"Es aquí donde se juntan todos los factores: calor extremo, humedad bajísima y vientos recalentados y resecos desde el sureste. Es el caldo de cultivo para que el fuego se propague con rapidez", explica a EL ESPAÑOL Samuel Biener, meteorólogo de Meteored.

Una persona se encuentra cerca de un vehículo de emergencia mientras un incendio forestal arrasa en Veiga das Meas (Orense). Reuters

Sus palabras resumen lo que se ve estos días sobre el terreno: fuegos de sexta generación que avanzan a una velocidad imposible de prever, capaces de generar su propia meteorología y cambiar de dirección en cuestión de minutos.

El triángulo del fuego

Biener detalla que, aunque esta ola de calor ha sido extensa y persistente en toda la península, "las anomalías más significativas se concentran en el cuadrante noroccidental".

Durante semanas han predominado vientos del sureste que llegan a Zamora, León y Orense recalentados y resecos, generando las condiciones ideales: "temperaturas altísimas, humedad muy baja y viento de cierta intensidad. El cóctel perfecto".

Este verano, además, las precipitaciones han estado muy por debajo de lo habitual en el noroeste. La masa forestal, tras el calor extremo de junio y julio, se encuentra más seca y vulnerable que nunca. "Lo que vemos ahora es el remate de un verano de récord", advierte Biener.

Y lo peor es que se trata de un patrón que tenderá a repetirse: "Las olas de calor son cada vez más intensas y afectan a zonas en las que antes no eran tan habituales. Esta situación se repetirá en los próximos años".

Un perro camina junto a un cementerio mientras el humo se eleva desde un incendio forestal en As Fermosas, (Ourense). Reuters

El campo vacío como combustible

A la ecuación se suma el abandono rural. En las últimas décadas, el éxodo de jóvenes a las ciudades ha vaciado el campo. Cada vez hay menos ganaderos, menos animales que limpien el monte, menos actividad agrícola.

El resultado es un paisaje cubierto de bosques y matorrales continuos, sin interrupciones, que se convierten en combustible cuando llega el calor. "El fuego encuentra continuidad y combustible de sobra", resume Biener.

En las provincias más castigadas —Orense, León y Zamora— la despoblación es un factor determinante: envejecimiento, pérdida de servicios básicos y ausencia de relevo generacional. La naturaleza avanza donde antes había prados, huertos o pastos. La biomasa se acumula año tras año y convierte al territorio en una bomba lista para arder.

Un bombero usa una linterna mientras trabaja para extinguir un incendio forestal en As Fermosas (Orense) Reuters

Fernando Ojeda, catedrático de Biología de la Universidad de Cádiz, lo resume con crudeza: "Desde mediados del siglo XX la Península se ha forestado extensivamente con plantaciones de pinos y eucaliptos, especies de rápido crecimiento y altamente inflamables. Estas forestaciones son en gran medida responsables de la severidad y extensión de los grandes incendios".

Ojeda recuerda que no es un fenómeno exclusivo de España: "Ocurre también en Portugal y en todo el Mediterráneo". Y lanza un matiz que puede parecer paradójico: el fuego, en algunos ecosistemas, no es necesariamente un enemigo de la biodiversidad.

"No se trata de provocarlos, sino de reconocer que pueden representar una oportunidad para la regeneración natural. Cuando el incendio se apague, que no se piense solo en destrucción, sino también en regeneración".

Viento errático, biomasa y rayos

El tercer factor es el viento. Las olas de calor, combinadas con rachas intensas, convierten cualquier chispa en un frente de fuego desbocado. "Este tipo de incendios generan sus propias condiciones meteorológicas, con rachas muy intensas y erráticas. Por eso son tan peligrosos", señala Biener.

En años como este, además, un invierno lluvioso ha dejado abundante vegetación que, al secarse en verano, actúa como yesca. Susana Gómez, investigadora de Biología en la Universidad de Cádiz, lo explica así: "La biomasa acumulada facilita la ignición. Si a ello sumamos tormentas con rayos y vendavales, el escenario es perfecto para la propagación".

El calendario también juega en contra. Agosto, mes de calor extremo, es al mismo tiempo temporada alta de turismo. "Precisamente en esta época crece el porcentaje de incendios originados por negligencias y despistes", advierte Biener. No se trata tanto de pirómanos como de descuidos: barbacoas, colillas, maquinaria agrícola. "Al final es una suma de todo. Pero sin el calor anómalo y extremo no hablaríamos de una situación tan adversa".

Los vecinos usan ramas de árboles para intentar extinguir las llamas de un incendio forestal en Vilar de Condes (Orense). Reuters

España arde

Los datos lo confirman. Según el Sistema Europeo de Información sobre Incendios Forestales (SEIIF), en España se han calcinado ya 157.501 hectáreas en lo que va de 2025. Por extensión, es el país de la Unión Europea más castigado este año, por delante de Rumanía (125.163 hectáreas) y muy lejos de Portugal (78.134).

El Ministerio del Interior, por su parte, confirma que desde el 1 de junio hasta la medianoche del sábado se ha detenido a 27 personas e investigado a otras 92 por incendios forestales. La Policía Nacional ha arrestado a siete personas, la Guardia Civil a dos, y el resto son investigaciones abiertas.

Detrás hay historias de todo tipo: desde negligencias hasta casos tan extremos como el de Jaro, un trabajador de extinción de 55 años detenido en Ávila por prender fuego en Mombeltrán. El incendio arrasó 2.200 hectáreas y costó la vida a un bombero. El propio acusado confesó haberlo provocado para asegurarse un empleo fijo.

Un vecino con mascarilla sostiene una rama de árbol mientras se produce un incendio forestal en Vilar de Condes (Orense) Reuters

Un patrón que se repetirá

Zamora, León y Ourense concentran las heridas más profundas de los megaincendios. La combinación de calor extremo, viento errático y montes abandonados convierte a estas provincias en un escenario recurrente. Y los expertos coinciden: el patrón no solo se repetirá, sino que puede agravarse.

La emergencia climática empuja cada vez más a estas regiones hacia un verano eterno de fuego. Las lluvias, cuando llegan, ya no limpian el monte: lo engordan de biomasa que en agosto se convierte en pólvora. El campo vacío sigue siendo un polvorín. Y mientras, el calor récord avanza año tras año hacia un horizonte en el que el fuego dejará de ser noticia para convertirse en costumbre.