La Rúa (Orense)
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Los militares de la Unidad Militar de Emergencias lo dicen en voz baja, como si el eco pudiera avivar el fuego: todo se decide en estas 48 horas. Sábado y domingo son una nueva frontera si la lluvia no aparece, si el viento cambia, si las temperaturas no ceden.

En Orense se ha registrado este viernes el peor incendio de la historia de Galicia y las llamas no sólo han arrasado montes, sino también pueblos, casas, animales y la memoria de generaciones.

El parte oficial al cierre de esta crónica habla de 40.000 hectáreas calcinadas. Es una cifra que se repite en las radios locales, en móviles que lanzan alertas del 112 hablando de confinamiento por primera vez, en las conversaciones improvisadas en las esquinas de las calles.

Vecinos de la aldea de Lamas (Cualedro) intentan aplacar el fuego que afecta este viernes esta zona de Ourense. Brais Lorenzo / Efe.

Pero detrás de esa cifra late algo más simple: miedo. "Viví varios incendios, pero este es terrorífico", dice Alba Rodríguez, vecina de La Rúa.

Humo en el horizonte

Este viernes, por primera vez, el fuego alcanzó La Rúa. Una ciudad de poco más de cuatro mil habitantes, a orillas del río Sil, acostumbrada a vivir con la sombra de los incendios cerca, pero no tan cerca. Siempre los había visto desde la distancia: lenguas rojas en las montañas, humo en el horizonte, un olor que llegaba con las noches de verano.

Esta vez no. Esta vez el muro invisible se rompió. El vertedero municipal ardió hasta volverse nube tóxica. Las autoridades pidieron a los vecinos, durante el mediodía, que se confinaran en sus casas, con mensajes de alerta que sonaban como sirenas electrónicas en los teléfonos.

En los grupos de WhatsApp, alguien escribía: "Vamos a ayudar a los pueblos de al lado, llevamos cubos, lo que sea". Pero nadie llegaba.

Las carreteras estaban cortadas, el humo levantaba muros invisibles y el fuego, cuando aparecía, obligaba a retroceder. "Si no os dejan entrar no os metáis a apagar por fuera porque el fuego os puede cerrar", respondía otra vecina. El aire era una niebla irrespirable.

Vecinos de la aldea de Lamas (Cualedro) intentan aplacar el fuego que afecta este viernes esta zona de Ourense. Brais Lorenzo / Efe.

Uno de los peores

La docena de focos que castigaban la provincia se ha reducido en número porque varios frentes acabaron por unirse. Eso, lejos de ser una buena noticia, los convirtió en monstruos. El incendio de Oímbra, con más de 8.000 hectáreas arrasadas, es el más complejo.

En él resultaron heridos de gravedad tres brigadistas. La Guardia Civil detuvo a un hombre de 46 años, vecinos de A Gudiña, que limpiaba con un tractor en pleno riesgo extremo. Lo acusan de haber originado dos de los focos.

En A Mezquita el fuego también ha devorado otras 8.000 hectáreas. En Chandrexa de Queixa, con sus 16.000 hectáreas calcinadas, se inscribe ya como el peor incendio de la historia de Galicia.

En Larouco y Petín, las llamas se llevaron 800, pero pueden ser muchas más después de escribir estas líneas. En Maceda, 2.500. Cada nombre es un punto primero rojo y luego negro en el mapa; cada cifra, una biografía perdida: muchas viñas quemadas que no volverán, granjas reducidas a polvo, animales calcinados en corrales cerrados.

La medida de confinamiento por los incendios se ha levantado para más de 200 personas en distintos puntos de Ourense, aunque se mantiene para otras 120 por los incendios forestales que afectan a esa provincia. Brais Lorenzo / Efe.

En Monterrei los desalojos se ordenaron de madrugada. En Oímbra, a mediodía. La lista de pueblos confinados se escribe y se borra con la misma rapidez que avanza el fuego. Mixós, Estevesiños, Vences, A Pousa, A Madalena.

Algunos regresan a sus casas horas después de salir. Otros las encuentran chamuscadas. La provincia entera parece vivir un vaivén de huida y regreso. "Por la noche no dormimos", cuenta Samuel Vieira, vecino de A Caridade, donde ardieron casas, granjas y animales.

"Nos quedamos en vela, con cubos de agua, esperando que el fuego no bajara hasta aquí. Pero bajó. Nunca vi nada igual". Su frase repite un eco que se escucha en cada pueblo: nunca antes, nunca así.

Un viernes festivo

Lo que debía ser un viernes de fiesta se convirtió en un viernes de ceniza. Las carreteras fueron un laberinto de cortes y desvíos: la A-52 cerrada entre Ríos y Benavente con la recomendación de no circular por ella en toda la provincia. La N-525 y la N-120 interrumpidas, decenas de vías provinciales clausuradas.

En algún momento se llegó a bloquear un tramo de 200 kilómetros. Un millar de vehículos atrapados entre humo y llamas. En los trenes, el caos no ha sido menor: toda los servicios ferroviarios suspendidos hasta nuevo aviso. Galicia parecía una isla cercada por fuego.

Los efectivos de la UME trabajan codo con codo con las brigadas gallegas, con bomberos llegados de A Coruña, con hidroaviones que aterrizan una y otra vez en embalases. Francia y Portugal enviaron apoyo aéreo. Aun así, los militares admiten que se sienten pequeños. El terreno es seco como papel, el viento cambia de dirección en minutos, las pendientes impiden el acceso de vehículos.

Bomberos intentan aplacar el fuego que afecta este viernes a la aldea de Lamas (Cualedro), en Ourense. Brais Lorenzo / Efe.

Técnicos de la Xunta de Galicia lo resumen sin adornos: "Se juntaron todos los requisitos para que los fuegos avanzaran de manera voraz". La sensación de impotencia es, además, unánime. Hay más medios que nunca, pero no bastan.

El fuego avanza más rápido que las máquinas. La consigna es clara: resistir hasta que cambien las condiciones meteorológicas hasta cercar todos los incendios. El delegado del Gobierno en Galicia, Pedro Blanco, fue tajante: "Quiero ser muy claro: quien prenda fuego de manera intencionada no quedará impune".

Nueve personas están siendo investigadas, además del detenido en Oímbra. La Guardia Civil desplegó un gabinete específico en Ourense para coordinar la investigación. Patrullas recorren las zonas más castigadas, en busca de nuevos focos, en busca de disuasión.

Pero, mientras tanto, la vida rural se reduce a gestos mínimos: un vecino que protege su tractor con mantas mojadas, una mujer que guarda a sus gallinas en cajas de cartón, un anciano que mira cómo se derrumba el cobertizo donde guardaba la leña del invierno.

48 horas decisivas

En La Rúa, al caer la tarde, la ciudad se sume en una luz irreal. El cielo se torna rojo oscuro, como si alguien hubiera colocado un filtro de sangre sobre el horizonte. El aire está cargado de partículas, una bruma que hacía arder los ojos. Los niños no juegan. Los bares han bajado las persianas. Y las ventanas permanecen cerradas aunque el calor era insoportable.

Sólo el ruido de los hidroaviones rompe el silencio. El batir de hélices era un recordatorio de que, allá arriba, alguien luchaba. Cada quince minutos, un nuevo rugido. Cada quince minutos, una esperanza que se repetía. "Esto no es como otras veces", dice Xiri, un vecino. "Esto va a durar días. O semanas".

Un efectivo de la Unidad Militar de Emergencias (UME) (i) en la localidad de A Espasa, durante el incendio forestal que permanece activo en Chandrexa de Queixa (Ourense). Brais Lorenzo / Efe.

El miedo es también a lo invisible: al humo que intoxica, a la nube tóxica del vertedero, a las partículas que se cuelan en pulmones. Los médicos de la zona recomiendan mascarillas y ventanas cerradas. El hospital de Valdeorras atiende a varios vecinos con problemas respiratorios. Nadie sabe cuánto durará.

Todos saben que lo peor puede estar por venir. Y que las próximas horas serán decisivas. Si el fuego avanza, Galicia sumará otro nombre a su lista de tragedias.

Si cede, el recuerdo quedará marcado igual: casas quemadas, granjas reducidas a ceniza, un aire envenenado que tardará semanas en dispersarse. Los militares lo saben. Los vecinos lo saben. Y todos, en silencio, esperan que el viento no sople más fuerte.