En el mapa, el triángulo es invisible. En el aire, no: se delata en la línea sucia que enturbia el horizonte y en un olor agrio que se pega a la garganta. A la altura de Zamora empieza otra España. El asfalto devuelve ráfagas de calor y ceniza fina que se arrastra por los arcenes como un polvo antiguo.
En La Bañeza, un cartel anuncia nombres que hoy son sinónimo de incertidumbre: Castrocalbón, Jiménez de Jamuz, Quintana y Congosto. A la derecha, una columna de humo se alza y se contrae como un fuelle cansado. Viene de Molezuelas de la Carballeda, primer vértice del triángulo de fuego.
La Guardia Civil corta los accesos. Dentro, EL ESPAÑOL es testigo de que el silencio es un rumor de evacuación: ventanas cerradas, ropa tendida que ya no se mueve. Los pueblos parecen cuerpos dormidos que conservan el gesto de lo que hacían cuando quedaron vacíos: una silla en la puerta, una manguera goteando, un vaso de agua a medio beber en la terraza de un bar.
En Castrocalbón, a donde se prohíbe el acceso, el fuego cercó viviendas cuyos propietarios aún no saben si siguen en pie.
Al otro lado de las cintas, las cifras se acumulan: 7.859 evacuados de 34 pueblos, según la Subdelegación del Gobierno en León. Muchos están en albergues de Cruz Roja en La Baeña y Astorga. La lista de localidades suena a arroyo y cereal: San Félix de la Valdería, Pinilla de la Valdería, Alija del Infantado, Fresno de la Valduerna, Palacios de la Valduerna. Y crece, como crecen los frentes del fuego.
En un polígono industrial a las afueras de La Bañeza, la Unidad Militar de Emergencias, Guardia Civil, Protección Civil y los servicios de emergencias de Castilla y León trabajan en un centro de mando improvisado. Sobre el asfalto, mapas con manchas rojas y perímetros dibujados a rotulador. Sobre las mesas, botellas de agua apiladas como ladrillos, walkie-talkies sin descanso, y la palabra "viento" repetida una y otra vez.
Dentro del centro de mando improvisado en La Bañeza el optimismo reinaba al mediodía. "La noche ha sido terrible", explica un alto mando de la UMEreina
Entre León y Galicia
La carretera hacia Castrocalbón y Jiménez de Jamuz está clausurada. Solo pasan camiones cisterna y todoterrenos de agentes forestales que, kilómetros más adelante, entran en un banco de humo como si atravesaran una tormenta.
En la puerta del restaurante La Hacienda, fuera del perímetro de riesgo, una camarera señala una mesa vacía: "Ayer estaba comiendo exactamente ahí", recuerda sobre Abel Ramos, el hombre fallecido en el incendio de León.
Un vecino murmura: "Marlaska dice que está todo controlado mientras se está quemando mi pueblo". Otro, con un saquito de tela como bolsa, comenta: "Si los de La Palma siguen en contenedores, no sé qué nos puede esperar a nosotros". El viento reparte chispas como semillas. Por la mañana, el fuego se insinuaba; por la tarde, ruge.
El segundo vértice es Yeres, en el límite entre Castilla y León y Galicia. La lengua de fuego pasó por lo que fueron Las Médulas y dejó un poso amargo. Los árboles que ayer eran postales hoy son sombras inclinadas.
En los miradores, la gente observa con los brazos cruzados. Algunos enfocan con el móvil y se arrepienten. El humo, espeso y marrón, irrita los ojos; el sol es una moneda sucia detrás de un vidrio.
Tres personas observan el incendio cercano a la localidad de Pombriego (León).
Ourense en llamas
Pero lo peor llega al mediodía. El cielo de Ourense se oscurece. El Macizo Central —Requeixo, Parafita, Chandrexa de Queixa— es un tablero de ajedrez donde las piezas se mueven solas. La Xunta decreta el nivel 2 de emergencia en toda la provincia. Antes, se despliega a la UME.
El parte oficial habla de más de 9.000 hectáreas arrasadas —más que la superficie de la capital— y de un incendio en Chandrexa que suma 6.000, un tercio del municipio. Otros frentes arden al mismo tiempo: 1.700 hectáreas en Maceda, 1.500 en Oímbra, 1.000 en A Mezquita, 400 en Dozón.
Algunos se estabilizan: Seixalbo, Castro de Escuadro, Vilariño de Conso, Montederramo, Vilardevós. Otros se controlan: A Fonsagrada, A Estrada, Verín. En Cartelle, el fuego ya está extinguido.
Un vecino de la aldea de Pareisás lucha contra en fuego en el incendio forestal que permanece activo en A Pobra de Trives (Ourense).
La parroquia de Canizo, en A Gudiña, permanece confinada al cierre de esta crónica. El incendio de A Mezquita interrumpió el AVE entre Galicia y Madrid. Los paneles de la autopista hablan de desvíos. En la ladera, un rosario de puntos incandescentes recorre la cresta de un monte. Un guardia civil niega a un anciano que quiere ir a "ver la viña": "Mañana".
En Monterrei, las llamas llegaron a patios y fachadas. Doce evacuados en Sandín, dos en Albarellos; más de 500 personas confinadas en varias aldeas. En Manzaneda, 170 niños de un campamento pasaron la noche encerrados por seguridad.
La noche del martes al miércoles dejó 15 heridos: tres brigadistas con quemaduras graves en Oímbra, otro lesionado en Maceda al volcar una motobomba, y varios vecinos atendidos por crisis de ansiedad o problemas respiratorios.
Vista del incendio forestal que permanece activo en Monterrei (Ourense).
Desde A Rúa, tres columnas de humo se levantan como chimeneas de fábrica; en el valle, el aire es una sopa densa. Un adolescente con camiseta roja se lleva las manos a la frente. A su lado, un hombre mayor aprieta los puños; una mujer muerde el labio. Miran, nada más.
En la radio, las palabras cambian de matiz: estabilizado no es controlado; controlado no es extinguido. En una gasolinera, un trabajador de conservación de carreteras compra agua y un bocadillo: "No es el peor día, pero tampoco el mejor", dice. En la televisión de la cafetería anexa, la imagen de la jornada: una cresta ardida que brilla como una serpiente roja.
Después del fuego
Llegarán más cifras y menos certezas. "Lo dijimos anoche, pero esta noche va a ser muy dura", explica un alto mando de la UME. A primera hora se repetirá que el Macizo Central es el epicentro, que el viento lo complica todo, que los medios —UME, bomberos de San Cibrao, Xinzo, Verín, Valdeorras, O Carballiño— se reparten como pueden. Del otro lado de la frontera, Portugal también arde.
Vista de la aldea de As Chás, Oímbra (Ourense), durante el incendio forestal que permanece activo.
Mientras tanto queda el olor en el pelo, el picor en los ojos, la foto mental de un árbol convertido en carbón. Y la pregunta pendiente: cómo vivir con esto sin que se convierta en costumbre. "Pues yo aún recuerdo cuando julio del 2022 arrasó también", dice una vecina, en memoria de un incendio forestal iniciado en Carballeda que carbonizó casi once mil hectáreas.
"Esto es el infierno en la Tierra", sentencia una funcionaria de Correos mientras mira el cielo. Los helicópteros se retiran como pájaros que conocen la ruta. Mañana volverán. El triángulo de fuego se dibuja en la memoria: Molezuelas de la Carballeda, Yeres, Ourense. Un día que empezó limpio y terminó negro. Adelante, la noche. Se respira poco, pero se respira.
